Colchón de púas: “Suspiros de España”, Rey de los pasodobles


Por Javier Barreiro

     Casi todos convendrán en que el género de música popular español por excelencia es el pasodoble.

    Y no sé si ahora una encuesta entre expertos tendría el mismo resultado que la realizada por el semanario Nuevo Mundo en 1930 a varios compositores españoles, con motivo de la Fiesta del Pasodoble. Preguntados sobre las tres mejores piezas del género, la vencedora en el cómputo fue “Suspiros de España”, que obtuvo nueve votos, mientras que la segunda, “La Giralda”, quedose con cuatro. Los nombres de quienes la votaron otorgan más realce a esa decisión. Fueron: Manuel Penella, Francisco Alonso, Modesto Romero, Ricardo Villa, José María Acevedo, Federico Moreno Torroba, Rafael Calleja y Cayo Vela. Y veamos con qué se descolgó ese último:

 “Álvarez es para mí el Albéniz del pasodoble, armonizado maravillosamente y, como su título refleja, un sollozo en que se juntan de modo admirable el romanticismo y la elegancia”.

    El maestro Penella aún fue más explícito:

“Entre ese y los demás que se han escrito hay una grandísima diferencia. Diferencia de técnica, de sentimiento y de españolismo. Ningún otro pasodoble puede compararse a aquel, tan español, tan inspirado, tan perfecto y tan original”.

    Y por cierto que Penella ya había homenajeado a su pasodoble favorito, cuando escribió “En tierra extraña” para Conchita Piquer, que ésta estrenara en 1927. Como casi todos recordarán, la letra, después de describir la nostálgica cena de españoles en Nueva York, hacia el final, reza: “…mas, de pronto, se escuchó un gramófono sonar. ‘Callad todos’  -dije yo- y un pasodoble se oyó, que nos hizo suspirar”… A continuación suenan los acordes de “Suspiros de España”, con lo que la llantina es general.

    El pasodoble por antonomasia fue una marcha –el origen del género-, que se estrenó sin letra en 1902. Mariano Sanz de Pedre cuenta que su autor, pianista y director de la orquesta del Café España de Cartagena, lo compuso en un descanso de su actuación, acuciado por los amigos de su tertulia, que discutían acerca de la inspiración y la técnica. El músico defendió esta última maestría y lo demostró escribiendo en una mesa del café la partitura en el transcurso de dos breves lapsos de quince minutos. Al final del programa, lo interpretó al piano. Cuando a la salida se discutió sobre la conveniencia de adjudicarle un título, fue la casualidad de pasar ante una pastelería que, como especialidad, tenía unos bartolillos o bocaditos de nata, la que decidió al maestro a bautizar su composición con el nombre que el confitero daba a su producto “Suspiros de España”. Otros cuentan la misma historia cambiando los nombres del café –que sería La Palma Valenciana- y de la pastelería, que tendría el nombre de la nación. Fuera como fuese, “Suspiros de España” quedó ahí, como rey del género.

     El compositor, Antonio Álvarez Alonso, había nacido en Martos (Jaén), el 11 de marzo de 1867. Huérfano muy pronto, un tío materno lo adoptó y, vistas sus aptitudes, a los nueve años lo envío a Madrid para ingresar en el Conservatorio, donde estudió armonía con Rafael Hernando, piano con Dámaso Zabala, órgano con Ignacio Ovejero y composición con el célebre maestro Arrieta, director a la sazón del Conservatorio.  En todas las asignaturas brilló y en seguida, empezó a trabajar como director de varias compañías de zarzuela y pianista de concierto, incluso llegó a acompañar en alguno de ellos al legendario Sarasate. Parece que el órgano era una sus mayores competencias como instrumentista. Durante un breve periodo, residió en las Islas Madeira como organista titular en la catedral de Funchal, pero no le debió probar el clima y pronto regresaría.

     Como la mayor parte de los músicos de su época, su principal dedicación como compositor se dirigió al triunfante género chico, para el que escribió varias decenas de obras, muchas de ellas en colaboración. Como director de una compañía de zarzuela llegó a Cartagena en 1897, donde decidió establecerse, ya que recientemente se había separado de su mujer, la aristócrata cántabra Gumersinda del Río Cevallos, matrimonio que resultó harto fugaz. En la ciudad murciana, disolvió la compañía y formó una orquestina con la que dio conciertos en el Café de la Marina y en el Café-Restaurante España. En 1902 ganó el primer premio del concurso de composición que se había convocado con motivo de la jura de Alfonso XIII. Marcha solemne para la coronación del rey Alfonso XIII, que fue estrenada el 24 de mayo de dicho año en el Teatro Real. Muy pocos días después, el 2 de junio, víspera del Corpus, la Banda de Infantería de Marina interpretaba “Suspiros de España” que, en su partitura, viene catalogada como “marcha popular” y está dedicada al ayuntamiento cartagenero.

     Apenas sobrevivió el maestro poco más de un año a su pasodoble ya que el 22 de junio de 1903 una angina de pecho se lo llevaba del mundo.

      La composición de Álvarez fue ganando terreno poco a poco. A partir de 1908 aparece frecuentemente en los programas de concierto como marcha para piano, denominación que conservará, pero, a partir de 1917 se la empieza a citar como pasodoble. Su despegue se produce en los años veinte en los que numerosas orquestas, bandas y pianistas lo incluyen en su repertorio. Fue la Banda Real de Alabarderos la primera en llevarlo al disco en 1909 pero hubieron de pasar diecinueve años para que apareciese otro registro. Fue al poco de la aparición de sus acordes en la citada composición de Penella cuando la Banda Municipal de Barcelona lo registró en una pizarra marca La Voz de su Amo (1928). Su popularidad es tal que Bodegas Los Ceas lanza un vino con su nombre: “Suspiros de España, el vino de las damas”. Y lo que es más pintoresco, a una de las primeras marcas de máquinas aspiradoras que se comercializaron en España a principios de los años treinta también se le otorga ese nombre.

 

   Fue esta popularidad la que, seguramente, provocó que un sobrino del maestro Álvarez, con su mismo apellido le colocara una letra –la que comienza: “Siento en mí triste emoción”- , que grabó nada menos que la inmensa mezzosoprano Conchita Supervía en un disco Odeón  (SO7723 184289) registrado el 28 de mayo de 1932. Pese a la excelencia de la versión, mayor popularidad logró Estrellita Castro al cantarla en la película homónima rodada en Alemania por Benito Perojo, que se estrenó en España a finales de 1939. A partir de aquí, decenas de versiones: Lolita Sevilla, Paquita Rico, Rosita Ferrer, Manolo Escobar, Plácido Domingo –estos dos últimos con la letra original-, Rocío Jurado, Dyango, Rosa López, Diego El Cigala…

        Quiérase o no, “Suspiros de España” ha provocado hondas emociones a multitud de españoles, que, según muchos testimonios, se intensifican fuera de la patria. Desde que el 30 de diciembre de 1931 dos barbastrenses remitieran una carta al diario Heraldo de Madrid, proponiendo este pasodoble como himno nacional, otros muchos han pensado lo mismo y quien recurra a youtube verá que prosiguen los comentarios en esa línea.

      Montero Alonso habló con conocimiento de la “suprema elegancia triste” de su música pero su capacidad de suscitar la emoción va más allá de la tristeza, la evocación y la elegía. Es, como la de Chopin o Satie, música del alma.

Fragmento del film homónimo en el que Estrellita Castro interpreta el pasodoble

El blog del autor: https://javierbarreiro.wordpress.com

 

 

 

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