Una bibliotecaria “asectaria e integral”


Por Esmeralda Royo

    En Galicia no hubo batalla alguna ni frente de guerra entre 1936 y 1939.

    Los historiadores coinciden en que lo que allí se produjo fue el ejemplo más evidente de lo que pretendía el golpe de estado: el exterminio de la población civil y militar fiel a la República. En ese periodo se perpetraron 4.699 asesinatos, de los que el 70 por ciento fueron consecuencia de los tristemente famosos “paseos“  de los sublevados y el 30 por ciento restante por ejecución inmediata tras emitirse sentencia de  muerte. Ni siquiera es válida la excusa de que fueran una venganza por la violencia previa ejercida sobre sacerdotes, terratenientes o personas de ideología conservadora porque aquélla nunca tuvo lugar en Galicia.

    Sin otros argumentos, siempre se podía decir aquello tan traído como “algo habrían hecho” y en el caso de la pedagoga y bibliotecaria madrileña Juana Capdevielle San Martín, era cierto.  No solo había hecho algo,  sino que había hecho mucho. 

    Alumna de Sánchez Albornoz y Ortega y Gasset en Filosofía y Letras, fue compañera de María Zambrano y pertenecía a la llamada “Edad de Plata española”. Se contagió de la efervescencia intelectual durante la II República en un tiempo en el que como contaba la periodista Josefina Carabias: “Ya se ven en el Ateneo tantas mujeres como hombres y las viejas sabihondas que alternaban con Unamuno han desaparecido”.

    Tras completar sus estudios en Alemania, Bélgica, Francia y Suiza, regresó a España dispuesta a aplicar lo que allí había aprendido y una de sus primeras iniciativas  fue la de encargarse, junto a Pío Baroja y Ramón J. Sender, de organizar en la universidad las primeras jornadas sobre pedagogía sexual.  Todo un reto y un escándalo.  Una joven intelectual acompañada por Baroja, a quien no querían en la izquierda pero tampoco en la derecha, y Sender, que se debatía entre el comunismo y el anarquismo.

    Como si supiera que no iba a tener mucho tiempo para realizar las tareas que se había propuesto, su trabajo en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos fue titánico, convirtiéndose en la primera mujer Jefa de Biblioteca en una universidad española, así como Jefa  Técnica de la Biblioteca privada del Ateneo de Madrid. 

   Para que los enfermos hospitalizados pudieran tener acceso a la lectura, puso en marcha el servicio circulante de lectura para pacientes, tomando como modelo el que ya existía en EEUU.

    Se encargó del traslado de las viejas y dispersas bibliotecas a la nueva Ciudad Universitaria madrileña.  Se da la circunstancia de que el edificio sería destruído en una de las batallas más cruentas de la guerra y los libros empaquetados bajo su supervisión serían usados como parapetos en la defensa de Madrid.

    Estuvo en el centro de implantación de la Clasificación Decimal Universal o lo que es lo mismo, el código de numeración y ordenación de las bibliotecas públicas.

    A petición suya, el grupo teatral La Barraca, dirigido por Federico García Lorca, realizó en la Biblioteca del Ateneo la que sería su última representación: “El Caballero de Olmedo” de Lope de Vega.

    Efectivamente, Juana Capdevielle “había hecho algo”.

     Cuatro meses antes del golpe de estado se casó con el joven profesor universitario, abogado y político gallego Francisco Pérez Carballo, de Izquierda Republicana, amigo personal del que sería Presidente del Consejo de Ministros, Santiago Casares Quiroga.  Tras el triunfo del Frente Popular, sería designado gobernador civil de A Coruña y Juana lo acompañó a Galicia.

     El 18 de julio de 1936, tras defender atrincherado, junto a un pequeño grupo de Guardias de Asalto y voluntarios, la sede del gobierno civil, es apresado, sentenciado a muerte y fusilado solo seis días después en las proximidades de la Torre de Hércules.  La misma suerte correrían los otros tres gobernadores civiles gallegos y 170 alcaldes.  Pérez Carballo tenía 25 años.

    Cuando Juana Capdevielle se interesó por el paradero de su marido, la Guardia Civil le comunicó que se encontraba bien y que, sabiendo que estaba embarazada,  irían a recogerla para que pudieran visitarle en la cárcel. Era un engaño y lo único que pretendían era localizarla.  Fué detenida, encarcelada y le entregaron la carta que su marido había escrito para ella antes de su fusilamiento.

    Juana, has sido lo más hermoso de mi vida.  Donde esté y mientras pueda pensar, pensaré en tí.  Será como si estuvieramos juntos.  Beso tu anillo una vez cada día.  Te quiero.

    Paco.

    Para Juana Capdevielle, mi querida esposa. 

   Viernes, 24 de julio de 1936.

    5 de la madrugada.

    Sufrió un aborto en la cárcel y tras liberarla le comunicaron su inmediata deportación. Alguien tuvo que mostrar su desacuerdo con esta medida y consideró  que Juana Capdevielle era merecedora de un mayor castigo y así se hizo.

     Fue asesinada el 18 de agosto de 1936, el mismo día y de la misma forma que Federico García Lorca.  Ella en Rábade (Lugo) y él en Granada. Víctima, como tantos otros, de lo que se conoce como “terror caliente” de aquel triste verano, su cadaver, acribillado y con un vestido color verde apagado, sería encontrado en una cuneta de la Nacional VI.  Tenía 31 años.

     Un día después se produjo en A Coruña el gran saqueo de universidades, bibliotecas y domicilios particulares (entre ellos, el de Santiago Casares Quiroga) y tuvo lugar la primera gran quema de libros seleccionados por un sacerdote apellidado Maseda.  Las playas de A Coruña, a la que seguirían otras ciudades españolas, fueron testigo de cómo “la inmundicia escrita se pierde en el mar”.  Algunos de esos libros, de gran valor por su antigüedad, no fueron quemados y pasarían a ser propiedad de conocidos falangistas locales y profesionales de la rapiña para venderlos al mejor postor.

     Juana Capdevielle, protagonista del cambio en las bibliotecas universitarias para convertirlas en un servicio moderno y con proyección social, fue definida por todos los que la conocieron como “Asectaria e integral. Su espíritu se nutrió tanto de izquierdistas como de conservadores que tenían algo en la cabeza”. 

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