Mi reino por un caballo / Esteban Villarrrocha


Por Esteban Villarrocha

   Me encuentro estos días a la intemperie, rodeado de banales y ruidosos planteamientos políticos y culturales, y volver atrás la mirada se me hace muy difícil.

    Afortunadamente, tengo y conservo la memoria.

   Me pregunto cómo enfrentarse a los miedos, a las soledades y a las pandemias de este mundo globalizado.

   A la intemperie, vuelvo a releer a Shakespeare como antídoto frente a los fanatismos totalitarios rampantes. “Hay algo podrido en el estado de Dinamarca”, y vuelvo a releer “La invención de lo humano” de Harold Bloom, fundamental para entender la obra del maestro inglés. Me reconfortan las palabras bien dichas y escritas, durante estos días de rehabilitación. La lectura cura, la lectura se convierte en terapia y compruebo y me reafirmo en que la duda es síntoma de inteligencia. Solo los cabezas huecas no dudan.

   Mientras leo “Hamlet” y a Bloom, asisto perplejo al derrumbe y a la banalización de la actividad cultural y política. Observo una sociedad que considera a los artistas y creadores como parásitos sociales y me entristece el devenir de los acontecimientos. Tras el impacto inicial de la pandemia, ingenuamente pensé que la sociedad reflexionaría, cambiaría su manera de proceder, y pensaba que se volvería a recuperar una Administración que procuraría, con el ejercicio del poder, un mundo sostenible y donde los cuidados fueran el eje donde se articularía la sociedad futura. Reitero, soy un ingenuo.

   Nos alejamos, cada día más, de una sociedad que cuida. Del aplauso pasamos al olvido con demasiada facilidad. El confinamiento nos ha mostrado una realidad donde, como en “Hamlet”, nos hemos dado cuenta de que “sabemos lo que somos, pero no lo que podemos ser” (acto 4, escena 5). Si una sociedad no cuida a sus ciudadanos, estos se desmoronan, caen en el miedo y la incertidumbre. Necesitamos una sociedad que afronte los cuidados como prioridad.

   ¡Qué facilidad tenemos para olvidar! Quizás no hemos aprendido a gestionar los deseos y las emociones que tanto afloraron en los peores días de la pandemia. Necesitamos volver a reivindicar una sociedad más igualitaria, más libre y más solidaria.

   Me duele ver cómo las ideas totalitarias se imponen con falsas verdades y destruyen las bases de una sociedad democrática, estarán ganando la batalla cultural. Vamos hacia una sociedad que ha dejado de creer en el conocimiento y en los intelectuales y se dedica a tener y acumular en vez de conocer y aprender.

    ¿Cómo hemos llegado a esto? Qué fácil aprendemos a olvidar. Sórdido porvenir el que vivimos hoy en día, por eso me pregunto quién atiende y cuida hoy a los desheredados, que cada día son más.

   Pregunto con miedo e incertidumbre: ¿Qué mecanismos tenemos hoy para acceder a una sociedad basada en el aprendizaje y con los mínimos de subsistencia garantizados por un buen        gobierno que pretenda la igualdad, la fraternidad y la libertad? Un gobierno que haga de la política una herramienta al servicio del bien común.

      Sé que gobernar es complicado. “¡Cuánto pesa esta corona!”, escribe  William Shakespeare en su obra “Ricardo III”, para rematar con su famosa frase: “¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!“ . Enigmática frase, pero certera en su significado: infundir valor a los nuestros.

   “¡Mi reino por un caballo!” Pero no había caballo alguno para él. Ya era tarde. Los soldados de Enrique Tudor dieron rápida cuenta de Ricardo, que murió reclamando algo tan simple como un caballo a cambio de su mayor y más valiosa posesión: su reino. El poder es así. ¡Mi reino por un caballo!

    No tengo ninguna duda de que contra el fascismo solo ganaremos con más democracia. Ya sabemos, como dice Shakespeare, que “con un cebo de mentiras pescas el pez de la verdad”. Este es el mundo en que vivimos, un mundo donde la mentira no se cuestiona y la verdad se banaliza, porque “cuando la envidia engendra amarga división, viene la ruina, comienza la confusión (Enrique V, acto 4, escena 5).  Los fanatismos “pueden asesinar, y sonreír mientras asesinan”. (Enrique VI, acto III, escena 2). En este vaivén nos movemos estos días de confusión ideológica donde la palabra libertad pierde su significado y es como una onda sobre la superficie del agua, que no para de hacerse grande hasta diluirse por su propia grandeza. Vivimos en una tosca y burda tragedia donde triunfan las banalidades de los cabezas huecas. Estamos confusos, desorientados y necesitamos palabras para reconfortarnos. 

    Volviendo a Shakespeare, “la discordia social es como una venenosa serpiente que va royendo las entrañas de la riqueza común” (Enrique VI , acto III, escena 1). La defensa de lo común, de lo público, es la defensa del buen gobierno, y ahora se hace imprescindible un buen gobierno con políticas de cuidado. Son momentos de confusión y de ruido mediático. Reitero: revindicar hoy las utopías igualitarias es imprescindible para salir del caos.

   Estos días recuerdo la frase Oscar Wilde que nos recuerda que “ la única ventaja de jugar con fuego es que aprende uno a quemarse”. Me pregunto: ¿Habrá que volver a repensar el futuro ahora que somos más sabios y estamos quemados?

Publicado en el Heraldo de Aragón.

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