Por Mariano Berges
Profesor de Filosofía
Parece inevitable hablar de la tragedia acaecida en Valencia como consecuencia de la dana y sus efectos devastadores.
La dificultad radica en no repetir lo que insistentemente hemos visto y oído en los medios de comunicación. Intentaré aportar algo propio.
Cuando hablo de lo público me refiero a los gobiernos y administraciones de todos los niveles. Y si hay una palabra que define bien lo público es la palabra Estado. El Estado es el mejor constructo que han inventado las sociedades más civilizadas desde la Modernidad para salvaguardar los intereses de su parte social más vulnerable. Cuanto más fuerte es un Estado mejor defendidos están los intereses de sus ciudadanos, al menos potencialmente. Aunque los intentos de menoscabar al Estado por parte de los sectores más reaccionarios de la sociedad son constantes y siempre envueltos en una poesía falsa, populista y demagoga. En Valencia se ha oído eso de “solo el pueblo salva al pueblo”. Incluso los ingenuos lo han enviado por las redes sociales y wasap con la mejor de sus intenciones. El romanticismo en política es prólogo del fascismo. Por el contrario, el pueblo más inteligente y civilizado ayuda a configurar un Estado fuerte desde el que sus representantes democráticamente elegidos organicen la convivencia pacífica y salvífica de sus conciudadanos. Otra cosa es que los políticos elevados a los puestos representativos en ese Estado cumplan con su obligación. Ahí radica la mejora continua con que debemos fortalecerlo. La democracia solo se salva con más democracia. En una Administración Pública todo es Estado, desde los impuestos de los ciudadanos hasta el jefe del Estado, y todo debe estar coordinado. Si el gobierno central y los gobiernos autonómicos no están coordinados, el Estado de las autonomías no nos sirve, y poco habremos avanzado desde la España cantonalista.
Lo sucedido en Valencia no es un ejemplo del mal funcionamiento de la política española y, como consecuencia, de los servicios públicos, sino que es un ejemplo del mal funcionamiento de algunos políticos, porque no todos los políticos son iguales. Está claro que la gestión de la catástrofe valenciana por parte del gobierno autonómico ha sido un desastre: un gobierno autonómico irresponsable e incapaz. Que incluso ha querido tapar sus carencias con mentiras y medias verdades. No voy a enumerar conductas, horarios ni efectos, por entender que ya todos los hemos visto y leído hasta la saciedad. Pero la percepción negativa de su mala gestión es general y total.
Casi todos los agentes intervinientes para paliar la tragedia son funcionarios públicos pertenecientes al Estado y han frenado una tragedia mayor. ¿Desde cuándo han estado presentes? He aquí una pregunta que convendría responder con propiedad. Se trata de la ya famosa duda de si la catástrofe era calificable como de nivel 2 o su entidad eran tan colosal que el gobierno central debería haber recabado para sí la gestión, como emergencia nacional y, por tanto, de nivel 3. Yo así lo creo, sobre todo después de ver la desastrosa gestión autonómica valenciana. Cuando los que están en primera línea son unos inútiles, tiene que operar la subsidiareidad estatal. ¿Pecó de prudente el gobierno de la nación? ¿Recordaba el varapalo judicial de su primera alarma en la pandemia de la covid? ¿Temía que lo acusaran de invasión competencial en la autonomía valenciana? (acusación muy frecuente por parte de los nacionalismos). Estas y más preguntas se pueden formular sobre la descoordinación central y autonómica. Esperar a que lo pidan unos malísimos políticos que no saben ni cómo funcionan las alarmas, pronostica lo que sucedió. Lo que está claro es que un mecanismo más rápido y eficaz desde que Aemet y la Confederación Hidrográfica del Júcar sueltan su voz de alarma al principio del día 29, hubiera evitado muchas muertes.
En estos casos, sirve el ejemplo de Países Bajos, donde el 60% de sus habitantes viven por debajo del nivel de sus aguas. Y tienen un mecanismo cuyo funcionamiento automático y jerarquizado funciona con toda normalidad cuando sucede una emergencia. Es cierto que tras catástrofes pretéritas con resultados de muchas muertes. Pero han aprendido.
¿Aprenderemos nosotros, mejor dicho, nuestros políticos? ¿O nos pasará como con la pandemia de la covid? Que ha dejado el sistema sanitario español con un déficit de recursos materiales y personales tremendo y, sobre todo, con un vacío muy preocupante en cuanto a la toma de decisiones en sus inercias funcionales. ¿Dónde están todos los buenos propósitos al finalizar la pandemia para aumentar la resiliencia de nuestro sistema sanitario?
Como síntesis: 1) La naturaleza actúa y seguirá actuando libremente; 2) El urbanismo ilegal, alegal o irregular produce esos efectos tan devastadores; 3) Los malos políticos ni solucionan estos desmanes ni ninguno; 4) No se crean elementos neutralizadores que eviten las catástrofes naturales; 5) No aprendemos de los errores anteriores.
Publicado en “El periódico de Aragón”