Los estrenos en los cines: Loach y Eastwood, más allá de la edad

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Por Don Quiterio

  La fatal conjunción entre las grandes corporaciones y la burocracia del estado convierte la vida de los ciudadanos en un infierno que ni siquiera el ingenuo Kafka habría llegado a imaginar.

    De esto trata la recién estrenada película del británico Ken Loach ‘Yo, Daniel Blake’. Por su parte, el californiano Clint Eastwood introduce un debate curioso en su nuevo filme, ‘Sully’: en la época de las computadoras, en un mundo en el que todo está bajo la vigilancia y la supervisión de los cálculos y donde el margen de actuación es limitado, hasta qué punto queda un pequeño hueco para las hazañas sin que se consideren un riesgo y no caigan bajo sospecha. Estos son los temas que vertebran estos dos filmes de contenida gravedad. Dos relatos demoledores, de gran cautela expresiva.

  De nuevo, en ‘Yo, Daniel Blake’, el combativo y eficaz Ken Loach, con su habitual guionista Paul Laverty, se adentra en la deshumanización brutal de la sociedad contemporánea. Que recen los ciudadanos porque en ningún momento, por azar, o por una necesidad, o por una enfermedad, se salgan del carril de la normalidad, porque entonces el calvario de las ventanillas, teléfonos automáticos, ignorancias y, lo que es peor, humillaciones, será la constante. Esta tragedia de la pobreza, con ese carpintero honrado de baja tras padecer un infarto, sin trabajo y sin ingresos, que ayuda a una madre soltera incapaz de alimentar a su familia, atrapados en el laberinto burocrático de los servicios sociales, es un magnífico relato del octogenario cineasta británico, responsable de títulos tan importantes del cine social contemporáneo como ‘Riff Raff’ (1990), ‘Lloviendo piedras’ (1993), ‘Mi nombre es Joe’ (1998), ‘La cuadrilla’ (2001), ‘Felices dieciséis’ (2003), ‘En un mundo libre’ (2007), ‘Buscando a Eric’ (2009) o ‘La parte de los ángeles’ (2012), con un estilo narrativo y descriptivo que va siempre al grano, sin adornos. Un cineasta directo y veraz, siempre fiel a sí mismo, a su preocupación por el estado de las cosas, con personajes con los que el sistema se ceba.

  Pero algo pasa con Loach. Siempre ha sido uno de los directores más valorados por los grupos de opinión. Ahora, sin embargo, la prensa especializada en el hecho cinematográfico –y los medios de comunicación en general- se ha vuelto más reaccionaria y sus películas parecen ser despreciadas. Una tras otra. Signo de los tiempos. Las tratan de maniqueas, panfletarias, tremendistas, autoritarias, injustas y otros adjetivos por el estilo. En el mejor de los casos, su cine –dicen- es didáctico y bienintencionado. Hace falta tener cara dura. Porque el cineasta británico ha mantenido una coherencia combativa a prueba de bombas, y sus películas desprenden verdad, sentimiento y complejidad. Son películas duras y emotivas, que transmiten al receptor la lucha, la angustia o la desolación de gente normal y perteneciente a la clase baja que se siente machacada, que busca salidas desesperadamente, aunque se las nieguen todas.

  ‘Yo, Daniel Blake’ hace de la sobriedad un elemento expresivo de primer orden, convierte la transparencia de la puesta en escena en uno de los pilares del relato. Un filme que, con insólita precisión, disecciona la angustia de unos personajes enfrentados a las leyes de los poderosos. Y la marginalidad y los desheredados de un mundo esencialmente injusto como telón de fondo. “El sistema”, lo explica muy bien el propio Loach, “se las ha arreglado para responsabilizar a los pobres de su pobreza. Y les ha persuadido de ello. Lejos de considerarlos y tratarlos como víctimas, les culpa del desastre. Es su gran y perverso éxito. De eso se encarga la burocracia asistencial que se ha construido. Todo es un obstáculo, todo es una humillación. La dignidad ha dejado de ser un derecho. No es un accidente, es la propia esencia del sistema”.

  Seis años mayor que Loach, el también octogenario Clint Eastwood nos ofrece en ‘Sully’ una obra sobria y sin fisuras, de impecable acabado y alma de epopeya. A pesar de algunos problemas de ritmo y ciertas reiteraciones, el filme es tan competente como interesante, y siempre con un ojo puesto en la transparencia de los clásicos hollywoodenses. Confeccionado con una encomiable serenidad expositiva, el relato se basa en hechos reales y demuestra una vez más la madurez y austeridad del espartano Eastwood como director -‘Bird’ (1988), ‘Cazador blanco, corazón negro’ (1990), ‘Los puentes de Madison’ (1995), ‘Medianoche en el jardín del bien y del mal’ (1997), ‘Mystic river’ (2003), ‘Million dólar baby’ (2004), ‘Gran Torino’ (2008)-, atento siempre al latido interior de sus personajes.

  ‘Yo, Daniel Blake’ y ‘Sully’ tienen más puntos de contacto de lo que parecen, más allá de que ambos filmes son dos lecciones de síntesis narrativa: el primero, desde la llamada a la resistencia –una vez más-, y el segundo, desde la defensa al factor humano frente a la tecnología. ‘Sully’ rememora aquel quince de enero de 2009 en el que el mundo entero fue testigo del llamado “milagro de Hudson”, cuando el veterano piloto estadounidense Chesley Burnett Sullenbuger –conocido como el comandante del título- logró aterrizar –acuatizar, más bien- de emergencia un avión comercial en las heladas aguas del río Hudson, cerca de Nueva York. El piloto, gracias a su pericia y su sentido común, realizó drásticas medidas después de que una bandada de pájaros impactara contra los motores de la aeronave, logrando salvar la vida del centenar largo de pasajeros y los cinco tripulantes del vuelo. Tras esta hazaña, calificada como el mejor acuatizaje de la historia, el piloto se convirtió en un héroe nacional. Sin embargo, se desencadenaría posteriormente un drama que afectó a la reputación y a la carrera del piloto, porque los resultados de la investigación del accidente indicaron que podría haber llegado a un aeropuerto y haber evitado el peligroso descenso sobre las aguas. Este es el tema que vertebra ‘Sully’.

  A partir de la autobiografía del propio Sullenbuger –escrita junto a Jeffrey Zaslow-, que ha sido adaptada por el guionista Todd Komarnicki, la historia presenta a un héroe que se convierte en tal sin desearlo y a quien los intereses económicos están a punto de convertir en villano. Con estas premisas, Eastwood construye, más allá de sus limitaciones y concesiones, que las tiene, toda una lección de narrativa cinematográfica según el modelo de la industria norteamericana, un artefacto fílmico eficaz, que se aleja de los convencionalismos de las películas sobre dramas aéreos y plantea una visión distinta de las personas envueltas en ellas.

  ¿Le gustará a Ken Loach el cine del californiano? ¿Qué piensa Clint Eastwood de las películas del británico? Si Loach es un director comprometido con el cine social contemporáneo, en la línea de Michael Leigh o Stephen Frears, el autor de ‘Sin perdón’ recupera, desde sus ideas más o menos conservadoras, el gusto por los clásicos estadounidenses, a la manera de un Don Siegel o un Otto Preminger. Aunque los respectivos autores de ‘Yo, Daniel Blake’ y ‘Sully’ no parecen tener hilos de unión, ni en lo ideológico ni en lo formal, estos trabajos invalidan esta reduccionista consideración. Dos testamentos cinematográficos de realización sencilla, concisa, casi gélida. Y de gran vuelo.

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