POESIA: Juan Gelman visto por el escritor y crítico Julio Ortega

JULIO ORTEGA profesor de literatura fotos viviana morales el mercurio fotos para revista libros 23.03.2004

JULIO ORTEGA
profesor de literatura
fotos viviana morales
el mercurio
fotos para revista libros
23.03.2004

Por Julio Ortega

   En sus memorias, Gabriel García Márquez recuerda “el diario hablado del profesor José Pérez Doménech, que seguía dando noticias de la guerra civil española doce años después de haberla perdido.”

  1. Gelman y la voz rota del exilio

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      En sus memorias, Gabriel García Márquez recuerda “el diario hablado del profesor José Pérez Doménech, que seguía dando noticias de la guerra civil española doce años después de haberla perdido.” La conciencia de derrota fue otra lección política que los españoles republicanos forjaron y, a veces, transformaron, como ocurre con el utopismo de Juan Larrea, de estirpe visionaria y cultural; y con la respuesta de María Zambrano y José Bergamín, quienes recobraron, desde el exilio, un lenguaje restitutivo, esencial y poético. Paralela, aunque de otro orden, es la conciencia de derrota que los exiliados argentinos y chilenos dirimieron frente a la violencia de la “guerra sucia” en Argentina, y ante la destrucción del gobierno democrático de Salvador Allende. Juan Gelman había de proseguir su batalla perdida más allá de las peores noticias, convirtiendo a la derrota en un lenguaje que la asumía para excederla. Gelman perdió a su hijo en la “guerra sucia” y su nuera desapareció embarazada. Después de haber sido secretario de prensa de los Montoneros en Roma, renunció al partido, por la vía inversa a la lógica de la violencia, y dedicó muchos años a la búsqueda de su nieta, no hace mucho finalmente localizada en Uruguay. El país es otro, los generales asesinos fueron a la cárcel,  pero la cruzada de Gelman, tanto como su poesía, reveló las estaciones del luto, ese via crucis del purgatorio, que el exilio preserva como un pensamiento  del escándalo. La pérdida, al final, no es la de una batalla sino la de los países, que asumiéndose como otros, eligen la cura de sueño del perdón y el mercado. Por eso, algunos de los que regresaron, como el chileno Armando Uribe Arce, hablaron desde la orilla extrema de los muertos a muerte.  

    En la voz fracturada de Gelman aparece la subjetividad a flor de piel del exilio latinoamericano como tragedia: su desborde verbal ardiente, su intimidad dolorosa, su exasperación ante la sociedad mercantil, y su desasosiego con la política. No menos importante es su erosión irónica, cuando no satírica, del oficio literario y sus pasiones superfluas. Todos somos, al final, exiliados, parece decirnos, sólo que en las furias del lenguaje unos terminan en la otra orilla, buscando recuperar la voz. En el exilio Juan Gelman forjó, sin embargo, un espacio súbito de horizonte habitable: el regusto por lo cotidiano, el humor y el amor de la pareja, la amistad como fruto del tiempo fidedigno, y la poesía de los afectos, que late y respira como un cuerpo salvado de la historia por amor de las palabras.

  1. Juan Gelman a duras penas 

    Juan Gelman (1930-2014) debe haber sido el poeta contemporáneo que asumió más que otro alguno la violencia de su país y su tiempo. Sufrió en carne propia la desaparición de sus seres queridos, y entre las cortes de justicia y la prédica de los derechos humanos, buscó desentrañar la memoria y los huesos de sus muertos, y recobrar a su nieta secuestrada. Sólo la poesía y la solidaridad le permitieron sobrevivir la tragedia. Su poesía fue una conversación con sus hijos, hecha en el habla de una intimidad lúcida y desolada. Pero fue también un desentrañamiento del lenguaje en cuyos registros, fronteras, dicciones y desnudez buscó a los suyos y los encontró hechos palabra. La poesía, sin hipérbole, le salvó la vida. No en vano habló largamente con la obra de Vallejo, en castellano y también en sefardí. En su Arte Poética escribió: “Nunca fui dueño de mis cenizas, mis versos, / rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte.” 

¿Cómo se reconoció en diálogo con la poesía?

    Soy el único argentino de una familia ucraniana que emigró de la URSS en 1928. Boris, mi hermano mayor, me recitaba a Pushkin en ruso cuando yo tenía 4 ó 5 años. No entendía una sola palabra, pero el ritmo y la música de esos versos me causaban una extraña felicidad. Durante años acosé a mi hermano para que me recitara a Pushkin una y otra vez y creo que allí nació mi fascinación por la poesía. Luego vinieron las lecturas. Nunca termina uno de hacerse poeta.

