David Bendicho: Bosque Etéreo

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Por Jesús Soria Caro.

    Bosque Etéreo es un viaje al interior de las zonas más oscuras del yo poético. Este nos invita a avanzar por sus recodos, a perdernos en las profundidades de lo inconsciente, en las zonas más oscuras de sí mismo que deben ser recorridas en un viaje por el paisaje de sus dudas, negaciones, obsesiones, pasiones e intensidades.    En el prólogo ya se nos anuncia:

   Este bosque de pensares y de dementes delirios, debe concebirse como un aullido de lobos condenados en la oscuridad de un cataclismo maldito. (Bendicho, 2016: 13).

    Se nos recuerda que en esta zona boscosa de lo introspectivo van a aparecer diferentes yoes, cada uno personifica las diferentes voces del sujeto poemático, sus verdades enfrentadas, las visiones contrapuestas que implican la dialéctica interior a la que todos nos enfrentamos, ya que reflexionar sobre cómo vemos la realidad implica contraponer diferentes perspectivas para alcanzar la mejor reflexión y su posterior decisión en el ámbito existencial. Cada una de estas miradas o perspectivas de sí mismo que entran en debate o confrontación son definidas como:

   La mente de un loco en la que hay una orquestación por una sinfónica en la que cada instrumento lo toca un integrante que atraviesa la cuerda floja de la vorágine de una mente. (Bendicho, 2016:13).

   El poema inicial que abre esta mirada hacia las zonas abismáticas de ese paisaje mental es “Una mirada hacia lo oscuro”, en el que se alude a que la realidad es una visión de sombras, al igual que en el mito platónico de la caverna solo vemos una perspectiva limitadora de esta:

¿A quién le importa

que el humo tape nuestra visión,

si por más y más que miramos,

la desidia del mirar

no ve y se pierde no viendo;

entre la penumbra de los que no ven

y entre la claridad de los que intentan mirar? (Bendicho, 2016: 17).

    Ese bosque es parte casi de un continente de realidad más amplio en el que quedan comprendidos tanto los mares de lo interior como las fortalezas inexpugnables en cuya prisión está encerrada la herida de la realidad inalcanzable. Esta permanece atada a las cadenas de la Historia, la que impone lo que debe suceder, la que se opone a lo poético, que es una verdad otra que debería haber sucedido. Por eso el yo lírico tras abandonar el bosque de sus negaciones se encuentra ante los océanos de su desesperación, horizonte infinito en el que:

Navegando sin barco

Por desiertos de ceniza

donde cristalizan el éter

en rara miscelánea gris

Aún siento las gotas de lluvia

sobre mi alma y el vacío (Bendicho, 2016: 22).

    Ese recorrido es una travesía por un bosque entre lo arbóreo y laberíntico del amor, la indagación en el yo nos conduce al tú que ha sido creado como objeto de deseo, un rostro de lo ideal que es un espejismo, un fantasma de nuestro deseo, en el que el sujeto poético debe conducirse por esas zonas perdidas hacia la verdad que le libere de la idea que ha dibujado su pasión, fuego que incendia el bosque de sus intensidades y que conlleva:

Cruzar el bosque

donde un día todo calló.

Llegar a las puertas

dejando atrás el jardín.

Caminar por los mil senderos

que evaporan nuestra esencia.

Deshacerse de lo físico

y condenarte a tu ser (Bendicho, 2016: 26).

   En este viaje a lo más profundo de lo introspectivo hay una sensación de errar, recorrer zonas de vacío del interior, para así saber que nuestra alma también está cubierta de desiertos de silencios, de zonas cuyo paisaje se recubre de la nada:

Paso tras paso

hacia ninguna parte

recorriendo el camino,

que no se recorre.

Espejismo de luces

holograma de consciencia (Bendicho, 2016: 28).

 

    El ser que es paisaje de sí mismo se reconoce dualidad, bifurcación de otredades que le alejan de su centro, caminos hacia fuera de la unidad de sí mismo que es múltiple, quedando escindido, fragmentado en versiones identitarias opuestas:

 

Dos pilares, dos portales,

dos mundos

Dimensiones diferentes

que convergen

en mi sinuoso ser.

Dos guardianes tras el valle.

