Por Mariano Berges
Reconozco que soy más lector del periodismo de opinión que del meramente informativo. Y, además, de medios distintos y hasta contrarios.
Ello hace que lea posiciones muy divergentes, y no solo por causas derivadas del enfoque político o partidista, sino del propio enfoque filosófico.
Por ejemplo, últimamente he visto dos artículos con dos enfoques distintos y que me han hecho pensar. Uno se refería al triste papel que personalidades importantes de la Transición, tanto de derechas como de izquierdas, jugaban en la actualidad, especialmente en la cuestión territorial y en el revisionismo histórico de los últimos cuarenta años (“Las élites enfurruñadas de la Transición” de Ignacio Sánchez-Cuenca). Entre ciertos protagonistas de la Transición ha habido una cierta derechización, que por cuestiones de edad no sería raro, sino también de una cierta intolerancia hacia la política y políticos actuales. Por ejemplo, la cuestión catalana, en la que el maximalismo de unos y la ausencia del Estado por parte de otros ha exacerbado la discusión hasta hacer imposible el diálogo. La intolerancia de los viejos políticos hacia los actuales no siempre es justa, y yo pienso que es más difícil hacer política hoy que ayer. Era más fácil y satisfactorio el salto de una dictadura a una democracia que batallar cotidianamente en la situación actual, donde el vértigo de los cambios y la incertidumbre del futuro hace difícil cualquier proyecto a medio plazo.
El otro enfoque es el triste papel que los partidos políticos actuales juegan en la actualidad con su desarraigo de la sociedad y su colonización del Estado y sus instituciones (“La deslegitimación de los partidos políticos”, de Rafael Jiménez Asensio), a propósito de la glosa de un libro de Piero Ignazi. El magnífico artículo de mi amigo Rafael expone el bajo nivel de confianza por parte de la sociedad en los políticos y en los partidos políticos, especialmente en España. Desconfianza que se ha trasladado a las instituciones y a la propia democracia. Suscribe una frase muy dura de Ignazi: “Los partidos han firmado una suerte de pacto fáustico; han entregado su alma a cambio de una vida más larga”, a través de un parasitismo institucional de donde extraen recursos ingentes y variados a repartir entre sus clientelas y adláteres.
He reflexionado sobre ambos problemas, poniéndome en el lugar de todos ellos e intentando comprender el porqué de sus planteamientos. La dialéctica subjetivo-objetivo late en ellos. La perspectiva del pasado es distinta que la del presente, y siempre es más complejo el presente, aunque solo sea porque no puedes salir de él. Cualquier análisis que hagamos debe tener en cuenta la complejidad de la realidad, aunque ello suponga dudas y expresiones no taxativas. Para ello, me vienen bien algunos criterios que el filósofo Edgar Morin maneja para su formulación del pensamiento complejo, especialmente en su obra principal, El Método. Una idea básica de Morin es lo que él considera el fin del método, que no es otro que ayudar a pensar por uno mismo para responder a la complejidad de los problemas. No debemos dejarnos someter por las ideas, pero no podemos resistir a las ideas más que con ideas. Hay que abandonar las trincheras y salir a campo abierto, que nos dé el aire, que las ideas bien argumentadas sean la munición en el combate y no los prejuicios. Ser de izquierdas no es ser totalitario ni ser de derechas es ser fascista. Todo los totalitarismos y sectarismos acusan el mismo defecto: la pereza intelectual y la incapacidad argumentativa. Cambiar los insultos por argumentos sería un buen principio para acabar con la crispación política. La demonización del adversario, tanto interno como externo, casi siempre favorece al que está en el poder.
El papel de los medios de comunicación es fundamental en la depuración y configuración de la realidad. Diferenciar información y opinión es básico, siendo ambas necesarias. Sin esta función de intermediación que tienen los medios entre el poder y la ciudadanía, entre los políticos y la sociedad, es muy difícil avanzar. Nunca con tantos canales de comunicación ha habido tanta desinformación. ¿Son las redes sociales canales de comunicación?
Tenemos, pues, unos partidos políticos endogámicos y colonizadores de las instituciones, una sociedad polarizada llegando al sectarismo no pocas veces y unos medios poco propicios al análisis y más propensos al chascarrillo. Aunque unos más que otros, todos tenemos responsabilidad en esta falta de horizonte. Porque la tarea es clara aunque difícil: se trata de comprender la realidad para poder transformarla. Y la primera característica de la realidad es su complejidad, o lo que es lo mismo, saber ver las distintas dimensiones de ella. Y para ello tenemos que empezar por modificar nuestra disposición mental como nueva forma de abordar la realidad. Hay que saber mirar para poder ver.
Artículo publicado en “El Periódico de Aragón”