Por Jesús Sainz
Las armas nucleares se clasifican en dos tipos, estratégicas y tácticas. Las primeras son de largo alcance (5.500 kilómetros o más) y gran potencia (hasta 100.000 kilotones). El kilotón es una medida de la producción de energía y, por lo tanto, del poder destructivo. La potencia de las bombas arrojadas sobe Hiroshima y Nagasaki fue de 15 y 20 kilotones respectivamente.
Jesús Saínz Maza
Científico y Coordinador de la Sección
Las armas nucleares tácticas no tienen una definición precisa, pero generalmente tienen un alcance de hasta 500 kilómetros y una potencia entre 0,1 y cientos de kilotones. Los países con armas nucleares, China, Corea del Norte, Francia, India, Israel, Pakistán, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos poseen un total de unas 13.000.
Rusia y EE. UU. tienen el 90% del arsenal nuclear. Pueden lanzar 3.200 bombas nucleares estratégicas utilizando misiles intercontinentales con un alcance de al menos 5.500 kilómetros y otras 5.000 que pueden lanzarse con bombarderos.
Una guerra nuclear total podría acabar con la humanidad, pero un escenario más probable, según los expertos en política exterior, sería un conflicto nuclear de escala limitada utilizando las bombas atómicas tácticas de corto alcance. Estas bombas de menor intensidad tienen impactos devastadores, aunque en radios menores.
Tipos de armas nucleares.
Existen diferentes tipos y tamaños de armas nucleares. Tienen en común que, cuando explotan, desencadenan una reacción de fisión. La fisión es la división de los núcleos de átomos pesados en átomos más livianos, un proceso que libera neutrones. Los neutrones entran en los núcleos de los átomos cercanos, los dividen y desencadenan una reacción en cadena. El resultado es devastador. Fueron bombas de fisión, también conocidas como bombas atómicas, las que destruyeron Hiroshima y Nagasaki en Japón. Las armas nucleares modernas tienen un potencial de destrucción mucho mayor. Las bombas termonucleares, o de hidrógeno, usan el poder de la reacción de fisión inicial para fusionar átomos de hidrógeno dentro del arma. Esta reacción de fusión genera aún más neutrones, que crean más fisión, que crea más fusión, y así sucesivamente. El resultado es una bola de fuego con temperaturas que igualan el calor del centro del Sol. Se han probado bombas termonucleares, pero nunca se han utilizado en una guerra.
La prueba nuclear más potente: La Bomba Zar
La prueba nuclear más potente la hizo la Rusia de Nikita Jrushchov (entonces llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas o URSS). Lanzó la llamada Bomba Zar de 50.000 kilotones en 1961 sobre la isla Severny en el círculo polar ártico. La potencia inicial era de 100.000 kilotones, pero se desactivó parcialmente por miedo a que fuera excesiva. Se diseñó el bombardero Tupolev Tu-95 para lanzar el dispositivo desde 10 kilómetros de altura. La bomba se lanzó con un paracaídas para retrasar su descenso y dar tiempo al bombardero y su escolta a escapar antes de la detonación. A los tripulantes se les dijo que tenían un 50 por ciento de posibilidades de sobrevivir (escaparon por muy poco). La bomba se detonó a 4 kilómetros de altura para disminuir el daño en la superficie de la Tierra. La nube en forma de hongo fue de 40 kilómetros de ancho en su base y casi 96 kilómetros de ancho en su parte superior. Todo lo que estaba a menos de 60 kilómetros de la detonación se vaporizó, y el daño severo se extendió a un radio de 250 kilómetros, suficiente para aniquilar por completo la ciudad más extensa de la Tierra, incluidos los suburbios. La bola de fuego de 8 kilómetros de ancho que produjo fue repelida por la fuerza de su propia onda de choque y no hizo contacto con la tierra. Pese a ello, muchas ventanas, en las lejanas Noruega y Finlandia, quedaron destrozadas. Todos los países del mundo condenaron a Rusia (URSS) por la absurda temeridad de la prueba.
Efectos de las armas nucleares
Estar en la zona cero de una explosión nuclear significa la muerte instantánea. Por ejemplo, un arma nuclear de 10 kilotones, similar al de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, mataría inmediatamente al 50 % de las personas en un radio de 3,2 km de una detonación terrestre. Una detonación aérea tendría un radio de explosión aún más amplio. Los incendios, la exposición a la radiación y otras lesiones serían devastadoras causando muchas muertes.
