Miguel Labordeta: 50 años de su muerte: su obra como planisferio, poemapa del Universo.


Por Édgar Valdemar Rojo

    Su poesía se nutre del deseo de indagar en el Ser con mayúsculas (idea planteada por el filósofo Heidegger), entendido este como el origen total que rige la vida y lo cósmico, un orden superior que lo ordena todo.

    Su obra cierra el círculo de ese infinito desde todos los ángulos de un planisferio, entendidos como un arriba (el cosmos, las estrellas, el anciano astral, la fuerza que guía o no el destino del ser y de la totalidad), el abajo (la sumersión abisal representada en imágenes acuáticas, en el buzo, en los niveles más profundos del ser y su reino descendente a lo más profundo de su interioridad del subconsciente); la derecha y la izquierda que son los ejes del ayer y del futuro. Así de forma circular, a lo largo de sus poemas se representan estos cuatro ejes. En sus poemarios se inicia esta búsqueda de una totalidad que envuelva el misterio del existir para consumirse en la desaparición, se despierta la duda de que se pueda trascender o no el final. En el recorrido que vamos a trazar por sus diferentes poemarios vamos a analizar esta búsqueda de un sentido del S(s)er:

 

SUMIDO 25 (1948):  

El yo lírico se muestra asombrado ante un mundo que no siente como suyo, en el que es extranjero de lo real. Se busca la identidad del yo en un sentido introspectivo vinculado a lo ontológico, idea que nace ya en los primeros versos de su obra ante la pregunta: “Dime, Miguel ¿quién eres tú?”, es una reflexión nacida en el poema “Espejo”, constituye un mirar en el rostro vacío el reflejo de lo que no somos o tal vez seamos; una identidad existencial que tal vez no resida solo en nuestra materialidad. Es una pregunta en la que se desdobla el yo poético para auto-auscultarse, buscando saber qué sentido tiene el ser, quienes somos y si todo lo recubre la desaparición, buscando saber cuál es nuestra identidad de existente frente a la posibilidad de la nada

La muerte supone la fusión con el Ser (del que antes señalábamos como esa totalidad que rige la existencia del yo y de todo lo que rodea universo.  “Elegía a mi propia muerte” habla de sí mismo como si fuera otro, vislumbrando la muerte de Miguel (de sí mismo) desde fuera, lo hace con un lenguaje que nos permite intuir su dolor existencial, acaecido al no haber hallado el sentido que justifique el viaje de vivir. Surge el deseo de huir de una realidad dura, vacía, negadora del amor, dominada por la violencia de las negaciones vitales. Nace el deseo de fundirse en el cosmos, ser aniquilado en su totalidad, ser disuelto con el todo del universo indescifrable “Dentro de millones de años/ encontremos su pulpa de cuadrúpedo en el Totem de una gota de lluvia que ansíe dulcemente aniquilarse.

Dime Miguel: ¿quién eres tú?

[..]

¿qué dioses hermanaron tu conducta de nadie?

Y tus sueños ¿hacia qué lejanos ojos

han conseguido hondos de fracasadas copas

donde sorbiste el trance de la culpa? (Labordeta, 2015: 7).

        El yo se autoindaga en las regiones más insondables de su realidad más profunda, siente que los otros desconocieron su auténtico ser. Sabe que si acabara su vida los demás estarían lejos de poder entrar en el templo cerrado de su verdad, aquella que toda persona guarda en lo más profundo de sí mismo. El poema muestra la frustración ante el hecho de que el yo sea desentendido, desconocido en toda su dimensión doliente, existencial, vital.

 

Una de las constantes de su obra poética es el anhelo de huida del decorado de la civilización, de sus leyes e imposiciones sociales, del peso de la historia y su destrucción del hombre libre y de la sociedad utópica. La muchedumbre aparece en “Puesto que el joven azul de la montaña ha muerto”. Es tratada como representación de la deshumanización. Deseo de huida, de un orden donde no ha triunfado ese amor total que citaba en Elegía como la voz de otro. Es el homo Viator presente ya desde su primer libro. Se manifiesta el deseo de alejarse de un mundo insolidario. Nos plantea la huida de un orden social opresor, que ha construido una sociedad basada en el progreso pero que ha conllevado la ausencia de existencia del yo otro que no ha podido realizarse:

Puesto que el joven azul

de la montaña ha muerto

es preciso partir.

Antes de ser golosamente asesinados

en los crepúsculos de la gran ciudad.

