Por José Joaquín Beeme
El circolo operaio se acalora de póquer. Los billares prestan un esfumado verde a los rostros cetrinos. Algunos leen la Prealpina con un ojo en Roma y otro en Milán, empujan una grappa, tosen.
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
Afuera, la niebla toma el pueblo calle por calle, como un fantasmal escuadrón alemán del 45. Por la tele dan un partido de la selección italiana que concita propuestas de linchamiento. Los peoncillos del tapete van cayendo a golpe de carambola mientras, en una mesa del fondo presidida por donna Teresa, cantan escalera de color. Son una treintena de jubilados: el invierno les ha cercado en esta casa emparrada y coqueta de macetas, donde los precios no riñen con sus pensiones y licencian sombreros y abrigos porque el calor humano está asegurado. Descuentan años y leguas, ellos que dieron vida y sentido a cada tienda, a cada maizal, a cada fábrica del municipio. Son gente sin títulos ni medalla, de los que un día estampan una esquela a gran formato en las paredes de la panadería. Los que hicieron, a fatica, el pueblo que hoy respira abundancia de resort turístico. Braceros, peones, jornaleros. Como el campesino Olmo Dalci de Novecento, como el menestral Antonio Ricci de Ladrones de bicicletas. A quienes embaucan con celtismos los cenutrios de la Lega Nord; a quienes el satisfecho Berlusconi quería dóciles y rendidos al terror bancario.
Resistamos, muchachos, que el invierno es duro pero nos concederemos aún muchas batallas en primavera.
Feliz todo: Navidad, 2019, y lo que se nos ponga por delante.