Racionalidad política / Mariano Berges


Por Mariano Berges
Profesor de Filosofía

    En estos momentos existen en España muchos asuntos de suma importancia: la ya eterna pandemia y la aprobación del plan de vacunación general en España, la aprobación de los Presupuestos…

…para 2021, el plan de recuperación europeo pos-covid y su consecuencia española, la aprobación de la LOMLOE, la próxima aprobación de la ley de la Eutanasia. Y todos ellos con un claro aspecto positivo. Y, sin embargo, la melodía ambiental que más suena es la crispación política, auspiciada fundamentalmente por el PP, partido que solo promueve el consenso cuando gobierna.

   Claro que hay otros asuntos no tan positivos. Uno es ellos es la desnudez de nuestro sistema sanitario ante la prueba de esfuerzo a que lo ha sometido la pandemia, fundamentalmente de tipo organizativo y de falta de recursos materiales y humanos. El Roto, al que rindo frecuentemente mi admiración, lo mostraba en una viñeta espléndida. Decía el personaje de la viñeta “Teníamos el mejor sistema sanitario del mundo. Hasta que enfermamos”. La consulta médica telefónica puede ser el hallazgo del siglo.

    Ante la orquestación de la bronca y la búsqueda del rédito por parte de casi todos, me pregunto si los medios de comunicación no podrían desarrollar más las cuestiones principales y menos las anecdóticas. Intentar poner racionalidad, sin jugar tanto a esto me gusta y esto me disgusta, sino a analizar todos los aspectos susceptibles de mejora desde una postura crítica (obligación ineludible en cualquier medio de comunicación) y no tanto a tomar partido por unos u otros. Todo proyecto y personaje público es susceptible de crítica, que por cierto significa valoración, ya sea ésta positiva o negativa. Y ése es el papel de los medios, depurar ante sus lectores-oyentes las casi siempre confusas manifestaciones del poder, cuya aparente claridad expositiva de sus discursos suele camuflar la confusión de sus objetivos.

    En España, nos hemos instalado en el conflicto y la bronca, con la intolerancia como virtud máxima y la intransigencia frente a la necesaria flexibilidad política. Menos mal que la gente del común guarda mejor la estética que el Parlamento, con tanta retórica y sobreactuación. Estamos en un momento que, sin pretender historicismo alguno, se parece bastante al de la Transición. Propongo un juego de ficción pretérita. Imaginemos que, tras la muerte de Franco y para superar el centralismo decimonónico, los legisladores españoles hubiesen plasmado en la Constitución una profunda descentralización política y una radical modernización administrativa, en vez del Estado de las autonomías. O sea, más Francia y menos Alemania, cuya perfección de los landers es difícil de alcanzar. Si seguimos con el pretérito, estaba claro que, con las autonomías, solo se pensaba en contentar a vascos y catalanes, constituyendo el resto una escenografía de cartón-piedra y mero acompañamiento. Pero la historia no está escrita hasta que los hechos la escriben. Y las inéditas autonomías españolas comenzaron a exigir lo mismo que vascos y catalanes, y aparecieron las famosas competencias propias, que siempre eran pocas o transgredidas por el poder central. A su vez, vascos y catalanes se quejaron de que eso era “café para todos” y no lo prometido, con lo que su nacionalismo exclusivo y excluyente no se diferenciaba del resto de España.  De ahí a la concepción de la independencia como salto cualitativo específico y diferencial había poco trecho. A la vez que los nuevos virreyes instalados en sus taifatos autonómicos, le cogieron gusto a eso de las competencias propias, y el federalismo teórico acudía para dar una pátina de modernidad a lo ya inevitable.

    En la primera fase u ola de la pandemia, todo resultó fácil con el mando único como instrumento político y como procedimiento idóneo de enfrentarse a la tragedia nacional. Vascos y catalanes sacaban a relucir sus competencias atacadas, pero con la boca pequeña, a los que se añadió el tercer nuevo nacionalismo, el madrileño. Luego vino la desescalada autonomizada y los brotes epidémicos a gogó. Lo que produjo un caos irracional por querer responder plural y diversificadamente a un grave y único problema. Con las navidades y el plan de vacunación a la vista, espero que volvamos al criterio de mando único. Eso de la cogobernanza no está nada claro, ni teórica ni prácticamente. Y lo de la lealtad institucional, salvo excepciones, que las hay, se practica poco. Y es difícil coordinar a quien no se deja. Por lo menos, para vencer al coronavirus, las autonomías no son muy eficaces.

    Como los medios de comunicación son diversos (faltaría más), aunque muchos no son neutrales, el caldo mental de la gente es confuso, profuso y difuso. Es una auténtica futbolización de la política. Mi equipo-partido siempre tiene razón y el adversario es negativo por definición. Lo que me ratifica cuando leo mi periódico. Sin embargo, España tiene que intentar partir de un proyecto común y básico en esta situación que podría significar un cambio de época. ¿Existen elementos suficientes y suficientemente capacitados, intelectual y democráticamente, para elaborar y empezar este proyecto común? ¿O vamos a seguir jugando a nuestra supervivencia personal o partidista? No sé de dónde puede venir el principio de solución, pero todos debemos sentirnos interpelados por este proyecto. Ahora el juego es de futuro, porque el pretérito es irreversible y mi jacobinismo personal queda aparcado para mejor ocasión.

Publicado en El Periódico de Aragón

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