Por José Luis Lomillos
Pues no, queridos amig@s, esto no va de erotismo ni de ese tipo de fluidos en los que todos subliminalmente estáis pensando.
El pasado 15 de abril una multitud de fotógrafos y curiosos se concentró en las inmediaciones del rio para contemplar y fotografiar la riada del Ebro a su paso por Zaragoza.
Apenas ha pasado mes y medio y las tardías tormentas de final de mayo han vuelto a poner en el candelero los problemas con el agua en esta comunidad. A la falta de limpieza de los cauces y a la escasez de zonas inundables controladas se une la falta de canalización en territorios que podrían ser aprovechables y que hoy en día configuran el desierto que nos rodea… ¡pobre Joaquín Costa… se tiene que estar revolviendo en su tumba!
La cosa empeora cuando vuelves a tu casa en avión y en el momento que cruzas los Pirineos lo único que distingues es tierra socarrada, montículos pelados y urbanizaciones fantasma. La desolación paisajística es tal que se crean espejismos y a veces te parece ver al Séptimo de Caballería persiguiendo a los Sioux. Y ya no digo nada si encima no puedes aterrizar porque la terminal del aeropuerto está inundada y colapsada por las últimas lluvias caídas… como diría alguno: “¡esto es de traca…!”
Cuenta la leyenda que la madrileña y castiza calle “Mira el rio Baja” debe su nombre a las riadas del Manzanares de los años 1439-40, así que tomando como modelo a los medievales castellanos propongo hundirnos más si cabe en el pasado cambiando el nombre al paseo Echegaray o al Paseo de la Ribera denominándolos a partir de ahora “¡Ahí va el Ebro!”
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