Italia: Trenza que trenza estrellas


Por José Joaquín Beeme

     Cronache di Buenos Aires (que traduce Un libro quemado y, en su primera edición, Nosotras… y la piel) recoge las columnas periodísticas de Alfonsina Storni, ‘bocetos femeninos’ donde escarnecía los estereotipos machistas…

Por Jose Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia

…, desde la dactilógrafa perfecta hasta la manicura papagayo, desde la esposa irreprochable hasta la dama-dama de todos los gatsbys. Alfonsina nació aquí cerca, en la Suiza italiana, adonde los Storni-Martignoni habían vuelto desde San Juan (Cuyo) tras intentar sucesivas empresas vagamente helvéticas: una fábrica de cerveza, una cafetería. En Argentina luego sirvió cafés, cosió gorras, giró y cantó con compañías de teatro, tecleó en la caja, pero sobre todo se identificó con su trabajo de maestra rural. A la maestrilla —»colorada, redonda, chatilla y fea», así se veía— le amargaban los hombres: «soy superior y soy su arcilla», se lamentaba, pues mientras él lleva la cota, omnívoro, ella carga con «el sexo, pesado como carro de acero». Embanderó, ¡alba del siglo breve!, su soltería de madre loba y reivindicó su cuerpo, el sufragismo, la autonomía hembra… «Hijo de madre: entiende mi locura». Tuvo sus días buenos, en que todo encajaba y parecía justo, recompuesto: «La civilización borra cada vez más las diferencias de sexo, porque levanta a hombre y mujer a seres pensantes y mezcla en aquel ápice lo que parecieran características propias de cada sexo y que no eran más que estados de insuficiencia mental.» Pero dentro arrastraba un tumulto de penas y menoscabos. Ya el cianuro de Horacio Quiroga, el uruguayo selvático de familia suicida con quien pudo haber sido feliz, le arrancó los versos de 1936: «un rayo a tiempo y se acabó la feria», y Lugones o López Merino habían dado portazo también por esos días. Irremediablemente, con el pecho roto y el alma desnuda, «sábanas terrosas y edredón de musgos», como una Ofelia quebrada de blancos cabellos, se arrojó al Mar del Plata a los 46 años. Alfonsina, la poetisa menuda del cantón Ticino, vio que el cielo era transparente y que estaba linda la mar, que las gaviotas la invitaban a sumirse y que toda la hermosura que ardientemente fatigaba estallaría ahí abajo y tan por completo.

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