Antes de que las muchedumbres tristes de los “metros”

invadan el templo del sol

definitivamente seducidas

por la noche de los trenes                             

es preciso marchar

Desnudos y ásperos. Inigualables.

Y al partir preguntar por nosotros

indagar por nosotros

auscultar por nosotros

por nosotros mismos recordar

si tal vez se existió

y que una dulce soledad

nos responda en grave despedida. (Labordeta, 2015: 16).

 

En otros poemas de otros libros también será deshumanizada la muchedumbre sumisa a un orden vital unificador con el recurso de la animalización, aparece representados como gorilas. Se hace presente el esperpento de Valle Inclán en poemas como.  “Anocherer del piloto” (Transeunte central). Se produce una deformación de la realidad para captar lo más brutal de esta, lo más deforme que no percibimos en la forma gastada en la costumbre de asumir lo que vemos como normal, cuando su verdadera constitución es de opresión, dominación y falta de humanidad:

¿Sabéis qué fue del Mundo y de su estertor azul por las colinas?

¿Sabéis qué fue del mi amor perdido en las trompetas?

“Yo agonizaba bajo los estruendos

de la Caballería.”

¿Sabéis qué fue de la sangre

qué soñaran las estrellas

en cada segundo de poético olvido?

¿Sabéis qué fue de las rosas vivas

que besaban las dulces muchachas

en un atardecer de abril?

[…]

“Las urbes incendiadas

.se desmoronaban en el vientre

.de los niños apuñalados.”

¿Sabéis quién creó la palabra y el odio?

¿Sabéis el por qué de las blasfemias y las adoraciones.

“Los oleoductos desenterrados

calcinaban a las jóvenes esposas

y las muchedumbres de los gorilas

implantaban el terror

desde lo alto de las catedrales desvanecidas”. (Labordeta, 1972: 166-168)

Hay imágenes zoomórficas para retratar un expresionismo del yo que no se reconoce a sí mismo, pero en la deformación alcanza quién es o quien no es y debería ser, produciéndose “objetivaciones zoomórficas tales como «escarabajo de la tiza», kafkiana imagen del propio Miguel camino de su clase diaria, fugaces autorrepresentaciones de sí mismo como ser anónimo y despersonalizado” (Calvo Carilla, 2014).

 El yo lírico se proclama: “Desnudo entero”, esa falta de ropaje es la del alivio que cubra su desnudez existencial, ante la que proclama: “¿Para qué nacimos?”. Labordeta retoma el concepto del Dasein, del no ser, idea planteada por Heidegger. Naciendo el deseo de indagar en el Ser (heideggeriano), que se representa con mayúsculas por ser el orden total que rige la vida y lo cósmico. La duda de si es posible o no este u otro tipo de trascendencia, se intenta aproximar al silencio de Dios (Al igual que en la obra de León Felipe, Dámaso Alonso, Blas de Otero). La meditación sobre la muerte es uno de los temas principales de la poesía de Miguel Labordeta, una escritura poética en la que la concepción del tiempo de Heidegger está presente de manera destacada: «Elegía a mi propia muerte», «Asesinados jóvenes» y «Agonía del existente Julián Martínez». Para reconstruir el sentido filosófico de su obra debemos partir del concepto heideggeriano del Dasein, que se sustenta en la idea de que el «ser» como existente sale de sí mismo para proyectarse hacia el mundo, hacia un futuro desenlace que se concreta en la muerte. “Dasein” es también el título de un poema en el que el poeta se ve como un «ardiente imperfecto», el yo lírico se muestra herido por la conciencia del tiempo, por el vacío ontológico del ser. El poeta se define en términos del Dasein: su esencia radica en la Existenz, y se pregunta

por el sentido del ser (Sinn des Seins). Esta lucha introspectiva forma parte de una crisis espiritual y existencial sobre la que se sustentará la propuesta poética de sucesivos textos:

 

Ardiente imperfecto,

me deshabito

en el internado brutal de las metamorfosis.

Se diría que todo

fue una dolorosa mentira:

El amor y la vida,

la música y el árbol,

lo distante y mi entraña

ida entre la intensa búsqueda

de esta honorable tarde difunta. (Labordeta, 1994: 111).

 

En «Hombre sin tesis» la crisis surge debido al conflicto entre la angustia vital ante la nada y la posibilidad de una esperanza trascendental. Hay sedimentos del cristianismo que se contraponen al nihilismo y a la queja desgarrada ante la posibilidad de la nada:

 

Hombre sin tesis

heme aquí desconchado

en los hoyos del ser consumido

esperando letárgico ese volver atrás

de la ceniza pura en los imaginarios buzones

que llamamos tiempo

o plasmar mudo del olvido.

