“PRIMERO VER Y LUEGO LA VISIÓN”
Por Don Quiterio
El otro día preparamos un bizcocho de postre. Mientras mezclábamos los ingredientes, nos dimos cuenta de que no es posible hacer el bizcocho sin romper huevos. Dejamos la cocina hecha un desmadre, pero mereció la pena: el producto final estaba delicioso. Otra forma de romper huevos son pisándolos. Si pisas huevos también los rompes, y sigues dejándolo todo hecho un jolgorio. Incluso más.
Cuanto mayor sea el bizcocho que queremos, más huevos tendremos que romper. De momento nos gusta. Pero, al mismo tiempo, cuantos más huevos, más nos costará mezclar los ingredientes y requerirá más tiempo en el horno. Asimismo, cuantos más huevos mayor suciedad en la cocina, con lo cual nos exige más trabajo.
Esta analogía del bizcocho conforma el título Primero ver y luego la visión que pudimos degustar en el Salón de Actos de la CAI, una serie de cortometrajes alrededor de la figura de Manuel García Maya, conocido como Manolo, el del Bonanza, ese refugio de artistas, bohemios y gente mundana.
Todo empezó, en efecto, con un huevo, el cortometraje documental de los realizadores Javier Estella y José Manuel Fandos Desde el otro lado de la barra (2011), un emotivo recorrido sobre el personaje y sus facetas: pintor, poeta, filósofo, barman, jardinero… La segunda pieza, El Bonanza, es otro cortometraje realizado en súper-8 milímetros allá por el año 1987 y dirigido por el pintor, escritor y cineasta Eduardo Laborda. Para terminar este bizcocho con tres huevos, una selección del CD interactivo Obra y zozobra, ejecutado en 1999 por Jesús Lou.
Como reconocimiento al laborioso proceso de realización de su documentada obra, dejamos la palabra a Jesús Lou: “En 1999, junto con un grupo de amigos míos y también amigos de Manolo, realizamos un CD interactivo, titulado Obra y zozobra, sobre la figura y obra de Manuel García Maya. El objetivo de este CD era hacerle un regalo a Manolo para que dispusiera de gran parte de su obra fotografiada y catalogada mínimamente, añadiendo, además, datos biográficos, facsímiles de sus singulares cuadernos y algunas de sus músicas favoritas, entre otras cosas. Sólo se hizo un CD original que entregamos a Manolo para su uso y disfrute, diciéndole que si deseaba regalar el CD a algún amigo nos pidiera copias. Fueron, al final, seiscientas –sí, seiscientas- las copias que distribuyó Manolo gratuitamente entre sus amigos. Quiero dar las gracias a los que desinteresadamente colaboraron en la elaboración de este interactivo: a Abraham Alonso, el único de nuestro grupo que tenía nociones de programación informática; a Miguel Ángel Lacosta, que ayudó en la catalogación de la obra y la tediosa tarea de las copias; a Guadalupe Corraliza, por su vídeo titulado Los locos; y, por último, a nuestro inolvidable amigo Emilio Abanto por su colaboración en el diseño gráfico y en el resto del trabajoso proceso. Añadir, para que pueda presumir Manolo, que este interactivo obtuvo el Tercer Premio en el Concurso de Creaciones Informáticas Multimedia Ciudad de Zaragoza, convocado por el Instituto Corona de Aragón y que nos fue entregado un glorioso 14 de abril del año 2000”.
A Manolo le podríamos escribir un poema de amor o un poema de alcohol o un poema de tortilla con tres huevos, queso, jamón, chorizo o salchichón. Manolo, que podría haber sido un asesino en serie, o, incluso, un funcionario, ha llegado a ser lo que es, por una de esas encrucijadas mágicas que, a veces, se producen. Como la muerte, el tema recurrente en los filmes de Laborda y de Estella y Fandos. Sí, la muerte es el final, no hay regreso, no hay nada, sólo el misterio de la vida que dejaste y te dejó, y el resto es silencio, porque, al final, siempre, los que se mueren son los otros. Soberbia escena la de Desde el otro lado de la barra, con fondo musical de Mähler, en la que, cámara en mano y a través del ventanuco y la puerta del bar, los realizadores filman a un solitario y enigmático Manolo con la presencia final de un perdido Ángel Aransay.
Y el mejor homenaje hacia Manolo es el propio Bonanza, uno de esos lugares en los que uno se siente protegido, querido, mimado. Manolo prima, también, la conversación, pero su alfabeto es la bebida y la comida, y los platos que reinventa: el plato de “verduras”, el plato de morcilla frita, el plato de tomate con ajo y aceite de oliva. El plato de lujo es la tortilla, huevo sin cuajar y tan jugosa que el caviar parece aguachirle. También la bodega aragonesa compone una sinfonía de placeres. Y la conversación. Porque mientras uno sueña, recuerda, y es cierto que la mayor traición es que un amigo te traicione. Lo dicho, un delicioso bizcocho con tres huevos.