Saber decir adiós / Ana Redondo


Por Ana Redondo
https://anaredondocoach.wordpress.com/

      Esta noche he vuelto a soñar con la casa de mis padres. Es un sueño recurrente que siempre hace que me despierte con una sensación agridulce.

    La casa de los padres es mucho más que unas paredes entre las que has vivido por un tiempo. Allí pasamos nuestros primeros años: la infancia y la adolescencia, y gran parte de nuestros años locos. La casa de los padres guarda olor a guisos recién hechos y a sábanas limpias. Allí celebramos cumpleaños y navidades con personas que ya no están, pero cada rincón conserva parte de su esencia. La casa de los padres es el refugio donde acudimos después de las jornadas de colegio, de los días de los primeros trabajos o de las primeras decepciones amorosas.

      Allí, en la casa de mis padres, fue donde vi ganar cinco tours a Induráin, disfruté de la retransmisión en directo del concierto Live Aid del 86 y me emocioné con cada canción casi entera que conseguía grabar de la radio en mi cassette. En la casa de mis padres había siempre sensación de verano, porque todo el año entraba la luz del sol por la ventana del cuarto de estar y la de mi habitación.

    Cuando no queda más remedio que vender la casa de los padres uno se siente invadido por la tristeza: no sólo porque la ausencia de esos primeros propietarios duele, sino porque allí dentro se queda gran parte de lo que fuimos. Recuerdo que cuando se la enseñaba a la familia que decidió comprarla les iba contando historias mientras la veían. Sabía perfectamente que mis historias no tenían ninguna importancia para ellos, pero yo me sentía en la necesidad de vender más que paredes y techos. Y también recuerdo que supe que eran las personas adecuadas para vivir allí cuando vi la cara de la niña que iba a ser la heredera de mi habitación. Vi su cara y supe que mi mundo durante los años más importantes de mi vida iba a ser bien cuidado, y que le esperaban nuevas historias, probablemente parecidas a las que vivió conmigo.

    El trámite de ceder mis llaves y dar el último portazo fue lo más doloroso. Ahí se quedaron muchos de mis sueños. Bajé a la calle, me sequé una lagrimilla y caminé hasta llegar a lo que hoy es mi hogar. Donde otros sueños ya se estaban cumpliendo y dando cabida a muchos más que siempre están por llegar.

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