El bautizo de Matilde Landa

Por Esmeralda Royo

Matilde Landa, republicana.
No pudieron colgar de tu pecho
ni crucifijos ni sotanas.
No pudieron colgar de tu pecho
señales amargas.

 “Matilde Landa”.
Barricada.

     El 26 de septiembre de 1939 Matilde Landa Vaz entró en la prisión madrileña de Las Ventas, donde se hacinaban 10.000 mujeres, muchas de ellas acompañadas de sus hijos.

    Hacía un mes que las 13 rosas habían pasado allí su última noche.

  Gracias a la indiscreción de un miembro de su propio partido, habían detenido a un símbolo, a una pieza importante del botín.  Esta ciéntifica extremeña, a la que la sublevación truncó su carrera como investigadora del Instituto Cajal, no sólo era reconocida por su actividad frenética durante la guerra, sino que era la responsable del Partido Comunista en el interior, una vez que los máximos dirigentes  habían marchado al exilio. 

    Recibió instrucción militar aunque no llegó a estar en el frente porque era mucho más valiosa en la retaguardia. Fue la encargada de la expatriación de niños a Rusia y México, entre ellos su hija Carmen. Impulsó el Quinto Batallón de Voluntarios y el Quinto Regimiento de Milicias Populares, donde colaboraron entre otros Antonio Machado y Miguel Hernández.

      Como tesorera del Socorro Rojo Internacional fue una de las primeras en reaccionar ante las alarmantes noticias que el 7, 8 y 9 de febrero de 1937 llegaban desde el sur.  Conforme los sublevados iban avanzando, una columna interminable de andaluces, que había comenzado en Cadiz, huían del terror.  Se fueron incorporando los llegados desde Huelva y Sevilla con destino Málaga.  Tampoco aquí tuvieron escapatoria y los propios malagueños se unieron a “la huía” (los sublevados la llamaron “desbandá”) para llegar  a la republicana y castigada Almería, en cuyo cementerio no cabía un cuerpo más.  Queipo de Llano ordenó bombardear por mar y aire  las atestadas carreteras.  En la actualidad no se conoce el número de muertos, aunque pudieron ser más de 8.000, pero sí que Almería llegó a duplicar esos días su población, recogiendo a 60.000 supervivientes.

     Todo esto lo conocemos gracias al médico canadiense Norman Bethune (pionero en los servicios móviles de transfusiones de sangre y testigo de la masacre), única ayuda de los refugiados.  Matilde Landa, curtida en la atención de los heridos en Madrid, se trasladó a Almería y más tarde, cuando la empobrecida ciudad ya no pudo acoger a más personas, organizó en la valenciana playa de la Malvarrosa un albergue para los huérfanos.

   Por si toda esta trayectoria no fuera suficiente, las autoridades guardaban una baza que propiciaría el insoportable chantaje y presión de las que sería víctima:  no estaba bautizada.

    Era algo inusual en una española nacida en 1904, pero teniendo en cuenta que sus padres tampoco estaban casados por la Iglesia, nos da una idea de la importancia que su familia, burguesa y librepensadora, daba a las cuestiones religiosas.

    Condenada a muerte, la pena fue conmutada gracias a la mediación de antiguos miembros de la Institución Libre de Enseñanza (donde había cursado sus estudios), convertidos en afectos al Régimen.  A cambio debería cumplir 30 años en una prisión fuera de la península, siendo la elegida una de las más terribles del momento: el penal para mujeres de Palma de Mallorca.

    Era habitual que los falangistas entraran con total libertad y se llevaran a presas elegidas al azar para ejecutarlas. El estraperlo se ejercía con normalidad y los alimentos destinados para las reclusas y sus hijos eran revendidos para lucro personal del personal de la prisión.  Nunca llegaron a comer el pescado fresco que los pescadores mallorquines, de tradición socialista, les regalaban. 

    Tanto en Madrid como en Palma, se convirtió en un referente moral para las presas.  “El angel laico”, como la llamaban, organizó un gabinete de asistencia jurídica para tramitar indultos, conmutación de penas y lo más importante, hacerles saber que no estaban solas.

    Matilde Landa hacía cosas que nadie más se atrevía a hacer, como enfrentarse al director de la prisión para reclamar más alimentos o cruzar el patio para recoger agua del pozo que el personal del penal tenía para su uso exclusivo y así poder evitar que las mujeres y los niños siguieran  muriendo de cólera o tifus. Le dejaban hacer, quizás porque las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y Bárbara Pons (catequista de Acción Católica, encargada de vigilarla), tenían para ella una propuesta que, de ser aceptada, supondría un acto propagandístico de primer orden para el régimen: libertad para ella y mejores condiciones para las presas y sus hijos a cambio de su bautismo. Si no accedía, los niños no recibirían leche.  Quizás porque no pudo soportar más la presión o porque estaba debil, enferma y pensando en su hija, accedió o eso les hizo creer.

     Tenía 38 años cuando a las 6 de la tarde del 26 de septiembre de 1942, día previsto para la ceremonia pública de su bautismo, ante la presencia como invitados del gobernador civil y el obispo de Palma, se lanzó al vacío desde una de las galerías de la prisión.  No falleció en el acto sino que agonizó el tiempo suficiente para ser bautizada “in articulo mortis”.  No sabemos si fue consciente de recibir el sacramento como tampoco del grado de frustración de los organizadores del paripé.

    Al vaciar la celda de Matilde Landa, encontraron los escritos de Santa Teresa de Jesús, de la que era admiradora.

    Vittorio Vidali, comandante italiano de las Brigadas Internacionales, escribió: “Cuando hablemos de la guerra española, la mejor página estará dedicada a dos grandes personas:  Antonio Machado y Matilde Landa”.  Se equivocaba, puesto que la historia de esta mujer, siendo desgarradora, forma parte de una de las más desconocidas de la guerra.

    Carmen López Landa, hija de Matilde y de Francisco López Ganivet vivió con sus tíos en México y guardó siempre la última carta que con 11 años recibió de su madre, “el angel laico”: “… Querida chiquinilla, cuidar de los más desgraciados y olvidados no es caridad, sino una obligación.”.

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