Se recomienda que todas las personas que tengan conocimiento de una explosión nuclear, ya sea por comunicaciones oficiales o visualización de la detonación, se trasladen a un sótano o al centro de un edificio grande y permanezcan allí durante al menos 24 horas para evitar las horas donde la lluvia radiactiva es más intensa.
Con carreteras y vías de tren destruidas, hospitales arrasados y médicos, enfermeras y socorristas muertos o heridos en la zona de la explosión, habría pocas opciones para traer suministros o personas para ayudar a los afectados. Además, los supervivientes llevarían polvo radiactivo y tendrían que ser descontaminados antes de ser atendidos.
Los incendios causados por la explosión inicial serían devastadores. La tormenta de fuego generada en Hiroshima cubrió 11,4 kilómetros cuadrados. La radiación es la consecuencia secundaria más importante de una explosión nuclear. Las bombas de fisión lanzadas sobre Japón crearon lluvia radiactiva local, pero las armas termonucleares modernas lanzan material radiactivo a lo alto de la estratosfera (la capa media de la atmósfera de la Tierra), lo que permite la lluvia radiactiva global. El nivel de lluvia radiactiva depende de si la bomba es detonada en el aire o en el suelo. Si es detonada en suelo, limita el impacto global, pero es devastador para el área inmediata; Si es detonada en el aire, la lluvia radiactiva tiene un efecto global mayor.
Los supervivientes expuestos a la lluvia radiactiva tienen una gran probabilidad de sufrir cáncer. Los hospitales especializados en Hiroshima y Nagasaki han tratado a más de 10.000 supervivientes de las explosiones de 1945, y la mayoría de las muertes en este grupo se atribuyen al cáncer. Las tasas de leucemia en las víctimas expuestas a la radiación fueron de cuatro a cinco veces superiores a lo normal, según la Cruz Roja.
La radiactividad y la lluvia radiactiva tendrían graves efectos ambientales. Dependiendo del tamaño de un conflicto nuclear, las explosiones podrían incluso afectar el clima.
En un lugar como Ucrania, que produce el 10% del trigo del mundo, la lluvia radiactiva podría caer sobre las tierras de cultivo y no podría utilizarse sin riesgo de producir alimentos carcinogénicos.
La ceniza y el hollín inyectados en la atmósfera durante una guerra nuclear podrían tener un grave efecto de enfriamiento en el clima si se lanzaran suficientes bombas. Si bien una o dos explosiones nucleares no tendrían efectos globales, la detonación de 100 armas del tamaño de la que se arrojó sobre Hiroshima en 1945 reduciría las temperaturas globales por debajo de las de la Pequeña Edad de Hielo que ocurrió aproximadamente entre 1300 y 1850. La Pequeña Edad de Hielo provocó malas cosechas y hambrunas a una población mundial siete veces menor a la actual.
Pulso electromagnético
Un arma nuclear que explota a gran altura no produce ninguno de los efectos de la explosión o de la lluvia radiactiva descritos anteriormente. Pero produce rayos gamma intensos que eliminan los electrones de los átomos en el aire circundante, y cuando la explosión tiene lugar a gran altura, este efecto puede extenderse a cientos de kilómetros. Esto provoca un intenso pulso de ondas de radio conocido como pulso electromagnético.
Una explosión nuclear a 300 km de altura sobre el centro de Europa podría cubrir todo el territorio con un pulso electromagnético lo suficientemente intenso como para dañar ordenadores, sistemas de comunicación y cualquier dispositivo electrónico. Afectaría a los satélites utilizados para comunicaciones militares, reconocimiento y advertencia de ataques.
En la actualidad, muchos países están desarrollando armas que producen microondas de alta potencia que, aunque no son dispositivos nucleares, están diseñadas para producir pulso electromagnético. Se conocen como “armas de energía dirigida”, o también “bombas electrónicas”, y emiten grandes pulsos de microondas para destruir la electrónica de los misiles, detener automóviles, detonar explosivos de forma remota y derribar enjambres de drones. A pesar de que estas armas no son letales en el sentido de que no hay explosión ni onda expansiva que afecte directamente a los seres humanos, indirectamente pueden causar muchos de los efectos dañinos de las armas nucleares.
