Artistas y mamoneos solidarios / Dionisio Sánchez

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Por Dionisio Sánchez Rodríguez
Director del Pollo Urbano
elpollo@elpollourbano.net

    Tengo la suerte de cultivar el vermú de mediodía y la caña de tarde junto a un grupo de amigos que gustamos de comentar las cosas que ocurren en nuestra ciudad, en nuestra región, en el mundo y, a veces, cuando el vermú se alarga, las noticias que nos llegan de otras galaxias.   Las fuentes, para algunos de nosotros, son la prensa escrita. Para otros, más modernos, los medios electrónicos. Aunque, cada vez más, detectamos en  ellos  un exceso de información, “infoxicación” que llama el filósofo argentino Alejandro Piscitelli,  de quien les quiero dejar aclarado el brillante término y su por qué:  “Tantas veces hemos oído la promesa de que con la información se come, se educa, se democratiza y se salva –a las naciones–, que hemos terminado engolosinados y prontos a cambiar una enfermedad –la anorexia informacional–, por otra no menos nefasta… la bulimia informacional o infoxicación”.

    Yo, he de reconocer que soy monolector de prensa diaría. Soy adicto al “Heraldo de Aragón” y mi día comienza con un té acompañado de un par de medias tostadas, la una con mermelada de naranja amarga y la otra con jamón de york, y a mi izquierda  el Heraldo. Y después de tantos años, ya sé a quién leo y a quién creo y, por tanto, enseguida me hago una composición de por dónde van los tiros y puedo salir de casa con una dosis adecuada de información que me permita posicionarme en las tertulias vermuteras  o cerveceras. Hay enormes y sacrificados periodistas en esa casa heraldiana. Gente que brega como leones para que no se estreche el espacio vital de la noticia, periodistas de raza de los que ya van quedando muy pocos y que creo que han de vivir una nueva primavera porque la infoxicación  está exigiendo, cada vez más, letras y espacios para la reflexión pausada, el análisis político y la orientación social. Las ocurrencias vertidas en el facebú o el tuiter, con el paso del tiempo –poco, a decir verdad- han quedado en aproximaciones a unas crónicas onanísticas que van dejando de tener atractivo porque, al final, nadie quiere saber la vida y milagros, hora a hora, de cualquier “amigo” fantasma y  juntaletras que se emociona al apreciar que el sol sale por las mañanas   o se selfía comprado una mierda de bolsa de comida para perros en una gran superficie y que además te pide que le digas “me gusta”.

    El otro día, ayer, por ejemplo, el vermú casero fue guerra a muerte  porque todos habíamos leído que “la Sala CAI Luzán de la Fundación Caja Inmaculada ha organizado una exposición benéfica en la que colgará 123 obras de diez grandes artistas, tres de ellos Premio Aragón Goya, de las que se venderán113, junto a otras 49 que se mostrarán a partir de noviembre en otros espacios de Zaragoza, Huesca y Teruel”. ¡Qué vergüenza, amigos! Toda una institución que fue, regalando sus fondos artísticos para comprar bocadillos…

    Esta es una noticia que nos hizo aterrizar y devolvernos al verdadero mundo que estamos habitando y donde los artistas ocupan un lugar muy cercano a las columnas anales  por donde se desliza la mierda que defecamos. Ese es el aprecio que tiene esa fundación por las obras que compró en su día a los artistas de la tierra. Y encima, el corto jefe del Servicio cultural de la Cai, Antonio Abad, se atreve a decir que no son gangas, ¡qué va!  “453,75 euros (IVA incluido) y un descuento del 21% a quien adquiera más de una”. ¡Qué país, qué Cai y qué jefe de Servicio! Tiran por tierra el escaso mercado del arte aragonés y lo mandan  a la basura. Y sin ningún pudor encima se creen que ese gesto desgraciado está justificado por una supuesta solidaridad  que la tendrían resuelta por varios siglos simplemente trincando a los exdirectivos que se hicieron de oro en el Sur con el ladrillo de Progea, por ejemplo.

    Pero lo peor de todo es que los artistas afectados hayan hecho mutis por el foro. Que no hayan reaccionado. Si yo fuera uno de los artistas afectados iría a ver al señor Antonio y le diría: “Antonio, dame mi cuadro y apártate que le voy a pegar fuego antes de que me tires por tierra mi cotización artística”. Lo quemaría y me iría a tomar una cerveza, dejándole en las orejas los 400 euros. Increíble.

   También, en esta línea, el otro día, ayer, esta vez a la hora de las cervezas nos estuvimos riendo con la jeta que tienen algunas organizaciones, onegérs o similares, poniendo de moda melonadas nacidas, generalmente en el brillante país del Obama negro, casi blanco con el paso del tiempo. La última, un invento que se llama  “Fair Saturday”, que ni más ni menos pretende  “transformar la sociedad mediante la cultura y la ayuda social” ¡Casi nada, amigos y camaradas!

   El toco mocho, perdón, el asunto,  es como sigue: el último sábado de noviembre la cultura saldrá a la calle (gratis, naturalmente) y los artistas con sus eventos (gratis, naturalmente) estarán haciendo mejores personas a las gentes que acudan y compren su evento. De esa transacción, un porcentaje, evidentemente, se destinará a un proyecto que gestionará la Fundación Solidarters. O sea, los artistas no solo están “a bocas” si no que, además, han de poner su esfuerzo, su cara de gilipollas y sus obras, para que la gente  pague y unos que no ponen nada (la solidaridad, eso sí),  se lo lleven calentito. Como siempre, el artisteo local, a poner el culo.

   Pero en este caso, lo peor es que el concejal de cultura, el amigo Rivarés, está entusiasmado: no solo los presenta públicamente  dando oficialidad a la farra si no  que añade sin rubor que esta parranda entronca con la apuesta del nuevo gobierno por “la ocupación del espacio público por la cultura”. Es decir, se la han metido doblada. ¿Qué cultura? Si quieren sacar dinero: ¡que paguen a los artistas, leche! ¡Qué menos! 

   En fin, amigos y camaradas, quiero terminar con una afirmación que hace muchos años hizo el activista Jean Grave y que a día de hoy, todavía puede hacer reflexionar a nuestros ingenuos artistas: “En la sociedad actual, las tres cuartas partes de los que quisieran cultivar las musas vense imposibilitados por las dificultades de las condiciones de existencia. Obligados a trabajar nueve, diez o doce horas para ganar el sustento cotidiano, es imposible cultivar gustos estéticos. Sólo un exiguo número de privilegiados pueden practicarlos y disfrutar de ellos”.

     Querido amigos, compañeros y camaradas: ¡A caballo! ¡Yihiii! ¡Salud!

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