Lo que aprendí en Fez. Reencuentro con Marruecos (y IV)


Por Marshall

    Visitar un enclave muy turístico, como es el caso de la ciudad marroquí de Fez, equivale a ver lo que la avalancha de visitantes te deje, siendo consciente de que uno mismo es parte del problema, pedrusco en la avalancha.
   Aún en temporada baja el Casco histórico, una doble medina dividida en el-Bali y el-Jdid, es bastante inabarcable en los 2-3 días que se le suelen dedicar. Por ello solo queda apreciar unos cuantos flashes. De ahí la sensación de dejarse mucho por ver.

     La ventaja de ir en invierno es ahorrarte el calor sofocante del verano y parte de la no menos sofocante insistencia de vendedores y guías. También te ahorras unos dirham, que no está mal.

    En Fez hay mucho para ver: Una ciudad imperial y decadente, detalles arquitectónicos en los que perderte, la judería mejor conservada de África o un trabajo del estuco y la celosía único en el mundo.

   También puedes beber té hasta que te salga por las orejas, consumir otros productos menos legales, encontrar todo tipo de artesanía local (y también Made in China), meterte en un hamán o caminar por el laberinto de la Medina hasta desfallecer.

 

   Lo primero al llegar a la ciudad es su geografía. Los fundadores de Fez la edificaron sobre colinas con finalidad defensiva y por ser una zona más salubre y con disponibilidad de agua. Paradójicamente esta es ahora la zona más pobre de la urbe.

     La zona más nueva de la ciudad, Ville Nouvelle, tan apenas se visita. Pero, al mismo tiempo, es bastante más extensa que la muy extensa zona histórica. Se ubica al Sur y en ella viven las clases más acomodadas.

     Por ejemplo la comunidad judía, en otro tiempo muy numerosa, se reduce a unas pocas decenas de personas que ya no viven en la judería (Chellah en Marruecos) y que tienen empresas de joyería para las que trabajan sobre todo bereberes.

     Una zona central de la ciudad la ocupa el inmenso palacio Real, al que el rey actual no va casi nunca y sus jardines anexos.

    Pese a todo Fez tiene grandes plazas abiertas y estupendos parques donde los lugareños hacen vida.

   Tras mirar el mapa, e intentar orientarnos en el dédalo de callejuelas, nos tocó una mirada al paisaje humano. 

    De Fez me quedé con algunas escenas, atisbo de una realidad más grande, lo que me dio idea de que algo me perdí.

 

      Sobre la pobreza y la precariedad de buena parte de la población me vienen imágenes, como la de la típica mochila cutre que abandonamos porque la cremallera no cerraba bien  y que en menos de 10 segundos ya tenía nuevo propietario.

    Sí, hay pobreza y es muy evidente. Tampoco hay que buscar mucho para enterarse de que uno de cada tres marroquíes es pobre. Vamos, que vive con 3€ o menos al día.

   Muchos ancianos pidiendo limosna y mucho chaval intentando rascar algún dirham a los turistas.

    Nuestra hija tirando palomitas a los gatos callejeros y un señor comiéndoselas. Otra imagen. Ese es el Marruecos al otro lado del exotismo.

   Muchos puestos callejeros, economía informal (la forma tonta de decir trabajo negro) y salubridad dudosa que viene de tomar algo al lado de un puesto de pollos y palomas hacinados que te matan allí mismo si quieres.

    El país tiene un reto con el bienestar animal, pero eso es algo que suena lejano a los oídos de cualquier local.

    Pero, luego queda el Marruecos de la gente hospitalaria, especialmente amable con los niños y que, cuando pasa la barrera del intercambio comercial, se revelan como estupendos conversadores.

    Una ventaja añadida de la temporada baja, de cara a relacionarse, es que los Diyar y Ryad están mucho más relajados y llenos de la familia media marroquí que los gestiona, aunque no suelen ser los propietarios.  Una familia muy amplia (No es nada raro las familias con 4-5 hijos) que incluye parientes de paso que pueden venir de cualquier parte del país o de Europa.

 

    Pillamos capazo con bastante gente. El más que correcto francés de muchas personas ayuda. Mejor que el nuestro sin duda.

   Andamos un poco perdidos. Un señor viene de comprar mandarinas. Nos orienta y nos regala varias.

    En el alojamiento conocimos a Sara, encantada de jugar con nuestra hija que nos habló de sus proyectos. Básicamente los de buena parte de la juventud marroquí: pegar el salto a Europa.

     Esquivando los temas tabú como la monarquía (la mínima crítica en público a la monarquía es impensable en Marruecos) o la cuestión del Sáhara Occidental se puede hablar con cierto humor de casi todo.

   La religión es omnipresente y la separación credo-Estado inexistente. Aún así la religiosidad en Fez es mucho más tranquila que en el Sur del país. Los cementerios son un lugar muy concurrido, casi más que las mezquitas.

    El móvil, como en todo el mundo, se ha convertido en el nuevo objeto a venerar y tener uno de alta gama la máxima aspiración.

    Del islam radical se habla con eufemismos. Son los tradicionales, una palabra un tanto equívoca.

    Todo el mundo parece empeñado en alejar esa maldición de sí mismos. En Fez son conscientes de los ingresos que deja el turismo y la sombra del yihadismo está muy presente.

   Una conversación curiosa fue en la que hablé sobre la policía. Me decía mi interlocutor que no sabía si la policía marroquí obraba bien, pero que había mucha. Gesto de dedo en los labios.

    No es ningún secreto la secreta marroquí. El país está plagado de confidentes y de polis camuflados. 

    Visitar un hamán es fácil, los hay a patadas aunque ya han perdido su sentido original: lugar de aseo cuando nadie tenía nada ni parecido a un baño en casa. No son baratos para los fecís, pero sigue siendo una costumbre social ir al hamán de vez en cuando. Mejor preguntar, eso sí. Te pueden dar alguna buena idea.

    También hay cuero (al final fue inevitable comprar una preciosa mochila de piel de camello teñida en el zoco de curtidores), especias, instrumentos musicales, muebles…

    Vaya, parece que me he ido por las ramas. ¡Ah sí! Sería buena idea que visitarais Fez. 

     Y que disfrutéis de las imágenes de esta entrada. Obra, cómo no, de Paloma Marina.

El blog del autor: http://yosiplauma.blogspot.com/

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