Festivales (competitivos) y muestras (no competitivas)

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Por Don Quiterio

  A la hora de redactar estas líneas, se está celebrando el festival de cine de Zaragoza, que ha introducido este año la novedad del certamen internacional de largometrajes, con la proyección de películas de autor (compiten ochos filmes), el de Aragón negro (nueve trabajos) y el de jóvenes promesas (veinticinco piezas).

   Esta vigesimoprimera edición arranca con el preestreno de la superproducción dirigida por Salvador Calvo ‘1898, los últimos de Filipinas’, al tiempo que premia a Rosa María Sardá, Nacho García Velilla, Macarena Gómez, Arturo Valls, María José Moreno, Ignacio Estaregui, Bruce Brought y la empresa de efectos especiales y de animación por ordenador Entropy Studio. También se reconoce a la tertulia que organiza Ramón Perdiguer en los bajos de su bodega de la calle San Pablo, quien desde hace dos décadas agrupa a cinéfilos que se reúnen para hablar de su pasión.

  Pero la esencia del festival de Zaragoza son los cortometrajes: ciento ochenta y cuatro piezas compiten por un galardón en las diez categorías en las que se estructura el mismo. Entre el aluvión de trabajos, compiten los aragoneses Javier Macipe, Gaizka Urresti, Rubén Pérez Barrena, Borja Echeverría, Javier Gimeno, Nuria Rubio, Alberto Vallejo, María Salgado, Cristina Vilches, Andrés Chueca, Sergio Montes, Alejandro Orduna, Blanca Obón, Pablo Santolaria, Miguel Ángel Ortiz, José Ramón Beltrán, Vicky Calavia, Álvaro Gelabert y Germán Rueda. Suerte a todos y entro en más materia.

  El cine realizado por mujeres echó a andar en Zaragoza en su decimonovena muestra, y se programaron treinta y cinco títulos, entre cortos, documentales y largometrajes. De estos últimos destaco ‘La distancia más larga’, de la venezolana Claudia Pinto, y ‘Respire’, de la francesa Mélaine Laurent. Entre los cortos hay que mencionar ‘Una vez’, ‘Sara a la fuga’, ‘Café para llevar’ y ‘Amigas íntimas’. Películas con mirada femenina en una muestra para hacer frente a una industria dominada por los hombres y enterrar para siempre a los príncipes azules. Pero, cuidado, esto no deja de ser una etiqueta. La realidad es más compleja y los filmes, más allá de feminismos mal entendidos, deben tratar sobre la lucha por la libertad universal, física y mental, sin encajonamientos. Todos (y todas), en el fondo, tenemos las mismas necesidades, los mismos miedos. Todos necesitamos soñar. Todos somos humanos. El mundo entero, como pensaban los bardos y los padres de la libertad, es un extraño teatro en el que los hombres y las mujeres son simples comediantes y, a la vez, espectadores de una comedia muy sobada. Porque el problema viene luego, cuando la abundancia de mediocridades llevadas a la pantalla es palpable.

  Por su parte, el festival de terror celebrado en Orés premió en su sexta edición los cortometrajes ‘La cena’, de Karim Shakar; ‘Behind’, de Ángel Gómez Hernández, y ‘Yo no he sido’, de Ángel Ripalda. También celebró su sexta edición la muestra de cine fantástico de Zaragoza, que invitó al productor Kiko Mesa, quien protagonizó la exposición de este año, centrada en el diario de producción de la película ‘Maniac tales’, de inminente estreno en las salas comerciales.

  La muestra de realizadores oscenses ha cumplido su vigesimotercera edición y se pudieron ver desde trabajos de veteranos como Eugenio Monesma (‘El baile de San Mamés en Murero) hasta noveles como los alumnos de fotografía de la escuela de arte de Huesca (‘María José Urruzola’), con Alida García, Ana Carmen Alejandre y Pepe Díez a la cabeza. La mejor obra ofrecida fue ’40 días de niebla’, un excelente corto de Lorenzo Montull basado en un texto de Óscar Sipán. También se programaron piezas de Maxi Campo (‘Descubriendo a mosén Bruno’), Helio Valero y Artur Molina (‘Jotas de barro’), Ángel Orós (‘La respuesta’), Jesús Bosque y Ramón Día (‘La culpa es de la tierra’), Lorenzo e Iñaqui Sanjuán (‘Bambay’, ‘Mampôm-Stampele’, ‘Diógenes’), Ramón Lasaosa (‘An arcadian dream garden’), Martín Campoy (‘El pintor fuera de pista’), Jorge Claver (‘En busca de Zeferino’), Belén Ciutad (‘Las faldas de la montaña’), Pascual Gallego y Alfonso Benedicto (‘Me gusta la jota’) y Eduardo de la Cruz (‘Ordesa y Monte perdido, un siglo como parque nacional’).

  Esa “ventana al cine aragonés” en sus más diversas manifestaciones (ficción, documental, vanguardia, cine educativo, videoclips musicales) que es Proyectaragón celebra su décima edición. A lo largo del curso 2016-17 se organiza una sesión mensual con las obras realizadas recientemente en esta inmortal tierra nuestra. Todos los pases van precedidos de una breve presentación a cargo del cuerpo técnico o artístico de las obras, y también se hace un hueco a las exposiciones, charlas, talleres, conferencias y mesas redondas (o cuadradas). Hay que destacar, ante todo, el homenaje al actor e historiador del cine Manuel Rotellar, con películas de Pomarón, Artero, Sánchez o Vidal. Por otro parte, Miguel Ángel Lamata (‘Nuestros amantes’), Gaizka Urresti (‘El trastero’), Emilio Casanova (‘Pablo Gargallo, la escultura luminosa’), Javier Macipe (‘Un minutito’), Germán Roda (‘El papa Luna, 600 años sin descanso’), Felipe Sanz (‘Nemo’), Fernando Vera (‘Mujeres de luz’), Elena Cid (‘Bécquer y las brujas’) o José Miguel Iranzo (‘Artistas en Teruel, un taller con mucha luz’) son algunos de los cineastas programados.

  ‘Rewind’, de Rubén Pérez Barrena, fue el mejor cortometraje aragonés de la vigesimoprimera edición del festival de cine de Fuentes de Ebro, que certificó su triunfo con los premios del público, de la banda sonora, de la dirección de producción y de los efectos especiales.  También fueron galardonados los realizadores Fernando Vera, Alberto Vallejo y Javier Macipe; el fotógrafo André Gil Mata; el montaje de Fran Muñoz; los intérpretes Luis Rabanaque, María Jáimez y Unax Ugalde, y el corto ‘Ixtab’ obtuvo premios al mejor maquillaje y a la mejor actriz de reparto. El festival, en la gala de clausura, homenajeó al cineasta Agustí Villaronga, por, se supone, sus relatos alucinados y claustrofóbicos, enfermizos y radicales, terribles y desgarrados, en los que siempre sobrevuela el tema de la inocencia corrompida por el mal.

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