Por Jesús Sainz
En la década de 1990, se construyó la llamada Biosfera II. El filántropo Ed Bass aportó 200 millones de dólares USA para construir el mayor ecosistema totalmente independiente jamás creado.
Biólogos e ingenieros tardaron 4 años en diseñar los sistemas necesarios para mantener la vida: agricultura para la producción de alimentos, selvas tropicales para regular la atmósfera artificial, y un mini-océano para controlar la temperatura. En 1991, ocho investigadores se encerraron dentro de este mundo diseñado por el hombre a imitación del mundo real. Al poco tiempo, los niveles de CO2 en el interior de la Biosfera II se dispararon. Los niveles de oxígeno cayeron del 21 por ciento hasta llegar a niveles del 14 por ciento que son peligrosamente bajos. La mayoría de las especies de vertebrados y todos los insectos polinizadores murieron antes de un año, mientras que plagas de cucarachas y hormigas amenazaban el proyecto. Al cabo de 24 meses, éste se canceló ya que la salud, e incluso la vida, de los seres humanos no se podía garantizar. Este experimento nos muestra que no sabemos cómo funciona el planeta y, además, que no sabemos diseñar un sistema biológico “sostenible” que dirían los cursis.
La naturaleza nos proporciona lo necesario para que la vida siga, bacterias fotosintéticas, plantas, microbios, hongos, animales que proporcionan atmósfera respirable, tierra cultivable, polinización de los cultivos, alimentos, energía, etc. Pero este capital de seres vivos, que no conocemos bien, se está erosionando. Las especies en la Tierra están en un proceso de extinción. Aunque los ha habido peores, se estima que en los últimos 400 años, han desparecido el 13 por ciento de las especies conocidas, pero en los cinco procesos de extinción masiva de especies que conocemos se perdió hasta el 75 por ciento de ellas. Lo que preocupa no es tanto el número de especies que han desparecido sino la rapidez con la que están desapareciendo. Las tasas de extinción en el siglo pasado han llegado a ser de 100 a 1.000 veces más altas de lo normal. Las proyecciones indican que, de seguir así, en 200 años habrá una extinción masiva.
¿Importa eso? Pues sí. En las últimas décadas muchos investigadores han hecho cientos de experimentos simulando ecosistemas. Los resultados son consistentes. Si el número de especies disminuye el ecosistema se vuelve inestable y menos eficiente. Cierto es que no todas las especies son necesarias, ejemplo son aquellas que hemos erradicado porque eran peligrosas para nosotros (como algunas especies infecciosas). Pero también es cierto que la vida de las especies es interdependiente, el ejemplo más claro es el del depredador que necesita a la presa para sobrevivir. Sin ella no tendría qué comer, así que mejor no comérselas a todas. Por otra parte, si no hemos sido capaces de crear un ecosistema que pudiera mantener a ocho personas, es dudoso que podamos crear uno que mantuviera a miles de millones.
Estamos destruyendo los genes y las especies que han hecho de la Tierra un planeta habitable y productivo biológicamente en los últimos 3,8 mil millones años, y los que todavía sobreviven están acercándose al borde del acantilado. Si no entendemos que nuestro bienestar depende directamente de la diversidad biológica, el futuro del ser humano está en peligro.
RECUPERANDO MATERIALES
Por Jesús Sáinz Maza
Experimentar en animales
(Publicado en 2008)
El Gobierno de los Estados Unidos ha creado finalmente una ley para proteger a los chimpancés de ser utilizados en investigación científica. Dicha protección se limita a los chimpancés propiedad del Gobierno que viven en una reserva animal y a los que sean ‘donados’ por los grupos de investigación. La ley demuestra que hay voluntad de proteger, aunque sea parcialmente, a dichos primates. Sin embargo, la investigación en animales y organismos vivos no se limita a los chimpancés. Otros primates, vacas, perros, gatos, ratas, ratones, aves, ranas, peces, etc., se utilizan rutinariamente en experimentos de laboratorio. Al menos 100 millones de animales vertebrados son utilizados o sacrificados en experimentos cada año. Se les modifica genéticamente para que padezcan enfermedades; se les muta al azar con productos químicos o radiaciones; se les trata con fármacos y otros productos, cosméticos por ejemplo, para observar sus efectos. Cuando una mutación se considera interesante, se generan descendientes de los animales mutados. Así se perpetúan animales que padecen cáncer u otras enfermedades, con piel transparente, que son fluorescentes, etc. Hay sectores de la sociedad que critican dichos experimentos aduciendo el derecho de los animales a no ser torturados, su coste económico, y que incluso dudan de su fiabilidad científica y reproducibilidad en el ser humano.
¿Debemos pues limitar los experimentos en animales? Es razonable defender la investigación en animales porque proporciona beneficios a los seres humanos, sobre todo en el campo médico. Pero hay algo profundamente humano que rechaza algunas de las prácticas experimentales. Activistas, periodistas e incluso científicos denuncian con regularidad prácticas abusivas. Se ha propuesto reducir la experimentación en animales utilizando alternativas. Por ejemplo el uso de moléculas, micro-organismos, cultivos de células, tejidos y órganos, y simulaciones por ordenador entre otras. Esta investigación tiene la ventaja adicional de un coste menor.
Creo que la mayoría de los científicos coinciden en que los experimentos en animales deben de causar el mínimo daño y sufrimiento posible. Y que sólo deben de llevarse a cabo cuando no haya alternativa. De hecho, existe abundante legislación en este sentido. Aun así, es conveniente apoyar y potenciar más la experimentación alternativa. También la discusión sobre lo adecuado de la legislación actual y hasta qué punto se cumple. Y sobre todo, el informar adecuadamente y con transparencia al ciudadano de cuáles son dichas prácticas para que tenga una opinión apropiada. Todo ello aunque solo sea por respeto a nosotros mismos.