Heme aquí llamando a Dios

por teléfonos oscuros

de mis centros impalpables. (Labordeta, 1994: 89)

 

 

VIOLENTO IDÍLICO (1949):

Hay una indagación en el pasado, en el que se fue, señas de identidad del yo que se ha ido, Diálogo con el libro anterior, espejo del quién es o fue, heterónimos que discuten ese amor total y su posibilidad.  El desasosiego existencial es el mismo de Sumido 25. Se trata de un existencialismo intuitivo. El yo lírico reflexiona sobre sus más íntimas contradicciones y el conflicto interior sufrido por sus desajustes ante la falta de sentido que encuentra la realidad cotidiana: en sus horas de dolor e insomnio; ante los sinsentidos de la vida por la falta de encontrar el amor idealizado y siempre esquivo, perdido entre la multitud, extranjero de la realidad, a la salida del fútbol, de un cine o de una boca de metro, la muchedumbre como fuerza de inercia de ese destino sin sentido final. En “Plegaria del joven dormido” se pregunta a las estrellas, símbolo del universo y su posible sentido de algo superior que la ordene, si hay o no un infinito más allá de nuestra desaparición:

Hermanas Estrellas:
¿Me escucháis?
¿Oís el palpitar de mi ardiente manantial tronchado
indagando su fervor de precipicio
en este planetario estío
de hermosura sin faz?
Vosotras, mis hermanas mayores:
¿qué sabéis?
¡Decidme! ¡Habladme del sentido del abismo
todo futuro sido en el espacio curvo!
Contadme, mis hermanas gigantes,
contadme que fueron las borrascas nebulosas
preñadas de gérmenes dulcísimos
y de terribles olvidos sepultados
hacia una furiosa potencia en carne viva
devorándose a sí misma
en silencio y hormiga
labio y galaxia o brisa
siempre muerte resucitada
¿Lo sabéis? ¿Sabéis a dónde iré yo?
¿Sabéis a dónde iréis vosotras,
mis lejanas hermanas?
¿Sabéis a dónde irá todo
cuando el Ojo Secreto
se aniquile en burbujas de Luz?
¿O no tendremos fin? (Labordeta, 1972: 132-135).

 

Sigue siendo esencial la búsqueda de la identidad ontológica del ser, quién es el yo frente a la inmensidad del tiempo y del cosmos, ante su silencio eterno, ante la ausencia frente al infinito. Por eso los heterónimos permiten cuestionar la verdad del yo, ser todos aquellos que dejamos de ser al constituir nuestra subjetividad. Para entender, como afirmaba Pessoa, que en nuestra alma habita una multitud de otredades que han sido silenciadas por nuestro yo, director y anulador de esas otras posibilidades identitarias que dejamos de ser. Los heterónimos dialogan entre sí, olvidando al yo, director de ese coro de voces otras. Destaca a este respecto la intervención heteronímica de Nerón Jiménez. En “Nerón Jiménez contesta al mensaje de Valdemar Gris”. Afirma que dimite del mensaje de amor total de Valdemar Gris, desea aniquilarse, no ser. El primero de los heterónimos supone una voz nihilista en la que se rebate a otras de las voces poéticas, entre otras a la de Valdemar Gris, que hacía una exaltación de la posibilidad del amor como salvación de la destrucción social y existencial:

 

Hambriento de amor Total,

no quiero vuestro memo sucedáneo idílico.

Renuncio. Os devuelvo mis harapos.

Dimito de esta vida.

Te devuelvo tu mensaje, Valdemar Gris.

No ha surgido aún el Alba

en que tu palabra solar sea escuchada.

No surigrá jamás, nuncaquizá.

Acaso todo fue un sueño, una mentira.

Un delirio de astros-voluntades-instintos-protoplasmas-glogistos.

Un ardor incontenible de hielo

que se ha de acuchillar mutuamente

hacia una definitiva sima soterrada

en los vacíos planetas destruidos.

Mientras os ponéis de acuerdo

preparando las víctimas futuras,

yo me invado total, (Labordeta, 2015: 65).

