Un corazon helado


Por Esmeralda Royo 

Era ella osadía de vida / que cae y se levanta / que es derribada y se alza / de nuevo. Desde el barro / se alza y sobre su debilidad / trepa encaramada a sí misma. / Lola es su altura / erguida en sus resurrecciones / que fueron y seguirán siendo / aun después de su partida.

 Fco. Javier López Martín

       Una vez conocida  su historia, la fotografía que muestra juntos a los jóvenes Dolores González, Enrique Ruano y Francisco Javier Sauquillo es como un puñal clavado en la memoria colectiva española.

    La vida de Dolores González estuvo marcada por un tiempo que, si bien tuvo que ser de esperanza, a ella le pasó por encima sin dar respiro y tregua. No una, sino dos veces

    Esta “niña bien” del franquismo, estudiosa y siempre con un libro en la mano (incluso en los veranos playeros de Santander), comenzó a interesarse por la política cuando todavía estudiaba en las teresianas, desde posiciones cristianas que luego abandonaría.

    Eligió estudiar Derecho sin estar muy convencida pero enseguida sintió que ese era su lugar en el mundo.  Además de comenzar a militar en el Frente de Liberación Popular (FELIPE), conoció al que será su novio, Enrique Ruano y a Francisco Javier Sauquillo. Los tres son inseparables y los dos chicos serán famosos en la Facultad por las competiciones que mantenían para comprobar quién sabía más sobre el marxismo. 

    En los 60 había revueltas universitarias y tenían lugar las primeras huelgas, pero la sociedad española era sociológicamente franquista. Había asumido el miedo y eso le llevó a sentirse relativamente cómoda con la dictadura de la misma forma que luego se sintió cómoda con la democracia.

     A finales de enero de 1969 y cuando ya hablaban de boda, Lola y Enrique fueron detenidos  por, según la policía, repartir propaganda en la Plaza de Castilla, algo que Lola siempre negó.  Se había proclamado el estado de excepción en Euzkadi, llamado por algunos (entonces e incluso ahora) vascongadas. Ana Fraga Iribarne, la hermana “roja” del ministro, que fue detenida tres veces por pertenecer a CCOO, había acogido en su casa a dos jóvenes vascos.  En el momento de la detención, Lola tenía en el bolso las llaves de ese piso y sólo confiesa a qué domicilio pertenecen cuando está segura de que los jóvenes ya no se encuentran alli.

    La policía decide llevar a Enrique y no a Lola al registro de la vivienda.  Ya no se le volverá a ver con vida.  Tras dispararle, la Brigada Político Social, lo arrojó desde el séptimo piso del número 60 de la calle Príncipe de Vergara.  Actuaron de la misma forma que habían hecho con total impunidad seis años antes con el líder comunista Julián Grimau. 

La versión oficial, publicada en exclusiva por ABC, fue que Enrique Ruano se había tirado por la ventana y para probar sus intenciones suicidas, adjuntaba un supuesto diario del joven del que nunca se pudo probar su veracidad. Cuando el padre de Enrique intenta pedir explicaciones, se encuentra con la amenaza del ministro Fraga: “Recuerda que te queda otra hija”. Hubo que esperar hasta 1996 para que fuera declarado como asesinato político.

    La Universidad se paraliza, se producen movilizaciones de protesta, varios intelectuales apoyan la tesis del crimen y el gobierno, presidido por Carrero Blanco, declara, por primera vez en la dictadura,  el estado de emergencia en todo el país.  Dolores vive ajena a todo porque entró en una profunda depresión y en su primer “manto de silencio”. Tenía 23 años y jamás le abandonará la tristeza aunque  decidió entenderse de nuevo con la vida. 

    Francisco Javier Sauquillo nunca se separó de ella y no tardan en convertirse en pareja y compañeros en el despacho de abogados laboralistas de la Calle Atocha de Madrid dirigido por Manuela Carmena.

    El 24 de enero de 1977, tres pistoleros de extrema derecha irrumpen de noche en el despacho y, tras ordenarles que levanten las manos y se pongan en la pared, abren fuego. El cuerpo malherido de Javier cayó sobre Lola, que había recibido un disparo en la garganta. Ella, aunque malherida, trata de taponarle las heridas pero él morirá al día siguiente.

     El gobierno permite que el ilegal Partido Comunista organice y se haga cargo de la seguridad en el multitudinario adiós que se rinde a los cinco coches fúnebres que desfilan en absoluto silencio y orden por las calles de Madrid.

     El atentado marcará definitivamente la Transición española pero la vida de Lola vuelve a paralizarse por el dolor del alma y el calvario de operaciones a la que se ve sometida.

    Era muy crítica con la forma en la que se había hecho la Transición, sus relaciones con Santiago Carrillo y otros dirigentes comunistas eran nefastas, aunque siempre militó por lealtad en el P.C.E. y  no comulgaba con el pragmatismo de antiguos compañeros que luego tuvieron cargos públicos o electos. Simplemente le habían destrozado la vida.

     Presidenta de Honor de la “Fundación Abogados de Atocha”, se alejaba de cualquier protagonismo aunque cada 24 de enero era requerida por algún medio de comunicación.  Sólo los más allegados sabían que, cuando el dolor la doblaba, prefería refugiarse en el mar de Santander en vez de acudir al homenaje anual que se dedicaba en Madrid a los asesinados.

     A Lola todavía le quedaba por vivir otra muerte a finales de enero que bien pudo significar su liberación: la suya.  El 30 de Enero de 2015, ella y su marido, José María Zahera, son encontrados muertos en su domicilio “en extrañas circunstancias”.  En realidad, enferma de cáncer, se dejó morir de inanición.  En el pasillo de  la casa yacía el cuerpo de su marido.

     Como escribe Javier Padilla, autor del libro “A finales de Enero”: “Si vas a un editor con esta biografía te dirá que la historia no se la cree nadie.  Pero esta historia es real”.

    Cristina Almeida dijo:  “A Lola se le helaba el corazón a finales de enero.”.

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