Dolor y supervivencia


Por Esmeralda Royo

    Cuando en 1903 se concedió a Pierre Curie el Premio Nobel, amenazó con rechazarlo si no lo compartía con Marie, su esposa y colaboradora. El francés ejercía la generosidad, cualidades que no acompañaban a otros científicos.

   Otto Hahn ignoró a su colega Lise Meitner, descubridora de la fisión nuclear, en el discurso de aceptación del  Nobel de Química y Rosalind Franklin no vivió para saber que su descubrimiento de la estructura del ADN sería silenciado por los que lograron el premio siguiendo su trabajo.

   No hay razón para restar méritos a científicos por el simple hecho de que puedan comportarse fuera de los laboratorios con el egoismo de cualquier ser humano, pero tampoco las hay para seguir ocultando a mujeres para mayor honor y gloria de aquéllos.

   Es el caso de la física y matemática Mileva Maric, ejemplo de dolor y supervivencia.

    Nacida en la Serbia austro-húngara, su padre observó temprano sus aptitudes para la música y las matemáticas, peleó para que fuera aceptada en el Colegio Real de Zagreb y más tarde, en el Instituto Politécnico de Zurich donde estudió medicina, matemáticas y física.  Única mujer en una clase de seis alumnos, obtuvo la calificación máxima en física aplicada, superando incluso a uno de sus compañeros, Albert Einstein, que quedó fascinado por su inteligencia y perseverancia.

   En 1897 se traslada en solitario a Heildelberg para estudiar con Philipp Lenard y allí presenta trabajos sobre el efecto fotoeléctrico. La fecha y el contenido de los mismos serán decisivos para que en el futuro se reivindique la importancia de la ciéntifca serbia.

Su vida empieza a torcerse en 1901 cuando, presionada por sus docentes y círculo social, interrumpe el éxamen de licenciatura y la tesis doctoral al quedar embarazada.  Poco se sabe de su hija Lieserl pero todo parece indicar que murió a las pocas semanas de nacer y que Albert Einstein, el padre de la niña, no llegó a conocerla.  No obstante, se casaron dos años más tarde a pesar del rechazo de la familia de él porque, además de ser cuatro años mayor (“Una vieja bruja demasiado intelectual. Y además, coja”), Mileva no era judía ni alemana. 

    Durante años se dedica al hogar y a la crianza de sus hijos, Hans y Eduard, mientras por la noche trabaja en la mesa de la cocina en varios proyectos junto a su marido, que la necesita para los cálculos matemáticos en los que Mileva era especialista.

   Cuando en 1912 se entera de la infidelidad de Albert con Elsa Löwenthal, prima de él, amenaza con abandonarle pero acaba resignándose. Tiene dos hijos pequeños y su situación económica no le permitiría salir adelante en solitario.  En este momento queda patente que el nivel intelectual y el de generosidad para con su familia de Albert Einstein, no están a la par. La obliga a trasladarse a Berlín, donde vive Elsa, y para poder seguir conviviendo y guardar las apariencias, le impone unas condiciones que deja por escrito: Lavar, planchar, servir las comidas tres veces al día en su cuarto personal (que siempre estará limpio y en orden), renunciar a cualquier tipo de relación personal (salvo las necesarias por cuestiones sociales), no esperar afecto, abstenerse de hacer reproches y no dirigirle la palabra si no era para contestar cuando él le hablaba. 

   Al estallar la I Guerra Mundial, Mileva marcha a Suiza para proteger a sus hijos, mientras que Einstein, que ya era un físico de prestigio, permaneció en Berlín.  Acuerdan separarse definitivamente y le presenta un acuerdo de separación que demostraba tanta empatía como los acuerdos de convivencia anteriores.  Si bien quedaba constancia de que le daría la suma económica integra si conseguía el Nobel (no ocurriría hasta 1921), había una advertencia: el acuerdo quedaría invalidado si revelaba cualquier participación en los trabajos que habían compartido. 

    Durante todo ese tiempo Mileva sobrevive primero en una pensión y luego en un pequeño piso dando clases particulares de música y matemáticas, además de ocuparse de sus hijos, sobre todo del pequeño, Edouard, que desde la niñez había presentado síntomas de esquizofrenia. Cuando, tras muchas hostilidades y amenazas, el dinero del premio llegue a sus manos, compró un edificio de apartamentos que le permitieron vivir con cierta holgura.  El resto se destinará a pagar los costosos internamientos de su hijo.

   Mileva Maric falleció en 1948 a los 72 años de edad como consecuencia de una embolia tras uno de los muchos episodio violentos de Edouard, no solo sin recibir reconocimiento alguno, sino habiendo sido silenciada hasta el ostracismo (que suele tener rostro de mujer). 

   Hubo que esperar a la década de los 80 para que se hicieran públicas las cartas que intercambiaba el matrimonio y en las que Einstein hablaba de “nuestro trabajo” y“nuestra teoría”.  En la más explícita de ellas, escribe: “Cuán feliz y orgulloso estaré cuando los dos juntos llevemos nuestro trabajo sobre el movimiento relativo a una victoriosa conclusión”.

    Igualmente se publicaron sus trabajos científicos, ignorados deliberadamente hasta ese momento para no perjudicar al considerado genio por excelencia. Gracias a ellos queda evidencia de que fue coautora de algunos estudios y artículos firmados por Albert Einstein en solitario.  Mileva luchaba para que su marido gozara de reconocimiento y era consciente de que si esos trabajos eran firmados también por una mujer, perderían valor para la comunidad científica.

    La Teoría de la Relatividad comienza con la tesis que Mileva escribió y presentó a la supervisión del profesor Weber cuando estudiaba en Zurich, pero conviene recordar que Einstein no consiguió el Nobel por esa teoría, sino por la interpretación del efecto fotoeléctrico, que ella estudió durante su etapa en la  Universidad de Heildelberg de la mano de Philip Lenard.

   Albert Einstein, misógino reconocido, detestaba a las científicas, especialmente a Marie Curie (“esa mujer incapaz de escuchar el canto de los pájaros”), y dejó escrito: “Muy pocas mujeres son creativas.  No enviaría a mi hija a estudiar Física. Estoy contento de que mi segunda mujer no sepa nada de ciencia”.

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