Ana Gandú.  Pintora de sentimientos, o de «eso» que no se ve.


Por Cristina Beltrán

    Sus aficiones son la cocina  y la música, ambas las desarrolla todos los días así que puede considerarse afortunada porque se vuelca dándolo todo en lo cercano con lo que más le importa.

     Hace tiempo adquirí una serigrafía suya y la regalé a un familiar muy querido. Confieso que en ocasiones me arrepiento y deseo volver a tenerla conmigo (me queda el consuelo de verla de vez en cuando en su casa) me instiga curiosidad descubriendo algo nuevo al contemplarla, es tan contundente que me deja perpleja.

   A la artista la he conocido personalmente hace unos cinco años, su maternal y sabia sencillez  la delata tanto que dan ganas de abrazarla .

   Despierta ante un cielo azul sin poder volar, se dirije hacia una luz multicolor evitando los encuentros que vuelven todo oscuro. Pero los tropiezos son reales en forma de traiciones, traumas, engaños, hipocresía y rabia. Cierra los ojos y sueña escuchando una música que la hace vibrar, así empieza a pintar. Cuando le falta el aire, limpia los pinceles y sale a la calle, el cierzo la hace respirar. El grupo de músicos Melancrónico es la banda sonora de su vida.

     Nos trasladó estas sensaciones además de las que cada cual cosechó en su última obra expuesta en el «Espacio Órbita» de Paco Simón en el año 2017.

    Con el título de luminiscencia La mismísima Cofia escribe para ella sobre las alucinaciones, fantasías y proyectos que nacen y mueren para hacer posible la vida, sobre los paisajes inverosímiles y ordenadamente anárquicos, sobre la desnudez que nos produce estar ante los colores de sus obras que nos hacen bailar. Del arte arto de ser complaciente y de las personas que conseguimos acercarnos a él para tener, al menos, un suspiro infinito.

    En verdad el sentimiento que produce observar la pintura de Ana Gandú está muy bien expresado por ella y por su hijo, si fuera necesario explicar algo, porque en realidad no hay nada, absolutamente nada que explicar.

    Ella plasma lo que no se ve y esta cuestión es la que la llevó a pintar, entrar en un mundo personal y propio, auténtico y sin perversiones multicopistas, colores puros y el negro rodeandolo todo, colores y formas automáticas rodeadas de un puntillismo que remarca e instala la potencia de la imagen. Obras pequeñas, grandes, en muros o en distintos soportes en las que claramente es siempre reconocible la mano de esta artista.

   No entiendo muy bien porqué se prodiga poco, su pintura aunque extraña y ajena a modas, a finales de los 80 y 90 gustaba mucho, siempre ha sido querida entre la profesión y las críticas le fueron benévolas.

   En 1985 expuso en la sala de la facultad Filosofía y Letras, en el 87 en el Mixto 4, para el 89 en la Sala de Arte Joven del Ayto de Zaragoza y en la Juana Frances en el 91.

 

  Formó parte de el grupo «Zotall» compuesto por Emilio Abanto, Ana Isabel Gandú, Maria José Julián, José Vicente Royo y Luis Salas, el grupo realizó exposiciones en 1985-86 expusieron también junto a otros grupos y en otras colectivas con otros artistas; de estos actos quedan algunos folletos, publicaciones y reseñas de periódicos pero lo más contundente fueron los maravillosos catálogos que se imprimían con diseños innovadores en reputadas imprentas. Una de las originales muestras  en mis recuerdos es la exposición colectiva con intervenciones sobre sillones, sofás o distintos muebles transformados. Se realizó el año 1986 en el mítico MODO con el título «sentarse-sentirse» llenaron el bar – espacio vanguardista que hacia de vocero internacional en la capital, nada provinciana en esos momentos – en donde el arte y la cultura se respiraban a través de la colorista y variada clientela en esa época. Toda persona que se preciase moderna pasaba a escuchar las últimas tendencias en música y arte. Por el local  desfilaban también jóvenes e ilusionados políticos con ganas de hacer y codearse con el mundo cultural. En mi opinión no ha sido mejorado su ambiente hasta hoy, también es cierto que mas tarde fué en declive y sólo quedó el nombre.

