Por Cristina Beltrán
Ella, es la que no falla.
La conocí hacia el año 1999 en un equipo de trabajo donde el esfuerzo por llevar a las mujeres las nociones básicas de feminismo e igualdad eran reuniones apasionantes…
…pero interminables, siempre llevaba colgada al cuello una virgen del Pilar de oro (para ella era un regalo muy querido), un día me posicioné en el bando de las mujeres a las que nos dirigíamos y le dije mas o menos: «esa moña, para algunas mujeres con las que trabajamos es un fetiche superticioso de nuestra cultura, tanto como para nosotras nos resultan los extraños complementos que ellas llevan» eso hizo temblar los cimientos del equipo; pero resultó un buen método para explicar el término aragonés con el que fui educada para nombrar a las muñecas que me traían los reyes magos de oriente, este ejemplo y otros nos sirvieron para ponernos en el lugar de las mujeres a quienes queríamos llegar.
Utilizamos métodos muy curiosos para desarrollar un trabajo tocando sentimientos y asentando nociones que posteriormente nunca se olvidan.
Sara siempre desde lo público o de forma altruista, se afana muy seriamente para hacer de la diversión y el ocio una formación con mayúsculas. Cierto es, recibía a cambio un salario en una parte de su trabajo, pero hay muchas formas de trabajar y ella siempre lo hace dándolo todo, porque su jornada se multiplica también fuera de horario laboral remunerado.
Desde un servicio municipal, como es el de la Casa de la Mujer, que para muchas pasa inadvertida y sin embargo, desde allí se han sembrado millones de semillas que han germinado en nuestra ciudad y en nuestra comunidad autónoma, sirviendo de referente más allá de nuestras fronteras.
Aprobó su oposición en septiembre del año 90 – el mismo año en el que se inauguró la Casa de la Mujer – Sara entra a formar parte del programa de específicos, de exclusión social. El equipo siempre fue el mismo, aunque cambiando mil veces de nombre. Trabaja en iniciación cultural con grupos de exclusión social, de costura y en el acceso a la universidad para mujeres mayores de veinticinco años, llevando en la rama de ciencias, la diplomatura de relaciones laborales.
El servicio organizó talleres en el barrio de las Delicias, porque era allí donde mayoritariamente vivían las emigrantes llegadas a la ciudad. Estaban en locales de asociaciones porque no había otros, daban a las habilidades sociales, nociones mínimas de las que carecían para desenvolverse y para ponerse en valor así mismas. A éstas clases desembarcaron las Gambianas, a las que había que alfabetizar, enseñar costura, cocina y formación básica para poder trabajar, no tenían dominio del castellano, ni educación alimenticia, no sabían coger el lapicero; al carecer de lenguaje escrito esa capacidad era muy reducida, de una semana a otra se les había olvidado.
Establecían lazos cordiales con las mujeres, de tal modo que un día se encontró en el bus con una de ellas y como no sabía expresarse bien, para saludar a Sara le tocó la espalda y le dijo: ¡cuchara, cucharilla, cucharón!
En las inmediaciones del mercazaragoza, había chabolismo y mujeres excluidas de minorías étnicas. Para ellas se montaron barracones hasta tener otros espacios. Las clases las impartían en el antiguo matadero ya rehabilitado para atenciones de acción social y convertido en el centro Salvador Allende, Sara continuó dando apoyo a las compañeras de costura para hacer alfabetización. Hasta que por fin, a partir del año 95, llegó la Fundación El Tranvía y al mismo tiempo se empiezan a otorgar viviendas protegidas, entonces pasan a dar clases en las infraestructuras de los antiguos tranvías.
Habilitaron pisos en la calle Rioja, en las Delicias, pero no tuvieron tiempo para formarse como trabajadoras, se inventaron materiales. Las mujeres daban a luz y acudían con los bebés. Entonces se coordinaron con la «Fundación El Tranvía» y con los Centros de Salud para impartir clases de habilidades domésticas, cultura, pediatría y puericultura.
Entre los años 95 y 98 trabajó con las mujeres presas en el centro penitenciario de Torrero. Sara únicamente sabía hacer punto de cruz, así que hacía baberos y bolsitas para la merienda. Las mujeres cosían lo que ella confeccionaba y lo pegaban,una excusa para alfabetizar y dar clases de habilidades (Aunque Sara no había oído nunca el nombre de Sakira y las bolsitas lucían con el nombre «Saquira» ¡ las mujeres tan contentas con sus bolsitas!).
En el Barrio Oliver con los grupos de inserción en las mismas áreas de trabajo, además daba sesiones para el acceso a la universidad y expresión oral y escrita. Dentro de ellos el curso de «leyendo a las mujeres» así empezó a preparar un taller de cuentos para desmenuzar …el cómo nos contaron los cuentos, este taller pasa por distintas denominaciones y variaciones según a quien va diriguido hasta llamarse «El cuento, roles y estereotipos en los cuentos de hadas» de sus inicios hace ya unos quince años.
En el «Espacio Mujeres» en Miguel Servet, en el año 2005/6 se abre el aula de informática en cursos sencillos. Sara sabía escribir a máquina, pero tuvo que pasar a reciclarse y aprender a manejar el ordenador para poder dar un curso, ahí se empodera, si ella lo consiguió, todas podrían.
Cursos tan básicos como «aprende a perder el miedo al ratón y al teclado», de cuatro horas. Talleres, entre otros, sobre mujeres creativas en la historia. Allí empezaron los cursos de los cuentos como algo suyo y a trabajarlos con los institutos. Sesiones de un día que, al comprobar la innovación y el interés suscitado en la gente, se adaptaron en extensión a formato de cursos. Para sesiones de un día la preparación era enorme. Fueron cinco o seis años a pleno rendimiento entre el 2006 y el 2012.
En los últimos años se ha dedicado a los grupos y cursos de juego y juguetes no sexistas, saliendo en prensa y campañas que se llevaron a la Coordinadora feminista y a otras asociaciones.
Sara se jubila y este año ya se han quitado, que se lo piensen en el servicio porque es una valiosa y bonita forma de instruir en igualdad a la población. Ha dejado todo preparado para que se continúe trabajando. El material está para utilizarlo, ha costado mucho elaborarlo y lo ha dejado grabado. El curso de cuentos y juguetes no sexistas no se había dado nunca -analizando como ella- no lo hizo nadie.
Su faceta de titiritera la llevó a explicar los cuentos con perspectiva feminista en los institutos para módulos superiores de educación infantil, la formación iba dirigida a profesorado y progenitores, no a los niños. Cuentos de diversidad, igualdad…. lo que se hace es leerlos y escenificarlos.
La otras actividades a las que llama «chorradas» son un lujo de sesiones interesantes para llegar divirtiendo a quien necesita formación, son de acceso a todas las edades, especialmente para las asociaciones que trabajan con familias en exclusión y para niños con distintas discapacidades; las hace con ilusión y cariño involucrando a su familia y a sus amistades, hace poco ha hecho una sesión de cuentacuentos con títeres en la guardería a la que asiste su nieta Dafne, que es una ninfa.
Ahora es su familia, quien la estresa porque la obligan a reposar, ella siempre está dispuesta al abordaje de nuevas aventuras, de maneras distintas para contar cuentos, hacer títeres y confeccionar marionetas. Sara siempre activa, Sara humanista, buena persona y compañera.