Omán, un país amable y sorprendente


Por Mario Sasot

      No soy un gran viajero. Más bien un viajero pragmático. Ir a algún sitio por algo o para algo. Tampoco estuvo nunca entre mis prioridades visitar un país asiático o, más concretamente, de oriente medio o tierras aledañas.  Pero finalmente no pude rechazar la oferta de un amigo…

…finlandés que trabajaba en Omán desde hacía año y medio como asesor de formadores de profesores de inglés allí, de ir a visitarlo por unos días.

    Para ir a Omán desde España hay diversas posibilidades: por Londres, a través de compañías británicas, muy largos de tiempo; haciendo escala en Dubai, viajando en compañías qataríes o saudíes, pero muy caros; o de forma económica aseada y rápida con la compañía turca “low cost” Pegasus, que sale de Madrid y de Barcelona dos veces por semana haciendo una escala de dos horas en el aeropuerto Sabiha de Estambul.

   El aeropuerto internacional de Muscat (Mascate en español), capital de Omán, abierto la pasada primavera al lado del viejo y pequeño aeropuerto que existía anteriormente, sorprende por su luminosidad. Centenares de luces de neón azuladas sobre las paredes blancas de modernas dependencias gigantescas. A través de una banda móvil de más de 100 metros, el viajero cuando llega se desplaza sin andar hasta el control aduanero, contemplando a ambos lados en las paredes laterales fotografías luminosas de escenas, personajes y objetos artesanos omanís  que lo transportan al imaginario de un país mágico, lleno de leyenda pero también de sobrevenida modernidad.

    Después de un necesario descanso tras un largo viaje, a la mañana siguiente es momento de visitar los monumentos más carismáticos de la capital, comenzando por la gran mezquita del sultán Al Quabus Ibn Said. Pese a la pereza que nos invade, conviene madrugar porque este gran monumento religioso, uno de los de mayor extensión de los países del  Golfo Pérsico está abierto al público sólo de 8 a 11 de la mañana. Luego se convierte en un lugar de recogimiento y oración, sólo para fieles. Destacan de esta grande y moderna  mezquita (se inauguró en el 2000) los inmensos y cuidados jardines, las dos grandes salas de oración con unas espectaculares lámparas de arañas y un suelo cubierto en su integridad por una alfombra persa gigantesca. Tiene hasta cinco minaretes y todos sus edificios están hechos de una piedra arenisca india de color tostado, que vendría a ser el color arquitectónico nacional, con capacidad para albergar a 20.000 fieles.

    Otro espacio emblemático de la ciudad es el Palacio del Sultán, un personaje enigmático a la vez que popular. Reina en el país desde el 70 después de unas guerras intestinas en las que  murió su padre. En un país donde abunda la población infantil y no es infrecuente la poligamia, el rey es soltero, sin hijos, y, pese a mantener un régimen autárquico, con un parlamento poco menos que simbólico, es estimado y respetado por la población autóctona. Valiéndose de los importantes recursos del país en gas y petróleo y con una política de paz entre sus países vecinos, ha conseguido mantener un buen nivel de vida y educativo para sus súbditos y ha alcanzado un gran desarrollo de sus infraestructuras (vías de comunicación, hoteles y restaurantes de lujo, etc.) en menos de dos décadas, lo que ha hecho subir exponencialmente las cifras de visitantes turísticos en los últimos años. Las masas trabajadoras emigrantes, formadas por indios, nepalís, egipcios, yemenís, etc. ganan sin embargo unos doscientos euros al mes. Este Palacio Real, situado en el barrio muskatí de Mattrah, alberga numerosas piezas artísticas  y está construido con materiales de gran valor como mármol y paneles de oro. No es accesible al público pero está  situado frente a una gran plaza y rodeado de unos interminables jardines a los que acuden los omanís a pasar las tardes o las mañanas en familia, bajo la atenta mirada de miembros de los servicios de seguridad del Palacio.

     El día, a finales de noviembre, con una envidiable temperatura de entre 25 y 30 grados, todavía da más de sí, y mi amigo finés y yo aprovechamos para dar un paseo en coche por los alrededores donde, ocultos entre curvas y bajas montañas de arenisca marrón, encontramos diversos resorts turísticos de alto nivel.  Entre ellos destaca el hotel Shangri La, un complejo hostelero con una extensa playa privada, canales de aguas bravas para los niños y un buen restaurante, donde omanís y extranjeros disfrutan de un lugar paradisíaco  lleno de calma y buenas vistas.

     Al atardecer nos acercamos a ver el puerto de Muskat, donde se mezclan las pequeñas barcas de pescadores con, últimamente, los grandes cruceros que recalan en las principales plazas turísticas costeras del golfo pérsico, como Doha o Abu Dhabi.

    Allí se encuentra la parte vieja de la ciudad, con su colorista y variopinto zoco comercial que ocupa varias enrevesadas calles y abre solo por las tardes. En el paseo del puerto hay acogedoras terrazas donde puede tomarse un exquisito café con cardamomo, té con especias  o un riquísimo helado.