  A sus lectores les gustaría seguramente conocer su biblioteca, esa ilusión de un árbol genealógico. ¿El poeta, inventa a sus precursores o, más bien, imagina a sus lectores?

   En mi biblioteca de poesía se entremezclan clásicos como el Dante y Shakespeare, místicos como San Juan de la Cruz y Sor Juana, poetas provenzales anónimos del siglo XII y XIII, Quevedo, Góngora y Garcilaso, modernistas –digamos- como López Velarde y Lugones, surrealistas como Eluard y Breton, vanguardistas,  poetas que me marcaron, como César Vallejo y Raúl González Tuñón. Allí los poetas jóvenes viven con Blake, Hölderlin, Ossip Mandelstam, Pavese, Neruda, Maiakovsky, Drummond de Andrade, Borges, Octavio Paz, Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Ezra Pound, Eliot, Zanzotto y tantísimos otros. Hay poetas que imaginan a sus lectores. No es mi caso. Creo que cada poeta busca lo mismo que buscaron sus precursores, como decía Basho. Y hay efectos que iluminan causas, que dijera Lezama Lima.

 ¿Se ha encontrado a sí mismo en su propia voz? ¿O la voz es siempre la de otro, la imagen en el espejo del lenguaje?¿Qué es primero, la imagen o el ritmo?

    El que escribe es otro, desconocido para uno mismo, sorprendente para uno mismo. Habría que abolir el mundo para escribir poesía. Lo primero, para mí, es la obsesión. Ella impone el ritmo cuando la imagen llega.

 ¿Le ha tentado alguna vez la necesidad de formular una poética? O de alguna manera ¿su poesía es una reflexión sobre el poema?

    Un poeta crea su poética en sus poemas. Algunos logran formularla teóricamente y los envidio.  Parece que me atengo a una suerte de fábula rusa que una vez me contó mi madre: un arañita ve pasar a un ciempiés y lo detiene. “Dígame, señor ciempiés, ¿cómo hace usted para caminar? ¿Avanza con las 50 patas de la derecha y luego con las 50 de la izquierda? ¿O  una y una, o 10 y 10 o 25 y 25”?. El ciempiés se detuvo a reflexionar y nunca más caminó.  Cada poema, ajeno o propio, es una reflexión sobre la poesía.

 ¿Frecuenta Ud. la primera persona? ¿O prefiere dejar el «yo» a los novelistas? Puede, en definitiva, el lenguaje representar al «yo» asignándole una identidad cierta?

   Difícilmente comienzo un poema en primera persona, aunque ésta –no el “yo”- a veces aparece en el decurso del poema. Maiakovsky decía que su “yo” expresaba el de millones de personas. Quién sabe.  Como usted bien dice, el lenguaje puede otorgar una identidad cierta al “yo”. Hace al “yo”.  

 ¿Qué sintonías cree Ud. haber establecido con otros poetas y escritores de su país y su lengua?¿Cómo definiría la opción de pertenencia de su obra?

    Con la llamada “generación del 20”, en especial con Raúl González Tuñón, y con grandes poetas del tango como Homero Manzi. Y luego, Borges, Bioy Casares, Juan L. Ortiz, Andrés Rivera, Osvaldo Soriano, Jorge Boccanera, Sarmiento, Echeverría, Daniel Moyano, Enrique Molina, Olga Orozco, Francisco Urondo, Rodolfo Alonso, Edgar Bayley, Francisco Madariaga, Miguel Ángel Bustos, Joaquín Gianuzzi, y más. La otra pregunta: no pretendo dar ejemplos ni lecciones con mi obra, y supongo que pertenece a la poesía en castellano.

 ¿Qué papel, si alguno, le concede Ud. al poema entre las formas de discurso que se disputan hoy el significado de nuestro plazo en este globo?

    La poesía no se pelea con ninguna otra clase de discurso. Es. Viene del fondo de los siglos, ninguna catástrofe natural o fabricada por el hombre ha podido extinguirla y sólo desaparecerá cuando el mundo acabe.

 

Julio Ortega (Perú, 1942). Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima, y publicar su primer libro de crítica, La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al «boom» de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánicos y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadalajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirige las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert. Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz: «Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso.»

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