Estreno de «La Nave» (Cortometraje de Eva Villar)


Por Don Quiterio

    Un antiguo proverbio chino cuenta que la mujer es la mitad del cielo. Pero, también, cabe enunciarlo al revés, y es lo mismo: el hombre es la mitad del cielo. La cosa es que entre los dos el cielo está completo. Vamos a ello.

     Lejos de las modas de un cierto cine inútil, Eva Villar ha dirigido, con la inestimable ayuda del experimentado Iñaki Bernal, el sorprendente cortometraje “La nave” (2011), interpretado por la propia Villar, Ana Esteban y Rafael Campos, y estrenado recientemente en el Centro de Historia(s) de Zaragoza.



   Con producción de Concha del Río, el valor de esta obra –en la que la intriga, sin dejar de ocupar buena parte del relato (escrito por las propias Eva Villar y Ana Esteban), no es la esencia- se encuentra en la descripción de una circunstancia: la rara, extravagante y dolorosa historia de dos mujeres que mantienen una relación desde la infancia y descubren una serie de secretos que destruirán su realidad conocida. El pasado como un personaje más que marca, con el hierro de la memoria, los pasos contados de las protagonistas.



   De padres españoles inmigrantes en Alemania, Eva Villar (Zaragoza, 1972) se traslada a este país con sólo tres meses de edad y allí transcurre su primera infancia. De vuelta a Zaragoza, su primera relación con el teatro comienza como actriz y dramaturga. Desde entonces, nunca pierde el contacto con las artes escénicas, formando parte de los grupos “La máscara joven” y “La barca de Caronte”, para los que escribe, respectivamente, las obras “El gran Bokú” y “Miopía”. Con “La nave” realiza esta dramaturga, escritora y profesora su primera incursión en la dirección cinematográfica.



   “La nave”, a la que se le podría reprochar cierto efectismo en la formalización fílmica, se nos ofrece como una propuesta decididamente arriesgada, muy bellamente fotografiada por Beatriz Orduña, que resulta estimulante a medida que avanza la narración y, al mismo tiempo, da una vuelta de tuerca al género que trata, con la enigmática presencia del personaje interpretado por Rafael Campos. Una reverencial manifestación artística en la que las protagonistas se revalorizan cuando el personaje masculino, en efecto, las activa, sublima, agrede o repudia. O, acaso, justamente lo contrario.



    Como en el cine de Jaime Rosales, la técnica juega con los encadenados y reivindica la pantalla múltiple, experimenta, crea sintaxis fílmica, en un argumento cuyo ingrediente básico es la soledad femenina y que recuerda una suerte de simbiosis entre el Tom Tykwer de “Corre, Lola, corre” y el Lars Von Trier de sus inicios, sin caer nunca en el exceso, para recordar, acaso, que se trata de un ritual escénico, de un juego, dulcemente peligroso, en ocasiones bello, casi siempre sarcástico, paradójico y surrealista.



    Entre lo cotidiano y lo cerebral, retorciendo el lenguaje cinematográfico hasta sus límites, tiene “La nave” muchos temas en su superficie, una connotación y una denotación, y existe un roce áspero entre ambos aspectos. Eva Villar se instala en esa frontera entre lo narrado y su significado, y utiliza lo cotidiano para elevarse, o sumergirse, en otras disquisiciones. El resultado es un poema cinematográfico que indaga en lo oculto, en lo tapado, y lo saca a la superficie, lo revela.



   Todo un descubrimiento en estos tiempos bobos de voceras. Una suerte para el espectador. Un recorrido por el imaginario estético del universo femenino de una belleza ambigua y sublime. Un viaje iniciático en el que se pasa por el cariño, la arbitrariedad, el dolor, el abandono y la violencia. Sí, las mujeres no son la mitad del cielo, son el cielo mismo…

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