Postales de Tierra Santa

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Por J. M. Marshall
Fotografías de Paloma Marina

 

     Ir de turismo a eso que llaman Tierra Santa no deja indiferente a nadie. Sea por lo que sea, desde verte abducido por un arrebato de fe judía, cristiana o musulmana (táchese lo que proceda) a ejercer de turista solidario y entregar un poco de tu tiempo a quienes peor están, que son legión, es imposible que esa tierra no te deje poso.

     Pero como uno viene a estos sitos a hacer de turista, que esencialmente es un mirón con ínfulas, lo mejor es quedarse con unos cuantos flashes, unas postales que compongan un poco el cuadro.

     Primera postal, cortesía armada. Quien espere encontrar amabilidad entre los israelíes probablemente tendrá que buscarla a fondo y sacarse la espinita que produce estar permanentemente rodeado de personas que portan un subfusil automático, ya sea M16 o Galil. Aquí, de niño, aprendes nombres de juguetes, muñecas o marcas de coches, y en Israel puedes aprender de armas, todo esto después de ir en tu tierna infancia a Masada a jurar morir por tu país. Las armas están tan presentes en la geografía cotidiana como el color oliva de los uniformes de los miles y miles de soldados que acompañarán tu viaje.

    Mirada religiosa. Tiempo de oración. Ya sea de rodillas, balanceándose frente a un muro o cargando un crucifijo es imposible pensar Tierra Santa sin su aroma santurrón y con un punto fanático. En la santa Jerusalén las callejas serpenteantes son recorridas por beatas con rosario, barbudos de diversos pelajes y todo lo último en moda medieval de vestimenta, con un toque retro de la Europa del Este que aportan los judíos jasídicos. En esto sí que hay una gran diferencia con los sitios turísticos habituales. No van disfrazados, se lo creen.

   Parada turística, otra postal. Imprescindible si entras o sales de Palestina, si cruzas el desierto, si entras a una estación o, incluso, una oficina de correos. Una parada turística inevitable es el checkpoint. Los hay más rutinarios con su scanner y detector de metales, más cool, con sus garitas refrigeradas y sistemas informáticos. Pero también abunda el estilo desenfadado de la barrera de hormigón que bloquea el paso, e incluso el toque más bélico del parapeto con su lona de camuflaje. Sobre cortesía en los checkpoint, diríjase a la primera postal.

     Bantustanes de nuestro tiempo. Técnicamente, un bantustan se denominaba en África a la porción de tierra cercada donde vivían habitantes no blancos. Vallados o no, seguro que no tenían la espectacularidad del Muro de Cisjordania. Una vista de más de 700kms de torretas de vigilancia, alambre de espino, cemento y acero que es un verdadero reclamo turístico bastante fotografiado. El mediático Banksy estuvo aquí y seguro que también se estremeció.  El muro es la oportunidad de oro de encontrar street art de diversas partes del mundo y humildes relatos de una realidad muy dura.

    Y esta postal, ¿cuánto me cuesta? Inflación galopante y precios desbocados. Pero si yo pensaba que aquí el nivel de vida era más bajo… Seguro que sí, pero eso no es óbice para que el coste de los productos más básicos sea desorbitado. No se olvide usted, sr. turista, que aquí lo importamos todo y que gastamos mucho dinero en un estado de guerra permanente. Hay quien dice que hasta una quinta parte de todo el Producto Interior Bruto israelí va destinado a la militarización del país. Respecto a los palestinos, lo que no es proporcionado por la ONU depende de Israel, por lo que una persona que gana de media unos 300-400 euros al mes paga casi un euro por un simple yogur, por poner un ejemplo.

    ¿Quiénes son estas personas? Estás en Belén pero no es Belén, o en Jericó pero no es Jericó. Son más de dos millones y son los habitantes de ninguna parte, los no censados más que por la ONU, los que construyen barrios, porque en algún sitio han de vivir, pero resulta que se llaman campos. Algunos ya van por la cuarta generación y los llaman refugiados. En principio, ahí seguirán. Algunos se consideran afortunados, mira qué cosas, porque, dentro de lo malo, están en Palestina y no en el inestable Líbano o, peor aún, en Siria. Aqabat Jaber, Aida, Balata o Tulkarm son las tierras de nadie. Como siempre se puede estar peor, puedes tener muy mala suerte y recalar en Gaza, a tiro de bomba inteligente o en el lugar equivocado. Por ejemplo, sobre un túnel de Hamas…

      La postal amable, la sonrisa de un niño. Si de algo andan sobrados en Tierra Santa es de críos y crías. Con unas medias de natalidad inconcebibles para el estándar ibérico, son el desdichado daño colateral, ese cruel eufemismo. Una infancia que vive condicionada por el conflicto, por la imposición religiosa de la casa en la que naces y que te acompañará de forma permanente, a no ser que abandones tan santo territorio por otros más paganos.

     Mejor quedarse con esta última postal de esperanza, ya que parece que una vez más ha sido imposible que este breve artículo salga imparcial. Nadie lo es y son muchos, demasiados, los actores en esta película, mezcla de cine bélico y thriller político. Es bueno ver en persona las cosas, mejor reflexionar sobre ellas y pensar que, a menudo, nos venden demasiadas postales, demasiados clichés como reales, cuando en realidad puede que estemos mirando un enfoque fuera de cuadro.

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