El oxímoron “ardor incontenible de hielo” revela esa lucha interior en la que la oscuridad de la falta de redención del ser humano mediante el amor ha sido vencida por la falta de esperanza, solidaridad. De ahí que se recurra a imágenes que contrastan, fijan la lucha entre las dos fuerzas opuestas, acaeciendo la dominación de la posibilidad destructiva sobre la construcción de otra posible sociedad mejor. En su poesía se siente el golpe de la belleza ante el dolor, la dignidad existencial de quien sabe que la poesía implica una revisión a las bifurcaciones de la vida de aquello que no fue, lo que buscamos y no apareció en nuestro viaje vital. El dolor ante el camino que nos alejó de lo que deseábamos. La violencia contra la realidad desde la necesidad de los sueños da lugar a imágenes de gran intensidad, a la belleza de la forma del pensamiento que con su música dolorida resuena en nuestra alma:

 

Yo inicio lentamente mi danza neolítica

[…]

florecido ya en olvidos

como adoración ardiente de incumplidos futuros

en un exacto rendimiento del morir,

hoguera de mis sueños de guijarro y de río

[…]

Con despojada voluntad

de cumbre. (Labordeta, 2015: 95).

El grito que aparece mencionado en el poema recuerda la pintura de Munch de título homónimo: “Pero no grito. No canto. No convoco./Sólo soy el violento joven desconocido/que en los viejos puentes del suburbio/sorbe en silencio su melancólica nostalgia”. Como en la obra pictórica citada se recurre al expresionismo al gritar la deformidad que no vemos, violentarla con un lenguaje que nos coloque ante lo más agresivo de la realidad contra el yo. La violencia verbal del grito es su única defensa activa frente al desafío de una realidad que oprime, borra y aniquila al yo libre que el yo poético no pudo alcanzar.

Hay una Posible conexión de ese yo no alcanzado con algunos personajes presentes en su teatro En Oficina de Horizonte se nos ponen de manifiesto todas las características del ideal de ser humano que según Labordeta deberíamos alcanzar: las «Mansiones Azules» que abraza el protagonista-hombre (Ángel), asiéndose a través del grito desesperado del abandonado en lo alto del faro. Indagación de personaje-hombre que se nos ha ido esparciendo como semillas de su sueño de un hombre mejor a través de los numerosos «alter ego», con sus múltiples transformaciones poéticas: Valdemar (rebelde por amor), Nerón Jiménez (huracán), Nabuco (alma de mártir, expresión de la justicia), y del personaje femenino con el cual desea vivir y compartir.

 

TRANSEUNTE CENTRAL(1950):

El yo abandona el enclaustramiento de su cárcel introspectiva, abre las rejas de su interioridad dolorida por la soledad vital y existencial para salir al espacio de los otros, a la sociedad ante la que se plantea la posibilidad de la hecatombe. Transeúnte central nos ofrece una mayor presión ante la idea del paso del tiempo. Sin embargo, del problema metafísico esencial y existencial que era central en los libros anteriores, se produce una inflexión hacia lo social, lo humano más concreto, centrado en un aquí y un ahora; ya que, frente a las estrellas y el cosmos tan presente en la búsqueda trascendental de poemarios anteriores, pasa a ser central el camino de una subjetividad lírica que se va a ubicar en lo terrenal. El poeta ha puesto los pies sobre la tierra para caminar por el mundo y sus ruinas de la utopía.

 

 

            “Círculo mortal” implica la disolución del ser en diferentes elementos como la nube, el mar, el astro, la pavesa e incluso en animales. Cuando el ser se identifica con uno de ellos se nos indica que este querría ser otra cosa, al llegar a ser dicho elemento sucede de nuevo la cadena en la que el segundo elemento querría ser otro diferente de lo que es y así sucesivamente generando un proceso de disolución de las verdades, de la esencia de lo real para formar parte de lo informe, aquello previo a las formas, a la generación material de estas en el universo, es una pre-verdad anterior a la realidad cósmica, un viaje de regreso a un momento anterior al inicio del cosmos:

Ser perdida pavesa del astro fugitivo

(gota de agua que tiembla quería ser el astro)

Ser gota de agua que tiembla bajo los terremotos de silencio

(tremendo mar quería ser la gota de agua que tiembla).

Ser tremendo mar potente cielo amargo

(el mar tremendo quería ser nube luz constante9.

Ser nube sollozo inquebrantable por el viento

(la nube quería ser helecho y raíz calma).

Ser helecho brotando a la solar aventuras

(el helecho quería ser pez implacable distancia de la sangre).

