Como dijo Dorothy Parker…


Por  Esmerada Royo

     Dorothy Parker (nacida Rothschild), la mujer que escribió: “Lo primero que hago por la mañana es lavarme los dientes y afilarme la lengua”, fue considerada la más ingeniosa, brillante y sarcástica de Nueva York.

    Se la veneraba, temía y odiaba con igual intensidad porque en sus reportajes, relatos, obras teatrales o guiones cinematográficos, nadie se salvaba de la crítica más descarnada.  Combinaba el humor con la tenebrosidad y la ironía con la depresión.  A pesar de que estaba en la vida en contra de su voluntad y hacía todo lo posible por morirse, dejó unos aforismos y frases que han pasado a formar parte del sentimiento y acervo  de los neoyorkinos aunque desconozcan quién fué su autora.

     La única vez que asistió a una cita antes de la hora fue el día de su nacimiento, en un agosto de 1893 en el que se produjo un fuerte huracán que, como si de un presagio se tratara, hizo temblar los cimientos de la casa de verano de la familia.  Ella, tan neoyorkina, había nacido en Long Branch, New Jersey.

     Al enviudar, Jacob Rothschidl, un judío que no ejercía como tal, se casò con una maestra tan fervientemente católica y autoritaria que vacunó a Doroty contra toda fe.  Para ocultar su origen (como si el apellido Rothschild tendiera a la confusión), su madrastra la inscribió como episcopaliana en un estricto colegio para niñas de familias acomodadas. Llegó a odiarla hasta desear su muerte y cuando ésta se produjo a causa de un derrame cerebral, el sentimiento de culpa la atormentó durante años. “No hablo de mi infancia.  Si lo hiciera, nadie se sentaría a comer conmigo”.

      Le importó tan poco su futuro académico que, conseguida la graduación y a pesar de tener asegurado el ingreso en la Universidad, se marchó de casa y acabó como instructora en una escuela de tango, tarea que comenzó a simultanear con artículos para el New York Tribune y The New Yorker (del que llegaría a ser accionista), a los que seguirían: Life, Vanity Fair y Vogue. Siempre se negó a escribir siguiendo sugerencias de un director, motivo por el cual fue despedida de algún trabajo.  Sin inmutarse, recogía sus cosas, se ponía el sombrero y se iba comer a cualquier lugar del Uper West Side.

      Se casó (según ella para poder cambiar de apellido) con Edwin Parker II y con él aprendió a beber durante la “ley seca” que, como todo el mundo sabe, sirvió para que aumentara el número de alcohólicos, fomentar la corrupción y enriquecer a la mafia. Tiempos “dorados” y sobre todo  autodestructivos en los que era invitada por amigos ricos a las sobremesas en los sillones del jardín o a unas vacaciones en Montparnasse.  A su alrededor revoloteaban Scott Fitzgeral, Dos Passos y Hemingway, con el que rompió la  amistad por “ponerse excesivamente pesado en la defensa de la odiosa fiesta taurina española”.

     Presidió la famosa Mesa Algonquin (también conocida jocosamente por “Círculo Vicioso” y “Bilis Club), en el hotel del mismo nombre al que finalmente se trasladaría a vivir.   Allí se reunía la aristocracia intelectual neoyorkina formada por periodistas, escritores y la farándula de Broadway para tratar de forma caústica y ácida, entre el almuerzo y la partida de bridge o de poker, temas de actualidad.  Algunos de los guiones de Groucho y Harpo Marx  salieron de la Mesa Algonquin.  

    Defensora de la república española, instó a su segundo marido,  Alan Campbell (un actor de segunda fila once años más joven que ella), para que se alistara en las Brigadas Internacionales, convencida de que ella podría acompañarlo como corresponsal.  No pudo ser porque a los 50 años era considerada mayor para ello, pero si pudo visitar algunos hospitales españoles y entrevistar a brigadistas heridos.  Memorables fueron también las fiestas que organizó para recaudar fondos destinados a los refugiados.  

     Mientras los críticos solo veían ligereza y frivolidad en sus relatos (quizás porque les costaba digerir que alguien escribiera: “La heterosexualidad no es lo mas normal.  Si acaso, lo más común” o “Cualquier mujer que quiera escribir como un hombre carece de ambición”), el público empezó a preguntarse cómo una Rothschild podía criticar sin piedad a aquellos que, como ella,  pertenecían a la élite adinerada.  “Dedican un día a la filantropía y 364 a ignorar a los menos afortunados.  Si quieres saber lo que Dios piensa del dinero, mira a las personas a las que se lo dió”.

      Aunque su obra teatral tuvo escaso éxito, ganó una fortuna en Hollywood como guionista.  Esta vez la crítica fue unánime y reconoció que los guiones de “La Loba” (junto a Lillian Hellman) y “Ha nacido una estrella” tenían poco de ligeros y frívolos.

    El FBI elaboró sobre ella un dossier que superaba las mil páginas.  Por eso no es de extrañar que fuera llamada para declarar en la infame “caza de brujas” del senador MacCarthy.  Se puso la máscara de pedante inocencia que guardaba para las situaciones más comprometidas y, jurando decir la verdad, juró en vano al negar  que perteneciera al partido comunista.  “Jurar con una mano en la Biblia tiene tanta validez para mí como hacerlo sobre cualquier libro de ficción”.

    Tan rápida en las respuestas como desastrosa en gestionar su vida, en ocasiones abandonaba el sarcasmo y la ironía y escribía sobre mujeres solas, maridos y esposas infieles, abortos e intentos de suicidio cortándose las venas o tomando Veronal.  Es decir, de ella misma.  

      Murió en el hotel Volney acompañada de su perro Troy y de una botella de alcohol. Sus cenizas están depositadas en una tumba de Baltimore comprada por  la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color, movimiento al que legó los pocos bienes que le quedaban para honrar la memoria de Martin Luther King, al que veneraba.  En su epitafio se lee: “Perdonen por el polvo”.

     “Me gusta un Martini, dos como máximo.  Después de tres estoy debajo de la mesa y después de cuatro debajo del anfitrión”.  Dorothy Parker.

Artículos relacionados :