Italia: Ninfa de luz 


Por José Joaquín Beeme

     Despliega Tinísima una fina red de correspondencias, amores, complicidades.

Por Jose Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
 

     Identificación de mujer a mujer, biografías y voces traslapadas (la princesa polaca y la proletaria triestina, la intelectual engagée y la militante instintiva), Elena Poniatowska  anduvo diez años tras las huellas de la ragazza de Udine —que también ha embrujado al piamontés Pino Cacucci—, al punto de manifestar su total ensimismamiento con la tragedia íntima de aquella italiana legendaria mientras excavaba en los cascotes del terremoto del 85. Inquietante fuereña, tan seductora como cortejada, rebuenote cuerpo de deseo, Assunta Modotti (alias Rosa Smith Saltarin) fue mujer indómita de muchos hombres: Robo de l’Abrie Richey, poeta bohemio de San Francisco con quien casó y compartió secta angelina; el activista cubano Julio Antonio Mella, por cuyo asesinato (mandato del dictador Machado) sufrió una farsa judicial; Edward Weston, su maestro de las formas, de la sensibilidad y el revelado; el estridentista Pepe Quintanilla, joven aristocrático que morirá tuberculoso; el fogoso Hernández Galván, general de la Revolución; Diego Rivera, para quien posó desnuda a despecho de la furia Lupe Marín; Xavier Guerrero, indio pétreo y abnegado comunista, ayudante en los andamios del exuberante muralista; Vittorio Vidali, el comandante Carlos Contreras del V Regimiento, en cuyas filas sirvió como enfermera del Socorro Rojo en un Madrid bombardeado, intérprete luego en Valencia para el II Congreso en Defensa de la Cultura, y ayudante de Norman Bethune, pionero de la transfusión sanguínea ambulante, en la holocáustica evacuación de Málaga, experiencias todas que, en su desgarro extremo, la indujeron a una casi mudez, al envejecimiento prematuro y al abandono total de la fotografía. Descubridora del joven Álvarez Bravo, llegó a exponer bajo el patrocinio del ideólogo del muralismo, el ministro Vasconcelos. Su Graflex y su Korona, que llevaba en el regazo como a los hijos que nunca tuvo, recreaban los rostros humildes del campesino, la sabiduría de las mujeres de Juchitán, las texturas del arte primitivo, los símbolos de un México «empistolado y deslumbrante». Sin afeites esteticistas, sorprendiendo pacientemente el trabajo de la luz. Pero las urgencias y la servidumbre del naciente fotoperiodismo, unidas a la pérdida de la inocencia política tras una ciega obediencia estalinista, la hundieron en una amargura de la que no supo o no quiso levantarse.

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