Ser pez grito gemido ya hacia el beso

(el pez quería ser pájaro-vuelo hacia las profundidades de un cielo sin caricias)

Ser pájaro añorante inmerso entre las rosas

(el pájaro quería ser mamíferos de breve corazón palpita)

Ser mamífero plantando sus pezuñas en las colinas del anochecer

(el mamífero quería ser sonrisa bajo la cálida tiniebla)

[…]

Ser pensamiento-luz embargando el confín de las tristezas

(el pensamiento-luz quería renunciar a sus congojas hundiéndose en el vértigo del tiempo)

El vértigo del tiempo ansiaba ser olvido

(olvido-olvido-olvido, todo posible ya) (Labordeta, 2015: 110-111).

 

 

LOS SOLILOQUIOS (1969): Último libro publicado en vida del autor.

– Su última etapa se acerca a las corrientes de la poesía visual. Participó en la exposición “Poesía fónica y, visual concreta” organizada por Julio Campall. Los blancos, los silencios, las palabras pasan a ser objetos, se objetivizan, cosifican, sin renunciar al significado previo, sino que (como afirmara Pérez Lasheras (Lasheras, Saldaña, 2014) lo acentúan, aunque deslexicalizándolos de alguna manera. Hay una disposición tipográfica: el discurso de adelgaza, espacios en blanco que son recreación visual de un yo adelgazado, borrado. Se anuncia la búsqueda de nuevos caminos, como afirmará en una entrevista a Alfonso Zapater, declarando que busca crear poemapas (El poema principal de esta poesía-mapa es “El planisferio del alquimista Zosimo” en el que el alquimista trata de modificar la realidad con la palabra poética, capaz de una nueva imagen transformadora del mundo racional, una mirada libre, cósmica, creativa, generada desde la imaginación libre.

PROYECTO FINAL:

Los soliloquios y Autopía forman parte de un nuevo camino creativo en el que hace suyo el sentimiento de una generación vencida. El poeta debe dimitir de su condición de existente ante el holocausto de la opresión contra el verdadero yo oprimido y borrado por la Historia y sus dominaciones anuladoras, por eso se prepara para morir en sacrificio del mundo. Escrito en 1951, la censura retrasó 10 años su publicación. En estos nuevos poemas camina por los mitos de su universo personal, abriendo el círculo a los demás. Sigue presente el anhelo de eternidad: abandono del fluir de conciencia de libros anteriores, disolución del yo, su desaparición es unión con el todo, pero sobre todo el poeta se siente víctima, marginado, solitario, sufridor. Debemos reflexionar sobre su mensaje de búsqueda de un sentido en el ser y en cosmos. Así Calvo Carilla resume esta idea de forma poética y brillante:

 

“El mundo interior de cada ser humano, representado por las ideas y los sentimientos, tenía que formar parte de un todo espiritual superior, tal vez de la misma luminosa sustancia de la divinidad, que terminaría perpetuándose en una especie de eternidad sideral («Formamos parte quizás de un misterioso encantamiento en el Tiempo-Pensamiento… y del que solo poseemos algunas rotas llaves…, restos que algún auténtico místico o algún raro artista, vislumbra vagamente en la inmensidad de su media noche de su éxtasis». (Calvo Carilla, 2014: 4).

 

 El existencialismo ha configurado un nuevo orden de pensamiento en el que la sensación del vacío invade la conciencia del ser. El «ser» se presenta aislado ante la nada, habitando sin remedio un cuerpo destinado a la muerte. Hay una irreductible sombra proyectada sobre el absurdo que lo asedia en su trayecto vital. El vértigo existencialista surgido tras la pérdida de las verdades dogmáticas da lugar a una poesía meditativa. El poeta, que es consciente de la temporalidad de la existencia, se siente dominado por la angustia, por la náusea sartreana que invade la conciencia del «ser». La voz del poeta debe enfrentarse a la realidad de la muerte, en su tránsito por las sombras de la duda debe elegir entre aceptar el impulso ontológico de salvación proporcionado por la fe que planteaba Kierkegaard o aceptar que el hombre es un «ser» destinado a la muerte, como afirmaba Sartre.

 

 

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BIBLIOGRAFÍA:

Calvo Carilla, José Luis (2014). “Un poeta rebelde y desencantado”, Ínsula, nº 810, junio.

Labordeta, Miguel (1972) Obras completas, Zaragoza, Javalambre.

Labordeta, Miguel (1994): Donde perece un dios estremecido. Ed. de A. Pérez Lasheras y A. Saldaña.

Zaragoza: Mira Editores.

 

 

 

 

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