Guerra nuclear limitada
Una guerra nuclear limitada sería un conflicto en el que se usaran armas nucleares de baja intensidad. Dicha estrategia tiene como finalidad el mostrar determinación para forzar al adversario a negociar. Sin embargo, ignora la advertencia de Carl von Clausewitz, el famoso teórico prusiano de la ciencia militar que en el Siglo XIX predijo: “Tres cuartas partes de los factores en los que se basa la acción en una guerra están envueltos en una niebla de mayor o menor incertidumbre”. La “niebla de guerra”, es un concepto que describe la falta de información en la que se basan las decisiones durante una guerra. Por ejemplo, el bando atacado con armas nucleares de baja potencia, podría tener información deficiente que le hiciera pensar que era bombas de alta intensidad y responder de la misma manera.
La situación anterior es exactamente la que sucedió con un “juego” o programa informático conocido como “Proud Prophet”, creado en 1983 para predecir los resultados de una guerra. Tuvo entre sus participantes al secretario de Defensa del presidente Reagan, Caspar Weinberger, y otros altos cargos con poder de decisión en una guerra. Dicho juego terminó con la aniquilación nuclear total de más de 500 millones de personas en el ataque inicial, sin incluir las muertes posteriores. En este caso, se debió a que el equipo que jugaba como la Unión Soviética respondió a un ataque nuclear limitado de EE. UU. con un ataque nuclear total masivo.
Guerra nuclear total
Se estima que más de la mitad de la población de Europa y EE. UU., podría morir por los efectos inmediatos de una guerra nuclear total. Además, los supervivientes en las áreas menos dañadas estarían en situaciones dramáticas. Habría muchos heridos por quemaduras graves que requieren tratamiento médico especializado; en una guerra total podría haber muchos millones de tales casos. Las instalaciones en EE. UU. para tratar a estos heridos, se estima que tienen capacidad para menos de 2000, prácticamente todas ellas en áreas urbanas que serían arrasadas por explosiones nucleares. Lo mismo ocurriría con otro tipo de heridos (fracturas, laceraciones, etc.). Casi no habría médicos disponibles, ni hospitales, ni medicinas, ni equipos para su tratamiento. La mayoría de los heridos morirían después de la guerra nuclear.
En una guerra total, la lluvia radiactiva letal cubriría gran parte de los países atacados. Los sobrevivientes podrían evitar la exposición fatal a la radiación solo cuando estuvieran protegidos y con alimentos, agua y suministros médicos adecuados. Incluso en dichas circunstancias, estarían expuestos a una radiación lo suficientemente alta como para causar una menor resistencia a las enfermedades y una mayor incidencia de cáncer. La disminución de la resistencia a las enfermedades podría provocar la muerte por infecciones cotidianas en una población privada de instalaciones médicas adecuadas. La propagación de enfermedades por suministros de agua contaminada, instalaciones sanitarias inexistentes, falta de medicamentos y millones de muertos en las grandes ciudades podrían alcanzar proporciones epidémicas. Por eso se ha llamada a una guerra nuclear “la última epidemia”.
Los equipos de extinción de incendios, el suministro de agua, la energía eléctrica, los equipos pesados, el suministro de combustible y las comunicaciones desaparecerían. Los escombros bloquearían el transporte hacia y desde las ciudades afectadas. La escasez de equipos para detectar la radiación y de personal capacitado para utilizarlos dificultaría saber dónde se podría trabajar con seguridad. Todo quedaría dañado en una guerra total.
Posibilidades de supervivencia en una guerra nuclear total
permanencia en interiores durante 48 horas después de una explosión nuclear daría tiempo a que los niveles de lluvia radiactiva disminuyeran 100 veces. Pero a largo plazo es difícil de predecir las posibilidades de supervivencia y de reconstrucción de una sociedad en la que podría prevalecer una actitud de “sálvese quien pueda”. ¿Cómo reaccionarían los residentes de áreas rurales no dañadas ante las corrientes de refugiados urbanos que inundarían sus comunidades? Mejor no saberlo.
El desafío para los sobrevivientes sería establecer la producción de alimentos y otras necesidades antes de que se agotaran los suministros que quedaran después de la guerra.
