Por Eugenio Mateo Otto
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Cualquier ciudadano europeo de según qué latitudes podría preguntarse, incluso con estupor, para qué demonios le sirve un libro de instrucciones en caso de guerra que le ha enviado su gobierno.
En razón a la proverbial desconfianza que a los sureños nos produce el uso de folletos-guía y las consecuencias inherentes a su comprensión, por estos andurriales no daría mucho recorrido tal iniciativa, salvo para aquellos que aún gozan de fervor patriótico o que se cierran bajo siete llaves ante cualquier ventolera. En cualquier caso y visto lo que adornan los panfletos repartidos por el Norte, se le podría llamar en términos taurinos “brindis al sol”. No deja de ser interesante la actualización de esas guías editadas hace muchos años y el reparto de las actualizadas en momentos en que parece que se quiere dar miedo, más que prevenir. Cualquier persona normal vería en esas instrucciones de supervivencia un conjunto de avisos del “sálvese quien pueda”
Con la guerra ocurre como con la paz, que se las banaliza. En ambos casos se olvidan sus consecuencias. Nada más siniestro que el horror y nada más suicida que renunciar a la memoria. Banalizar las guerras pasa por distinguirlas entre convencionales o nucleares, como si ambas no fueran sino locura en ascensión. Las visiones diarias de la insania nos persiguen hasta en el lavabo, lugar indicado en donde empaparse de la realidad del móvil en un sorteo con los bulos y vemos lo innegable: el horror. No sabemos si se puede alcanzar mayor nivel de destrucción, pero lo intuimos. No sabemos si las armas se podrán depurar más aún, pero lo tememos. Es difícil sustraerse del bombardeo mediático que busca enriquecerse con el miedo, como lo es de aceptar las reglas del juego. No hay conciencia de crisis desde que se nos distrae con el pan y circo y la vida continúa haciendo planes. Se ha impuesto una cultura guerrera entre buenos y malos, pero sobre todo se ha impuesto un papel de chivo expiatorio a la población, necesitada de paz en el altar del sacrificio, ausente, o indiferente…depende de la posición, pero indefensa.
Sin alarmismos, convendría dar cuenta de lo consabido: la amenaza que supone para la paz que alguien maneje demasiados intereses, porque eso supone que siempre habrá litigios por nuevos intereses. El tablero se mueve, siempre por intereses, de Perogrullo, y parece que no importan las circunstancias de una sociedad que parece aceptar con resignación las que acontezcan. No se moviliza la población para exigir paz, nada parece que sea diferente y nada parece aconsejar a no pedir una hipoteca, pues la vida va, como siempre, con sus más y sus menos. Hemos tenido la desgracia de sufrir una hecatombe en las tierras valencianas que nos debería dar una referencia absoluta del caos. Nada pudo ir peor en la medida de lo peor y el submundo de la devastación se hizo visible entre los cuerpos inertes de las víctimas. La horrible percepción de la fragilidad de nuestro mundo exige ser riguroso con la ley de probabilidades. Volver atrás no es opción. Por eso, minimizar la verdad es una estrategia placebo y no se debe convertir en ignorantes a los afectados de una posible catástrofe o de una conflagración, aunque, la verdad, y llegados hasta aquí, viendo cómo somos, cualquier día cunde una alarma falsa y se agotan las reservas de papel higiénico en el super y de agua, y de yodo, que se dice es barrera natural contra la radiación. Por la premura de tiempo, no dispondrían de él los constructores de bunkers y se pondrían al alza los alquileres de las bodegas del Casco, cosa de la inflación que ya calienta motores. No deja de ser una distopía cruel que sobrecoja ante la manipulación con que se aplica la información y la cultura del bulo, tan vieja como el mundo, no ha hecho más que empezar. No deja de ser preocupante la política del bulo, ahora auspiciada ya desde el poder omnímodo del otro lado del Atlántico, que es capaz de subvertir el sentido común y que será capaz de convencernos de que los cosacos rusos han tomado el Arrabal, si alguien no lo remedia. Mientras, hagan las compras navideñas con ilusión y reserven restaurante, que para esas fechas venideras es un sindiós. Hemos de imaginar que si al Sr. Putin se le ocurriera armarla nos avisarían con tiempo, vamos, eso sería lo obligado, digo yo. Claro, que, ¿cómo saber qué hacer? Entonces se caerá en la cuenta de aquellos folletos que recibiste y que te dieron risa al leerlos. No sabremos si será mejor morir bajo un misil o sucumbir bajo el influjo seductor de Trump, porque, al fin y al cabo, el fin de las guerras que prometió zanjar darán lugar a otras, a las que otros se encargarían de animar y así sucesivamente. En cualquier caso, sería una paradoja que al final, Trump optase al Nóbel de la Paz. No se extrañen, cosas más difíciles se han visto. Este mundo traidor se empeña en hacer difícil lo que sería fácil, pero nunca a la inversa.