     Participó Gandú en dispares exposiciones colectivas en Aragón, Cataluña, Madrid, Murcia y País Vasco. En distintos países: Andorra,Checoslovaquia,Francia, Portugal, Marruecos u Holanda. El Gobierno de Aragón y el Ayuntamiento de Zaragoza, entre otros, cuentan en sus fondos con algunas de sus obras.  Pero Ana no se da importancia, pinta cuando quiere, no vive de ello, en su caso es una necesidad crónica que la llama inevitablemente y tiene que acudir a esa llamada desarrollando su proyecto en forma de obras originales para sacar emociones e insuflarlas en papeles o lienzos.

  El fallecido profesor y crítico de arte Angel Azpeitia la valoró muy positivamente con su peculiar técnica, ya nos advirtió: «…compone y equilibra el conjunto. Su vitalidad abundante puebla y discurre. Lo suyo anda por ahí. Se diverte y llega«. El 17 de septiembre de 1987 en el suplemento de artes y letras del periódico Heraldo de Aragón, junto a la fotografía una gran instalación de Ana titula su crítica como «Sástago: Un palacio para artistas jóvenes» y vuelve a reiterarse en su obra como alegre y lúdica al referirse a una enorme instalación de esta artista, se ve que el crítico gozaba ante sus obras, fueron buenos tiempos para el arte  aragonés emergente. En el año 1991 de nuevo   Azpeitia en el Heraldo de Aragón reseña su exposición en la Juana Frances incidiendo como acertada la selección de ésta artista para la sala dándole un afianzamiento y un crédito:  «…la considero como una de las pintoras más interesantes que tiene Zaragoza, ofreciendo una obra alegre, colorista y con alguna nota ingenua, algo surreal y mironiana, practica un arte feliz, aunque con matices, ya que no se trata propiamente de algo naif ni refleja un simple y descontrolado regocijo. Se sitúa fuera del tiempo y de las modas, se basa en conocimientos por más que sea auténtica en lo que resulta. …Su inocencia viene de ojos que han mirado mucho.»

     Mi querido y recordado Ángel Aransay hace referencia a la obra de Ana Gandú en el desaparecido periódico «El Dia» realizando una crítica de la misma exposición, en el año de Mozart, señala como adecuado empleo de virtuosismo y graciosa ejecución en sus grafismos, vinculándolos al mundo ideal de la infancia, produciendo el mismo encanto de su indefinible mundo, como si pudiéramos entrar así en el paraíso perdido. Compara sus obras con las de Klee o Miró por su aparente sencillez engañosa pues tienen un claro rigor interno.

    Señalo a estos dos críticos de arte de la época, ya fallecidos por sus acertadas reseñas y percepciones de la obra de Ana Gandú, suscribo totalmente lo que apuntaron. Y con el paso de los años ese enorme caudal que nos ofrece sigue intacto, no se autoengañen si ven sus obras, no existe ya la ingeniudad, pero sí acuden episodios de su infancia a sus pinceles, los recuerdos no se diluyen y quedan como las imágenes que nos desbordan en la actualidad cruel, con impotencia e injusticia, no hay más que mirar alrededor para no vivir tranquilas, y sin embargo es preciso dominar  las ganas que entran de tirar bombas hacia arriba, porque te pueden caer encima.

   Es preciso dominar los minutos y respirar para centrarse en lo doméstico. Es preciso postergar la indomable fuerza creativa que bulle para trabajar en algo que nos da de comer.

   ¿Qué es lo fundamental? vivir o pintar, apoyar y cuidar,o seguir los instintos y huir hacia adelante…no tengo claro que haya que elegir, pero el caso de Ana Gandú no es único, es más abundante de lo que parece, aunque no sé hasta qué punto somos conscientes. Las mujeres artistas elijen tocar tierra y animar a alcanzar los sueños de los cercanos, Ana no se queja, es una mujer realista que pinta cuando le da el punto y prepara proyectos. 

      Su trabajo artístico es libre y encauzado como el cierzo en nuestra árida tierra. Ella ejecutará sin vacilar para darnos esas percepciones tan especiales que sólamente ella es capaz de mostrarnos como ligeras y divertidas, aunque en el fondo no lo sean tanto así, no va a molestarse en desdecirse o en dar lecciones a nadie de lo que perciben al ver «eso que no se ve».

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