Reflexiones navideñas ( o esto de terminar el año siempre me pone de muy buen humor) / Enrique Gómez


Por Enrique Gómez Arnas

     Necesitamos esquemas, estructuras, límites, fronteras, celdillas para explicarnos el devenir del tiempo.

      Así como ya somos capaces de alcanzar lejanísimos planetas, no entendemos como hemos llegado siquiera existir.

     Por eso, producto de nuestra conciencia de la propia insignificancia, vamos quemando metas y mirando atrás, casi siempre sin asombro.

Fin de año.

     Es hora, pues, de pinos de plástico altamente y convencionalmente decorados, de belenes ocultos durante un año y de luces de colores compradas (muy baratas) en el chino.

    Cenas pantagruélicas, regalos que dejan temblando nuestras economías, viajes de interior, y un repaso del año, informativamente hablando, y de la década, si coincide, claro.

    Es un ejercicio al que no nos sabemos resistir.

     Nunca revisamos los doce meses anteriores desde, pongamos, mayo que podría ser perfectamente el mes referencial para hacerlo, o septiembre, ya puestos, pero no es el fin de año, así lo ha decidido el inicio de la Era Cristiana, y nuestra celdilla cronológica ha de ser cerrada y rellenada.

Vayamos pues al lío.

    En geopolítica, que os voy a decir, algunos afirman que ya estamos en la tercera guerra mundial.

    Sin duda los gazaties sí que lo están, los sudaneses, muchos yemenitas también, aunque nunca nos acordemos de ellos.

    Israel ha decidido que la falta de liderazgo de los Estados Unidos (o lo contrario) le permite, de una vez, aniquilar a los indígenas que tanto les molestan en su “tierra prometida”.

   Y aún se puede poner peor la cosa con la llegada del chalado de Trump.

    Con respecto ( y sin respeto) a los prosionistas les recuerdo que España tuvo un atentado, y con muchos muertos, y no nos dio por invadir ningún país.

    El derecho a la defensa está limitado por el respeto a los derechos humanos y las convenciones internacionales, aunque ellos lo ignoren.

    Me da que hay que organizaciones que, tras acabar con las fuerzas rebeldes más temidas por el Estado israelí y con ayuda de este, han seguido trabajando para ellos.

   Han hecho lo mismo que sus aliados americanos, arrasar un país con la justificación de la autodefensa.

Por ahí vamos mal.

    La Humanidad asiste impertérrita a un genocidio en directo, sin demasiado espanto… no me dirán que no nos vamos mereciendo, también, un poco de tragedia.

    Ucrania y Palestina, dos países que han servido para que veamos que extrañas alianzas se están creando: los fascistas apoyando a los masacrados por sus abuelos; otros, sin embargo, que exhibían hasta esvásticas impúdicamente son apoyados solo por los, aparentemente, más impecablemente demócratas.

¿Y en el mar de la China, qué?

      Bueno, para los americanos que se batieron el cobre en Europa y el norte de África la verdadera guerra fue la del Pacífico, allí se dirimió un futuro económico de una sociedad que desplegaba sus alas ante el asombrado mundo.

    Ahora parece que sus intereses siguen en ese mismo teatro del Pacífico… para pavor general.

     Los viejos imperios perecieron en la Gran Guerra y, ante la decadencia europea, un solo protagonista tomó el relevo de todos ellos.

     La Rusia soviética y sus recién adquiridos estados satélites, se posicionaron ante esta nueva realidad tras la Segunda Guerra Mundial, resultado: la Guerra fría.

    Una guerra que todos sabemos cómo acabó y aún vamos a ver qué resultados está ofreciendo: desmontaje del nunca desarrollado “Estado del bienestar” ( en el primer mundo), empleos precario, ricos cada vez más ricos, expansión del ultraliberalismo, abandono de las políticas sociales… y ahora Trump con la guadaña a rematar la faena.

    Creo que hay una explicación teológica para acontecimientos creados por los humanos como estos. Dios no necesita mandar plagas o diluvios, los estamos creando nosotros por nuestra ceguera colectiva, por nuestro egoísmo, por nuestra pasividad.

     El peruano que llega a los Estados Unidos, recién conseguida su “tarjeta verde” vota a Trump para que no deje entrar a nadie más, muy solidariamente.

    El parado vota a Milei, que le va a quitar sus seguros sanitarios y de desempleo.

     Los húngaros votan a la extrema derecha, curados para siempre de comunismo.

     En Italia vuelven las antorchas a desfilar por la calle, anunciando la oscuridad de los nuevos tiempos.

    Los valientes que surcan los mares, que muchas veces son su tumba, mueren ahogados de agua y de incomprensión.

    Dos terceras partes de la humanidad siguen pasando hambre, en un mundo que derrocha comida.

     Tras cuatro mil años de historia, la mujer sigue sin conseguir una igualdad real en ninguna parte del mundo.

     Millones de niños mueren por no disponer de vacunas que, entre todas, no valen el precio de uno de los miles de aviones de combate modernísimos de los países desarrollados.

    La ciudadanía mundial se encoge de hombros frente a su futuro.

    Pero todo eso nos parece normal, normal en un país donde el clasismo hace que los jueces pasen por encima de la soberanía popular y de todos los demás poderes, sin pudor alguno, con maniobras burdas y con declaraciones vergonzantes.

     Aquí da igual privar del derecho a la sanidad a más de 7.200 ancianos, se salda con un “si iban a morir igual”, resultado: mayorías absolutas.

     Otros estaban desaparecidos mientras sus conciudadanos se ahogaban (muchos, seguramente, votantes del PP) y por ello no solo dimiten, se suben el sueldo y dan dinero a empresas cómplices de sus corrupciones, ¿dimitir? que va, hay que aprovechar.

     En fin, la derecha de este país vuelve a posiciones que creíamos superadas. Un día tras otro aquí seguimos votando a los verdugos de lo público contra nuestros propios intereses.

     Más allá se opta por candidatos enloquecidos, quizás en la esperanza de que ese cambio, que no llega nunca de la mano de los partidos convencionales, llegue por esta vía.

   “Cuanto peor, mejor”, como dijo un político español no hace muchos años.

     Y quizás tenga razón. Quizás tengan que arrastrarnos, los vencedores del ahora, a un grado de frustración y desesperación que hagan que acabemos saltando.

    No sé si hemos tocado fondo, creo que no, pero como podéis ver las navidades siempre me llevan a reflexiones muy festivas.

    Y, como posdata, os recomiendo una película que insiste en la vacuidad del mal. Dudaba si hacer un artículo pesimista como éste o haceros una crítica cinematográfica sobre este film, pero la verdad es que tanto lo uno como las otras llevan a escenarios muy oscuros. “El capitán” en ella vemos hasta donde llega la estúpida maldad aprovechando tiempos convulsos, muy recomendable.

He rellenado la celdilla.

    Al año que viene más (y seguramente peor).

      Como dice un viejo amigo “siempre vivimos en el mejor tiempo posible”, dadas las circunstancias, añadiría yo.

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