Invierno nuclear
Una guerra nuclear a gran escala arrojaría enormes cantidades de productos químicos y polvo a la atmósfera superior. La atmósfera superior incluye una capa reforzada con gas ozono, una forma inusual de oxígeno que absorbe vigorosamente la radiación ultravioleta del sol. Una guerra nuclear produciría enormes cantidades de sustancias químicas que consumen ozono. En ausencia de esta capa de ozono, la radiación ultravioleta llegaría con mayor intensidad a la superficie de la Tierra, provocando efectos nocivos. Tanto la vida marina como la terrestre sufriría daños por el aumento de la radiación ultravioleta. Los seres humanos sufrirían quemaduras solares que provocarían una mayor incidencia de cánceres de piel y el debilitamiento general del sistema inmunológico.
Un estudio de 1983 realizado por R.P. Turco, O.B. Toon, T. P. Ackerman, JB Pollack y Carl Sagan, titulado «Consecuencias atmosféricas globales de la guerra nuclear» y conocido como TTPAS, considera que las explosiones nucleares desencadenarían tormentas de fuego sobre muchas ciudades y bosques dentro del alcance de las bombas. Grandes penachos de humo, hollín y polvo saldrían de estos incendios, elevados por su propio calentamiento a grandes alturas donde podrían flotar durante semanas antes de volver a caer o ser arrastrados de la atmósfera al suelo. Cientos de millones de toneladas de hollín serían arrastrados por los vientos cubriendo la Tierra.
Estas espesas nubes negras podrían bloquear casi toda la luz del sol durante un período de varias semanas. Las condiciones de penumbra, heladas mortales y temperaturas bajo cero, combinadas con altas dosis de radiación de la lluvia radiactiva, interrumpirían la fotosíntesis de las plantas y, por lo tanto, podrían destruir gran parte de la vida vegetal y animal de la Tierra. El frío extremo, los altos niveles de radiación y la destrucción generalizada de las infraestructuras industriales, médicas y de transporte junto con los suministros de alimentos y los cultivos provocarían un número masivo de muertes por inanición, exposición a la radiación y enfermedades.
El estudio sugiere que incluso un intercambio nuclear modesto (100 armas nucleares estratégicas) podría desencadenar un enfriamiento global drástico a medida que el hollín en el aire bloqueara la luz solar. Un invierno nuclear extremo podría extinguir a la especie humana. Es la teoría más aceptada para explicar la desaparición de los dinosaurios, según ella los dinosaurios desparecieron debido al enfriamiento provocado por el polvo atmosférico que se originó al impactar un gran asteroide con la Tierra.
El estudio TTAPS concluye que, aunque no es seguro que una guerra nuclear produzca un efecto de invierno nuclear, “no se puede excluir la posibilidad de la extinción del Homo Sapiens».
Aunque el estudio TTPAS fue desacreditado por algunos científicos, hay estudios posteriores que tienen conclusiones similares. Dichos estudios muestran que una guerra nuclear total podría arrojar más de 150 millones de toneladas de hollín a la atmósfera superior. El resultado sería un descenso de la temperatura global de unos 8°C (más que la diferencia entre la temperatura actual y las más bajas de la última glaciación). Tardaría una década para que la temperatura de la Tierra recuperara sólo 4°C. En las regiones agrícolas «granero» del mundo, la temperatura podría permanecer bajo cero durante un año o más, y las precipitaciones disminuirían en un 90 por ciento. El efecto sobre el suministro mundial de alimentos sería devastador.
Resumen
Las armas nucleares tienen efectos aniquiladores. La destrucción intensa causada por la explosión de un arma nuclear potente se puede extender a mucho más de 250 kilómetros del punto de detonación, y la lluvia radiactiva letal puede afectar a un radio mayor. Una guerra nuclear total dejaría a los supervivientes con pocos medios de recuperación y podría conducir a un colapso total de la sociedad. Los supervivientes de las zonas bombardeadas sufrirían niveles de radiación dañinos o fatales. Una guerra nuclear total provocaría un cambio climático lo suficientemente severo como para afectar a toda la vida en el planeta o a su extinción.
Que alguien sea capaz de amenazar con una guerra nuclear demuestra su fanatismo. Pero, como dijo Diderot, “del fanatismo a la barbarie hay un solo paso”.