¿Podremos? / Pepe Bermejo Latre

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Por Pepe Bermejo Latre
Profesor Titular de Derecho Administrativo, Universidad de Zaragoza

   Una vez concluido el proceso electoral (al Parlamento europeo, ¿a que no lo parecía?) es difícil sustraerse a la tentación de ensayar un análisis predictivo sobre el paisaje político que se empieza a dibujar en España.

   Vaya una primera reflexión sobre el auge de los partidos euroescépticos y xenófobos en países europeos como el Reino Unido, Holanda y, más acusadamente (porque los tenemos más cerca), Francia. Hacía tiempo que la decrépita democracia a la española no nos daba motivos para enorgullecernos de gozarla. A pesar de padecer problemas similares a los de dichos países, la respuesta ciudadana española ha sido ejemplar, sin éxito alguno para las formaciones de tal cariz. No obstante, hay que admitir que la respuesta puede haber estado condicionada por la oferta de nuestro mix de partidos, que tiene relegados a un lugar insignificante (afortunadamente) a dichos grupos. Me corrijo aprovechando la ocasión para introducir un medio chiste: los partidos xenófobos (PNV, Bildu, ERC y CiU) han recabado un millón y medio de votos de los casi 16 millones emitidos, lo que arroja un magro porcentaje y convierte el éxito en una dispersión territorial de motivos “antisistema”.

    Mi segunda consideración tiene que ver precisamente con los motivos “antisistema” que, seguramente, se hallan en la base del crecimiento de IU y UPyD y la emergencia de C’s y Podemos (sin desdeñar a otros neopartidos que se han llevado apreciables, pero insuficientes, masas de votos: Partido X y Vox). Estas han sido unas elecciones propicias para las formaciones citadas: en el ecuador de la convulsa legislatura, sin nada que la ciudadanía considere importante en juego, se ha encarnado una enmienda a la totalidad de un sistema esclerotizado, inmovilista, profundamente insatisfactorio frente a las aspiraciones socioeconómicas de una comunidad, la española, que cada vez resiste menos la tomadura de pelo constante a la que se viene viendo sometida desde que la democracia se hizo mayor (que no madura). El 15-M ha hecho lo que nadie esperaba de él: ha creído en sí mismo y se ha arracimado en torno a una propuesta revolucionaria, dejándose elegir por un líder y beneficiándose de un momento electoral especialmente adecuado a su perfil (por aquello de la circunscripción electoral única). El 15-M/Podemos, sin embargo, acaba de tocar techo, más o menos. Ello a pesar de que todavía quedamos una legión de descontentos lejos de Podemos.

    Dejadme ganar altura para formular mi tercera ocurrencia. La degeneración de la democracia, una democracia que en lugar de evolucionar y mejorar se derramó y encharcó en la ciénaga de la Historia, requiere sacrificios. Hoy no se tratará de sacrificios de sangre, afortunadamente. El sacrificio colectivo que nos exigen los tiempos es el de la generosidad, la pérdida de posiciones de privilegio para los intereses instalados y la conquista de espacios de responsabilidad colectiva para la ciudadanía (algo que es muy esforzado y fatigoso). Igual que sucedió con las dialécticas Iglesia-Estado, Rey-Pueblo, Naciones-Imperio, el debate izquierdas-derechas está anquilosado en un tiempo pasando (sic). En el siglo XX, el debate ha de ser oligocracia-democracia, pero no entre una oligarquía odiosa y una democracia ociosa, sino entre una oligocracia responsable y una democracia consecuente.

    El bipartidismo resistirá si vuelve a conectar con las masas, que no son tan duales. El bipartidismo es necesario y reverdecerá si integra la pluralidad de pensamientos y la opción por las mejores acciones. Podría darse el caso de que un bipartidismo renovado diera lugar a un monopartidismo comprensivo. Esta debería ser la epopeya de nuestra generación, entendernos y aglutirnarnos… ¿Podremos?

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