El Santuario de Narigua, Cohahuila, un tesoro de la Humanidad


Por Pablo Rico (Texto y fotos)

     Hace un par de años presenté mi último libro en México en la Feria Internacional del Libro en Saltillo, capital del Estado mexicano de Coahuila.

    Es un extensísimo Estado al norte del país que llega a lindar incluso con EE.UU. Buena parte de su territorio es semidesértico pero siempre ha estado poblado y disfrutado de una diversa y pujante actividad económica, sobre todo industrial, minera y agrícola. Aproveché un par de días libres para hacer algo de turismo “cultural” al aire libre. Entre las múltiples sorpresas y placeres que me deparó aquel fin de semana en Coahuila, no puedo por menos que señalar y compartir mi excursión a Narigua, un pequeño ejido en el desierto en donde se encuentra uno de los santuarios de petroglifos más extensos y ricos en imágenes de América e incluso del mundo. Son unos 8.000 petroglifos en más de 600 piedras de todo formato en las laderas de una pequeña sierra sobre un valle hoy casi desértico y hace siglos lugar de caza y residencia de pueblos prehispánicos del gran territorio árido americano. Todavía se sabe muy poco de estos petroglifos y de las gentes que los crearon, pero con seguridad pueden fecharse como de hace unos 6.000 años. Son cientos y cientos de imágenes distintas y otras que se repiten a lo largo de este santuario de 500 metros de ancho por toda la altura de la ladera; parece ser que representan desde calendarios lunares hasta rituales de caza, movimientos astrológicos, mapas del territorio, cosmogonías solares y lunares, imágenes metafísicas de lo masculino y femenino, fertilidad, etc. Ojalá muy pronto este yacimiento singular pueda estudiarse y preservarse en condiciones aceptables y ser declarado Patrimonio de la Humanidad, que sin duda se lo merece…

    En mi excursión a Narigua y admirada contemplación de aquellos paisajes desérticos no pude por menos que recordar las teorías biológicas acerca del paisaje y experimentar esos tropismos que seguramente sintieron aquellos pobladores lejanos que habitaron esas sierras y valles hace 6.000 años. La teoría biológica del paisaje sostiene que nuestra percepción estética de la naturaleza que nos circunda, del ambiente natural, tiene invariantes, aspectos hasta cierto punto universales, que podemos reconocer en casi todas las culturas y tiempos, lo que manifestaría un modo de ver específico del ser humano quizás ligado a nuestra evolución biológica. El principal representante de estas ideas “biologistas” sobre el paisaje es J. Appelton, quien sostiene que nuestras preferencias estéticas sobre el paisaje pueden estar condicionadas “filogenéticamente”, es decir ligadas a nuestra especie, seguramente por representar (en origen, al menos) condiciones ambientales idóneas y favorables para nuestra supervivencia biológica. La presencia de agua corriente dulce, vegetación, etc. que tanto nos complace en el paisaje han sido condiciones fundamentales para nuestro bienestar y desarrollo como especie, sin ellas no podríamos vivir.

 

  ¿Por qué eligieron entonces aquellos espacios hoy inhóspitos? ¿Qué les llevó a realizar esa inmensa obra gráfica pétrea precisamente allí? Para entender lo que fue hace siglos, milenios, y sus motivaciones, es necesario ver las cosas de otro modo. Primero, lo que ahora son valles desérticos (o casi) entonces eran valles fértiles, seguramente lechos de ríos de agua corriente o ligeramente empantanados, habitados por grandes mamíferos que allí iban a abrevar, repletos de vegetación, de frutales que recolectar, árboles. Las laderas de la sierra les ofrecían refugio y seguridad, al tiempo que les permitían ver relativamente cerca su “comida” viva, sus futuras presas, a resguardo y protegidos. Su hábitat seguramente eran chozas y abrigos vegetales intercalados entre las piedras en altura. Allí construyeron su santuario, grafitearon y grabaron sus signos mágicos, todo ese catálogo simbólico que representaba su universo tan desconocido como inmediato, sus creencias, su interacción con la realidad, fundamentalmente la de su subsistencia material y propiciar su propia fertilidad y la de su mundo alrededor. Para mí, ese paisaje hoy desierto es la memoria de todo aquello, una pura mnemotecnia por la que celebro tanto a la naturaleza en su evolución como a la humanidad en su heroísmo vital durante milenios. En suma, una celebración de la vida y sus misterios…

Pablo J. Rico (2.016)

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