    En nuestro segundo día de turistas, decidimos encaminarnos hacia las Montañas Verdes (Jebel  Akhdar) a más de 200 kilómetros al noroeste de Muskat, un paisaje raro, paradisíaco, una cordillera de montañas de estructura aterrazada de más de 300 kilómetros de longitud con montes de hasta 3000 metros de altura, como el Jabal Shanks, el más alto. El manto verde que cubre su tierra rojiza se debe, más que a las escasas lluvias, a numerosos canales de aguas freáticas de su subsuelo. Aprovechando las terrazas y las zonas planas se encuentran, semiocultos, numerosos poblados monocromos hechos de adobe y rocas del mismo terreno, que parecen intactos desde el neolítico, de gran belleza visual pero de muy difícil acceso, si no es en burro o a pié. Si se viaja en un vehículo convencional, conviene, antes de ascender a la montaña,  dejarlo aparcado en alguna de las ciudades del valle y alquilar un todoterreno con guía-chófer que hará más seguro y provechoso el viaje. Si se desea pasar unos días de solaz y paz en las montañas verdes, pueden alojarse en algunos de los bellos hoteles que hay a lo largo del trayecto.

    A la vuelta a Muskat nos detuvimos en la vieja ciudad de Nizwa, a 140 kilómetros de la antigua capital del sultanato, para contemplar la gran fortaleza medieval y su castillo y pasear por su zoco, sus múltiples talleres de artesanía y cerámica y sus calles tranquilas y enrevesadas.

    En mi tercer día de visita a Omán, encaminamos nuestros pasos y el coche en dirección al este del país, donde se halla la frontera con Yemen, pero no llegamos al final, no está el horno para bollos. Nuestro objetivo era visitar el cañón del río Wadi Shad, un desfiladero rocoso en las montañas del este donde la naturaleza y el agua son los protagonistas. Su recorrido en la parte practicable del trayecto es breve, unos 4 ó 5 kilómetros, más corto que el español de la ruta del río Cares en Asturias. Pero igualmente apasionante. Desde la zona de aparcamiento de los coches, para comenzar la excursión, hay que pasar a la otra orilla del río en una canoa, previo pago de un rial omaní por persona (2,40 euros), una mini travesía que dura apenas un minuto. El resto es una orgía de sensaciones: el contacto con el agua fría de las numerosas pozas que salpican el itinerario, los saltos de agua desde el que te puedes zambullir, el color de las rocas bañadas por el sol, la altura de las montañas que se divisan a lo lejos desde el río, las cuevas y los pequeños canales de agua…

    Ahítos de naturaleza salvaje, todavía queríamos más, y a la vuelta de este camino fluvial, nos acercamos, siguiendo la carretera  que bordea la playa, hacia otro lugar muy conocido y visitado por los omanís. Se trata del Sink Hall (algo así como “el agujero hundido”) un salto de agua dulce a escasos metros del mar, un pequeño lago de agua subterránea  que quedó al descubierto por haberse caído el suelo la tierra que lo ocultaba. Una larguísima escalera permite a las familias excursionistas descender a la orilla, aunque hay jóvenes intrépidos que se lanzan directamente desde arriba, a más de 20 metros de altura.

    Y llegó mi cuarto y último día de estancia en Omán. Tocaba recorrer los grandes almacenes internacionales de la ciudad moderna y las tiendas de la zona comercial de la ciudad para agenciarme los regalos de última hora.

    Pero esta ciudad y este país sorprendente todavía nos deparaban unos últimos momentos mágicos. Un larguísimo y relajante paseo por la vecina playa de Qurum, donde nos cogió el ocaso de la tarde. Sus arenas estaban pobladas de familias organizando su picnic; madres, padres, niños y niñas bañándose o jugando con cometas; jóvenes corriendo o jugando al fútbol, funcionarias paseando por la orilla, descalzas, desinhibidas y sonrientes, con su tradicional abbaia (túnica negra) desabrochada y el negro pañuelo a medio caer de sus cabezas. Desde uno de los puntos de la playa, el más próximo al centro de Muscat, se divisaba una enorme roca cuadrada de color plateado hundida a medio kilómetro de la playa, de una cegadora y singular belleza.

    Mi amigo y yo terminamos el paseo en uno de los restaurantes ubicados frente al mar comiendo unos excelentes pescados y viendo cómo caía la noche y la tristeza por el final del viaje.

   Quedaron otros interesantes lugares por visitar, tal vez para una improbable vuelta o simplemente para cultivar nuestra imaginación, como las dunas del desierto de Salalah, al final del país, en la frontera con Yemen, transformada en parte en fértiles oasis de frutales tropicales. O los fiordos de Kashar, patria de delfines, donde se puede practicar submarinismo y realizar distintas expediciones acuáticas.

    Atrás quedaba nuestra visión de unas gentes cultas, abiertas y respetuosas, extremadamente amables y tranquilas, de unos hombres muy familiares y amantes de sus hijos y unas mujeres desenvueltas bajo sus vestimentas tradicionales, conduciendo sus coches, trabajando en comercios, bancos, o en las aduanas del aeropuerto, de sonrisa franca, decididas y resueltas. Viajar siempre hace caer algunos velos de las miradas.

Fotos: Raimo Junnikkala/Mario Sasot

Fuente: https://masdebringue.wordpress.com/2019/01/05/oman-un-pais-amable-y-sorprendente/

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