Italia: Rollo Kerouac


Por José Joaquín  Beeme

   Mientras un casi centenario Ferlinghetti prende aún sus City Lights en Brescia, su compi Jack Kerouac se baja en Gallarate para desenrollar sus andanzas y visiones subterráneas.

Por Jose Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia

    Así que voy al MAGA, donde Greenaway presenta su homenaje on the road, todavía unos carboncillos, y nos introduce a la peripecia italiana del perdulario de Lowell, Massachusetts, también su paradójico catolicismo, con bendición del Buda. Estudia el muchacho con Shapiro el bizantino tardorrománico en la Universidad de Columbia, copia al cardenal Montini de la revista Life y puebla de cruces y judas sus garabatos, de ángeles desolados entre Blake y Tobías su planto por el hermano muerto, y hasta propone una definición alternativa de beat, en sentido beato-beatífico. Los curadores, contagiados de ese espíritu sacralizante, no podían menos que presentar sus reliquias en vitrina: su gorrilla de autostopista, su camisa floreal, sus consumidas zapatillas, pero no descuidan indagar en su estilo libre y trotamundos, ese embastar la literatura (y la pintura) con apuntes espontáneos, espolvoreados en cuadernos de mil leguas por los que fluye una conciencia más o menos sicotrópica, que le emparenta al surrealismo y a la sangre francesa, nieto de iroqués canadiense, con que Jean-Louis creció. Tocan también su porosa amistad con la peña expresionista, De Kooning, Larry Rivers, Dody Muller. Y proponen la película de Robert Frank (he descubierto su paciente trabajo con los contactos, su cotidianeidad con los Rolling, en el último documental Feltrinelli), donde nuestro héroe improbable narra e inventa voces a sus amigos Cassady, Corso, Ginsberg y su compañero Orlovsky, que jazzean en un apartamento-rayuela, discuten y se alcanzan gayos el garrafón. Conmociona la entrevista RAI de Fernanda Pivano, pareja de Sottsass (en cuya casa milanesa se alojó) e introductora de aquella generación de ruptura: allí evoca Kerouac, entre curda y gesticulante tarambana, a Melville, Wolfe o el cartero Trollope, sin que nada, en lo alto de la fama, le importe un comino. No faltan en sus dibujos Quijotes y Picassos, caballeros asendereados en desiertas llanuras, y me digo si no podría intentarse un parecido rescate desde nuestro lugar.

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