Un ilustre espectro aragonés / Guillermo Fatás

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Por Guillermo Fatás

    Se trata de resucitar aquí a un espectro aragonés , si es que un fantasma puede resucitar. En la literatura hay espectros de prosapia, que vienen y van del más allá al más acá. Platón ya puso uno en boca de su maestro Sócrates, en el siglo IV a. C.     El difunto viviente muerto en batalla, tuvo el temible privilegio de ver, en viaje extracorpóreo, a las almas penando en el subsuelo.

Escipión y Hamlet

    Cicerón, tres siglos más tarde, hizo venir de ultratumba al gran Escipión, vencedor del cartaginés Aníbal, el fiero enemigo de Roma. Este relato fue copiado durante siglos, tal fue su poder de fascinación. Escipión mora en la Vía Láctea, “resplandeciente de luz”, a la cual lleva a su nieto. Le señala la enemiga Cartago, para que la destruya, lo que haría también con la Numancia celtibérica. El viejo estimula al joven para que busque la gloria en el servicio a la patria y le advierte que quienes se ocupan solo de lo suyo son condenados a vagar errantes tras la muerte, en penosa purificación de su mezquindad. La historia encandiló a Mozart, quien, sobre texto del italiano Metastasio, hizo escoger al joven Escipión entre dos diosas-virtud, Constancia y Fortuna, ganando la primera en la porfía.

    Hacia 1600, Shakespeare concibió el pavoroso encuentro entre Hamlet, príncipe de Dinamarca, y el fantasma de su padre asesinado. Ambos se llaman igual, como los Escipión ciceronianos. Condenado a vagar de noche y a ayunar de día, rodeado de fuego, le revela una odiosa verdad que acarreará males sin cuento. El arcano del más allá “te espantaría el alma y congelaría tu sangre joven, haría saltar como astros tus ojos de sus órbitas y quedaría yerta tu rizada cabellera”, es algo que “no debe revelar a oídos de carne y sangre”.

Fantasmas españoles

     No faltan los fantasmas españoles (conste que no es un chiste).El más famoso es el comendador que acosa a don Juan Tenorio. José Zorrila, en 1844, tomó la idea de nuestros clásicos, entre los que el más notable fue, a comienzos del siglo XVII, “El burlador de Sevilla y convidado de piedra”, que suele adjudicarse al fraile Gabriel Téllez, alias Tirso de Molina. El la obra de Tirso, precursor de Zorrila, Don Juan se burla de Don Gonzalo de Ulloa en la tumba de este, con sonoros versos:” Aquesta noche a cenar os aguardo en mi posada./ Allí el desafío haremos, si la venganza os agrada,/ aunque mal reñir podremos/ si es de piedra vuestra espada”.
El  convidado de piedra no solo acude, sino que devuelve la invitación al caballero temetrario y bellaco; y, a la noche siguiente, en su capilla mortuoria, la estatua arrastra a Don Juan hasta el infierno, donde el truhán penará eternamente por sus culpas y pecados.

Un espectro aragonés

    Está, sin embargo, olvidado, el espectro que se apareció a Palafox, en los Sitios napoleónicos. Sucede en un poema coetáneo, pues se editó en Londres, en 1811. Lo escribió el ilustre granadino Francisco Martínez de la Rosa, a sus 24 años.

    Según ese ardoroso texto, Zaragoza ha resistido de forma heroica los ataques franceses y está exhausta, “mísera, abandonada, aún gime dolorida”. Los generales Verdier y Lefebvre atacan el 4 de Agosto de 1808, “rompen las hachas los robustos quicios, / caen las herradas puertas, arden los edificios”. Pero se les oponen los vecinos, ayudados por soldados catalanes, “tropas valerosas / que nacer  vieron el Llobregat ameno”,  y el enemigo ha de retirarse, “confuso, perseguido”. La figura de Palafox refulge: “La Victoria, / entre el marcial estruendo lo acompaña. / Miradlo, si, miradlo; repitiendo / el sacro nombre de la madre España”.

    Llega la noche y, con ella, entre truenos, un espectro ilustre: Palafox “temblar sintió bajo su planta / los profundos cimientos del palacio (…) / Se abrió la tierra / y sobre negra nube se levanta / la venerable Sombra de Rebolledo el Grande”. El general –cuyo apellido completo era Rebolledo de Palafox- ve a su antepasado Rodrigo de Rebolledo, tronco de la familia, guerrero victorioso en el siglo XV, quien le anuncia las desdichas que le esperan: “Cuantas plagas, ¡oh Dios!, guarda el abismo / para afligir los míseros mortales (…) van sobre tu cabeza a desplomarse”. Padecerán males horrible “defensores, murallas y edificios;/ lloverá fuego; el hambre, la atroz muerte”, si bien todo ello dará a Zaragoza gloria imperecedera  y su nombre se escribirá “en ígneas letras / allá sobre los cielos esplendentes”, por resistir al bárbaro invasor , manchado “con la inocente sangre castellana”. La profecía –lo parece: repárese en que quedaban aún tres años de guerra- es que de Zaragoza renacerá la nación: “Caerá en expiación. Mas de sus ruinas / se alzará sobre el trono refulgente / la libertad de la española gente”. Palafox jura cumplir su sino. Y, “en éxtasis profundo sumergido / no levantó la faz, hasta que el día (…) / comenzó a disipar la noche umbría”.

    No se bien si un espectro es susceptible de resurrección, pero en el número 40.000 de HERALDO y  a los dos siglos justos del final de aquella guerra, vale la pena intentarlo con Don Rodrigo. Loado sea.

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