Las soldados sin nombre


Por Esmeralda Royo

     Lucy Schwob y Suzanne Malherbe se conocían desde niñas porque sus familias pertenecían al mismo círculo de familias bretonas, liberales e ilustradas que solían coincidir en fiestas y eventos culturales.

    Una vez sabidos sus nombres de nacimiento, vamos a olvidarlos.  Estas artistas francesas dedicadas a la fotografía, fotomontaje, teatro, diseño, ilustración, artes plásticas, ensayo y poesía, pasaron a la historia con unos nombres lo suficientemente ambigüos como para que nadie supiera su sexo.  Fue toda una declaración de intenciones y de vida que Lucy pasara a llamarse Claude Cahun y Suzanne, Marcel Moore, para formar un todo inseparable a pesar del protagonismo indiscutible de Claude.

    Tras un acoso devastador en su colegio de Nantes, en el que por su origen judío  llegó a ser atada a un arbol para ser lapidada, Claude fue enviada a estudiar a Londres a los 10 años.  Esto no era nuevo para la familia ya que su padre fue perseguido por defender, junto a Emile Zola, al militar judío Richard Dreyfuss, acusado falsamente de espionaje tras un complot en el que estaban involucradas todas las altas instancias del poder y que se convertiría en una de las mayores vergüenzas de la historia contemporánea francesa.

     Cuando Claude volvió a Francia, las adolescentes se reencontraron y el efecto fue “como si un relámpago hubiera impactado en sus vidas“.   Nunca se separaron porque, además, en un giro magistral de guión, se convirtieron en hermanastras cuando el padre divorciado de Claude se casó con la madre viuda de Marcel, dando una cobertura perfecta (aunque tampoco la necesitaban) para la convivencia en pareja.

    Durante el periodo de entreguerras vivieron desde Montparnasse el ajetreo surrealista intelectual parisino, formando parte del círculo de André Breton, Buñuel y Man Ray,  además de alinearse con las posiciones más vanguardistas del momento y frecuentar el animado círculo lésbico de la ciudad, pero lejos de etiquetas.  Claude, tras afeitarse la cabeza, escribió:

    – “Exijo la libertad general de la moral, de lo que no es perjudicial para la paz, libertad y felicidad de los demás…¡Masculino, femenino, qué más da! Las etiquetas son despreciables y a mí el genero que más me conviene es el neutro”

    Fundaron la revista “Contre Attaque”, colaboraron en publicaciones radicales y antifascistas, trabajaron en teatro y siguieron con sus actividades artísticas, lo que les llevó a participar en la Exposición Surrealista de París y la Internacional de Londres.

    Tras 15 años viviendo la vorágine parisina, compraron La Rocquaise, una casa en Jersey (Canal de la Mancha), donde llegaron en 1937 para “vivir en tranquilidad”.  No contaban con que en 1939 estallaría la guerra, Gran Bretaña iba a desentenderse de sus islas del Canal y vivirían la ocupación nazi de principio a fin.

    Eran pareja y formaban parte de lo que los alemanes denominaban “arte degenerado” pero, ¿quién iba a sospechar de dos señoras maduras que eran hermanastras y vestían con botas de lluvia y abrigos Burberry?

    Sabían que en las guerras, además de las armas, son importantes los engaños y la manipulación, así que decidieron luchar contra los nazis con la misma resistencia que habían ejercido en tiempos de paz contra las convenciones e imposiciones.

   Infundieron rumores para dar a entender que Jersey estaba repleta de miembros de la Resistencia.  Desde sus máquinas de escribir, Claude y Marcel inventaron códigos y noticias falsas y por la noche deslizaban mensajes, firmados por El Soldado sin nombre, en periódicos, revistas, paquetes de cigarrillos, coches, bolsillos de los abrigos de soldados alemanes y  hasta en alguna que otra lápida bajo la cual descansaba un soldado alemán. “Deponed las armas.  Vuestras familias os necesitan”.

    Durante cuatro años El Soldado Sin Nombre y su organización fantasma siguieron minando la moral de las tropas de ocupación. Producto de su convicción y compromiso llegaron a confeccionar 6.000 mensajes de contrapropaganda y realizaron fotomontajes que hacían pasar por propaganda nazi con mensajes tan contradictorios que acabaron desquiciando y minando la moral de los alemanes. Llegó un momento en que, gracias a estos ardides, el mando nazi en la isla dudaba de la veracidad de las consignas y órdenes que les llegaban desde Berlín. Lograron que Jersey se convirtiera en el lugar con más rumorología entre todos los ocupados por los nazis.  Surrealismo puro en tiempos de guerra.

     Cuando Marcel fue sorprendida colocando un folleto en el parabrisas de un coche alemán, son detenidas por la Gestapo.  Por si esto ocurría, llevaban en sus bolsillo una dosis de veneno que ambas ingierieron, pero la cantidad preparada no era suficiente y sobrevivieron reponiéndose en la enfermería de la prisión.  Recluídas en la misma cárcel pero en diferentes celdas. son condenadas a muerte, aunque el comandante encargado de aplicarla ya sabía que para los alemanes la guerra estaba perdida y no quería terminar su carrera matando a dos mujeres.

    La Gestapo confiscó sus bienes y quemó todos los autorretratos realizados por las artistas pero se olvidó de hacer lo mismo con los negativos, que durmieron casi cincuenta años en el sótano de la intendencia de la isla.  Gracias a ello queda constancia de parte de su obra.

    Claude Cahun, la brillante estudiante de Oxford y La Sorbonne; la mujer que había escrito:  “Llevo una máscara y si me la quito lo que veréis será otra máscara.  Nunca terminaré de mostrar todas las caras“; la gran artista multidisciplinar y surrealista, murió  en 1954.  La dosis de veneno que tomó en 1945 tras su detención, fue insuficiente para matarla en ese momento pero le dejó graves secuelas.

    La tímida Marcel Moore, autora de la mayor parte de las fotografía en las que Claude posaba, se suicidó 18 años después.

    Permanecieron voluntariamente en un segundo plano de la creación artística y se dedicaron a ella en “su jardín secreto para crear una aventura invisible”, lo que no impidió que años màs tarde fueran inspiración para artistas como David Bowie en sus performances, diseñadores de moda como  la casa Dior, defensores de la emancipación femenina o partidarios de la indefinición de géneros.

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