Paseo otoñal por el Asabón

Por Eugenio Mateo

    La sequía atenaza a la Galliguera y el Pantano de la Peña luce mermado para las fechas. Sin embargo, su vaso guarda agua, al contrario de ejemplos que estos días han ocupado los telediarios.

    El embalse, que ese día de nuestro paseo lucía como un espejo azul, se nutre por su cauce desde el este por el Gállego, y por el oeste del río Asabón, que se remansa bajo el puente que enlaza con la senda que se enrisca camino de la Chuata y de los farallones y margas que se erizan hacia Salinas viejo. El Asabón y diversos barrancos que lo alimentan poseen unas zonas que en verano no son nada despreciables, y que ya han sido conveniente difundidas por demasiados. La luz y la calma absoluta animaban a fotografiar el paisaje. Sobre las zonas desecadas del cauce han venido a descansar naturalezas muertas de varios árboles muy muertos.

   En la senda que asciende hacia el bosque, mixto, pinar y rebollar, hay una vieja paridera. Aguantan sus paredes por la sólida construcción pero su tejado hace aguas fatalmente y el corral es un jardín de zarzas nada apetecible de recorrer. Probablemente, por la cercanía del pantano, anidarán las serpientes. Recuerdo, hace bastantes años, a esta paridera en pleno uso de razón. Un huerto cercano de un buen amigo que compartía conmigo sus verduras, me hacía recorrer con frecuencia aquella zona desde la que se divisa el caserío de Santa María y la mole sandunguera de la Sierra Caballera y su faro Pusilibro. Acogía la paridera a un caballo pura sangre de otro amigo. A veces, acompañándolo, le dábamos de comer e incluso me permitió montarlo alguna vez camino de su casa, y el equino era noble y de buena planta. Un buen día, en mi paseo no lo vi. Otro día ocurrió lo mismo. Extrañado, me acerqué hasta dónde vivía su dueño y le pregunté por el animal.

  -Ha muerto reventado- me dijo abatido. Parece que ser que se zafó de su rienda atada al pesebre y se comió todos los sacos de alfalfa que se guardaban dentro del establo. El infeliz murió de tanta felicidad. Esta mañana, mientras aspiraba con tanta fuerza como podía el aire limpio, pasando al lado de la ruina sentí ese trote que un día me regaló.

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