Por Marshall
Dubrovnik es un escaparate, un escenario, un producto si quieres y luego también hay una ciudad, más o menos cercana al centro histórico, donde viven los ragusinos. Es la maldición de las ciudades pequeñas con atractivo turístico: terminar siendo víctimas de su propia belleza.
viernes, 6 de mayo de 2016
Dubrovnik es una ciudad de belleza florentina o veneciana, no en vano tuvo mucha relación con las ciudades-estado italianas y ella misma lo fue. También tiene el toque mediterráneo, de ciudad mercante y penetrada por muchas culturas. Tiene su propia personalidad croata y unos precios en la zona turística que te trasladan a parámetros suizos o noruegos. Aún con esos inconvenientes, o con el hecho de que una ciudad del tamaño de Huesca sea asaltada por hordas de 25.000 turistas al día en verano la parada es necesaria.
No suelo hacerlo, pero voy a denostar el lugar donde pasé una noche, el Hostel and Rooms Anna. Un lugar donde me atendieron una australiana con un resacón del quince, absolutamente dejado, sucio y, para colmo, caro. El mundo mochilero está lleno de estos negocios que sacan unos pingües beneficios: mínima inversión, máximo beneficio y, con demasiada frecuencia, salarios míseros. Por desgracia, conversando a posteriori con otras personas, me comentaron que la calidad-precio de los alojamientos dejaba mucho que desear para los viajeros de poco presupuesto.
Aún sin desanimarme, teniendo en cuenta que la noche anterior la había pasado al raso en un pinar, aproveché para desayunar fuerte a cuenta de la casa esquivando las botellas de vodka barato y cerveza.
Lo de tomar fuerzas es fundamental. Ya en un primer vistazo se da uno cuenta que Dubrovnik es una ciudad que requiere de buenas piernas. No hay más que ver a las legiones de cruceristas echando el bofe por las interminables escaleras que hacen las veces de calle y natural defensa de la ciudad.
Ragusa fue construida como alternativa segura al antiguo puerto de Epidauro, encaramada a la parte más escarpada de los alrededores y rodeada de un robledal (dubrava quiere decir robledal, de ahí el nombre de la ciudad) del que no queda ni rastro. El emplazamiento de la ciudad es lo que limitó la extensión de la misma por un lado y la convirtió en bastión seguro y una suerte de paraíso fiscal.
La centenaria Ragusa fue una ciudad libre que ejerció las veces de ciudad-estado al más puro estilo de las polis griegas, lo que le valió el sobrenombre de la Atenas dálmata. Nombre que hace también referencia a su apoyo a las artes que llevó consigo la construcción de impresionantes palacios, edificios civiles o iglesias.
Desde el punto de vista defensivo, por otro lado, la ciudad se dotó de un recinto amurallado que la convirtió en plaza fuerte, lo que no fue óbice para que los venecianos la ocuparan dos siglos.
En las banderolas de la ciudad reza la palabra Libertas, que la ha definido históricamente como consigna. La palabra hace referencia a la independencia que ha ostentado siempre negociando ya fuera con corsarios como con monarcas o con el sultán otomano, que respetó la ciudad a cambio de un tributo y que permitió el comercio con Asia, lo que enriqueció aún más el patrimonio
Ahora el negocio va por otro sitio. De hecho ha llegado al punto que se confunde la ciudad con el mero proyecto turístico y ello lleva a encontrarse con mensajes en la puerta de las casas recordando que, pese a todo, allí aún vive gente que merece un respeto.
Se entiende hasta qué punto puede ser una molestia la presencia de turistas en calles donde casi puedes tocar los dos lados con extender los brazos.
Por otro lado hay muchas formas de recorrer la ciudad y diversas épocas del año, en que se puede disfrutar de la misma con relativa tranquilidad. Yo estuve a finales de septiembre y aún se podía transitar con calma. En cuanto llega el otoño Dubrovnik se adormila y algún lugareño me dijo que era la época ideal para disfrutarla.
Madrugar es fundamental, sobre todo si es en verano cuando el sol cae a plomo. Evitar la hostelería local también es un gesto de inteligencia. En cualquier caso preguntar no es un delito y siempre es mejor que pagar tres euros por un café o más de cinco por un helado. Las alternativas extramuros son las mejores.
En cuanto a atractivos turísticos poco hay que decir. Lo más fácil es dejarse llevar, pasar de la inmensa horterada de Juego de Tronos y fijarse en el audaz diseño de las murallas, en la riqueza increíble de palacios e iglesias y hacerse una idea de cómo fue la vida en los tiempos de esplendor de la ciudad.
Las playas de Dubrovnik son perfectamente prescindibles. En cualquier caso hay un paseo tanto en bus como en coche o bici hacia mejores alternativas.
Pero todo lo bueno llega a su fin, así que me tocó terminar periplo cicloturista. Me despedí de la vieja Ragusa en un día de sol espléndido tras un agradable paseo matutino por la ciudad.
Una vista al extrarradio de Dubrovnik me enseñó otra ciudad. No diferente a cualquier otra: centros comerciales, talleres, fábricas…
Y al poco una parada en la antigua Epidauro, ahora llamada Catvat, del mismo nombre que la ciudad griega del Peloponeso, aunque no tan esplendorosa.
Puerto de mar a un paso de Dubrovnik es un buen lugar donde tomar algo, comer estupendamente y relajarse. Tiene sitios para visitar, aunque sus ruinas más antiguas necesitan mucha imaginación.
Vi atardecer degustando unos mejillones y un buen vino croata. Dormí en un pinar y empezó mi vuelta.