Por María Dubón
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Extraño ser el hombre, que aumenta inútilmente su sufrimiento multiplicándolo con el miedo. El sufrimiento, como todo lo real, tiene un límite, pero el miedo, como producto de la imaginación, no conoce límites: es capaz de producir cualquier sufrimiento imaginable.
El hombre tiene miedo a caer un día en la indigencia y ese mismo miedo lo convierte en indigente. Por temor a verse privado de lo necesario, acumula bienes que no necesita; esta acumulación acaba muy pronto alterando el equilibrio de la naturaleza y causando la escasez que él temía. Entonces su único consuelo será pensar: Yo tenía razón. Por supuesto, antes de que se produjera el desastre ha estado sufriendo constantemente, ya que el temor a un sufrimiento posible es un sufrimiento real.
Lo mismo sucede con nuestra ansia obsesiva de seguridad. Todos nos hemos dado cuenta de cómo ha crecido últimamente la industria dedicada a fabricar cajas fuertes, puertas blindadas, alarmas, detectores magnéticos, etc. Pero esto es solo un episodio en nuestra historia o una parte mínima del problema. Si hoy existen controles electrónicos, ayer había cinturones de castidad. En todos los tiempos, el hombre se ha sentido inseguro y ha exigido garantías, resguardos, precintos, documentos que legalizan otros documentos. Todo es absurdo y vano. Después de haber atrancado firmemente las puertas y ventanas de su casa, el hombre sigue tan vulnerable como antes, indefenso ante sus peores enemigos, esos fantasmas que el miedo suscita en su propio corazón. Buscando de forma obsesiva la seguridad, ha terminado por vivir en un estado de constante alarma, es decir, de inseguridad.