Dos sombras tras de mí

[…]

No más dualidad correteando

por mi alma (Bendicho, 2016: 46).                                                    

 

    En ese bosque reside un territorio de duda, del que se nos alude mediante las sombras, lo que de nuevo simboliza una negación o una carencia de luz (lo que sería una metáfora lumínica de connotaciones vinculadas a la esperanza). Además, se recurre al círculo, símbolo de la unión de pasado y futuro en esa repetición de lo más sombrío del yo, su paisaje de oscuridades y certezas no encontradas:

El tupido bosque de la duda

siembra fértil espesor en la arbolada.

Incómodo mi ser,

observado tras los árboles.

Sombras dueñas del futuro

que con poder y desdén

entrelazan los destinos

de los círculos venideros.

con las supernovas

de las explosiones de ayer (Bendicho, 2016: 49).

 

    “Titán de ceniza” retrata a la amada como un río que desde el paisaje del tú pasará a ser afluyente en el mar interior del yo poético. Por lo tanto, son dos realidades introspectivas que han entrado en confluencia, contraste, choque, dando lugar a un orden de unidad donde el yo y el tú son una unidad pero escindida, paisaje de mundos opuestos, ecosistema de interioridades que no pueden llegar a encontrarse debido a sus diferencias:

 

Resquebrajaron mi alma

las lágrimas de aquel río,

que de tu mirar brotó.

Arroyos vivientes

que poblaron la nada.

Lúgubres escondrijos

que exploraron mi ser (Bendicho, 2016: 56).

            El autor nos presenta la fábula poética de un escorpión que, pese a la soledad, la destrucción, la nada de sentido vital, se creó un corazón, pero hastiado de no encontrar el sentido de su vida a través del amor se clavó el aguijón sobre sí mismo, sin embargo, más allá de su vacío nunca se rindió, siempre siguió buscando: 

Hace mucho que no caza.

Su aguijón ya está seco y oxidado.

En toda la llanura desolada

sin almas que la llenen,

tan solo el chirriar de sus patas

de acero suena.

Sin alma, sin vida y con hambre

sigue luchando.

No se rinde, pues ya sin agua,

busca y busca.

Hay quien cuenta,

que no tiene corazón;

otros que nació sin él

y él mismo se creó uno,

pero un día cansado,

decidió arrancárselo

y clavarle su propio aguijón.

Sea como sea, perdido en la perdición

de no encontrarse,

no se rinde.

Su cuerpo al rojo vivo por el sol

y aún así busca y sigue buscando

la esperanza de buscar… (Bendicho, 2016: 60-61)

    Hay una desintegración de la identidad del yo que acaece al ser este consciente de que no es quien debería haber sido, que en ese bosque que es lo más profundo de sí mismo no se ha encontrado con su yo otro que era el que formaba la parte libre de sí mismo. Este ha sido reemplazado por un yo habitante de la angustia vital ante las decepciones existenciales y personales, del dolor ante la nada, por eso nos anuncia:

Quizás sea un monstruo atormentado

por el no ser que soy (Bendicho, 2016: 67).

    Esta autodestrucción del sujeto poemático debido al dolor le lleva a la conciencia de la nada. Todo ha surgido del desarraigo existencial, al traspasar el itinerario del bosque de su dolor, dudas, preguntas, ausencias, negaciones, llegando a la conclusión de su muerte interior, por eso anuncia:

No solo soy huesos de la carne,

que fue carne de la nada,

que fue nada del dolor,

que fue dolor de un segundo,

un segundo que murió.

Hoy soy éter para el humo,

humo para la noche. (Bendicho, 2016: 68).

   En ese bosque, en el que al final se nos intensifica la idea de que es el de su alma, se proclama que germina la oscuridad: “Bosque que en mi alma creces/y en mi cuerpo germinas oscuridad/reflexión, traición y agonía”. El yo muere en su bosque de interioridades: “yo me ahorco en ti/me ahorco para ti”. Se anuncia el final que nos avoca al silencio (última sección vacía del poemario) que tras la circularidad que convoca la naturaleza y sus ciclos deberá ser el inicio de nuevas formas del yo, liberadas ya de ese paisaje de dolor, angustia, destrucción. Desaparece ya esa selva de autodestrucción para surgir un yo nuevo.

 

Bendicho, David (2016): Bosque Etéreo, Huella digital, Zaragoza.

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