Pequeño zorros rojo


Por Esmeralda Royo

     Antes que el Partido Nacional Socialista se hiciera con todo el poder y las SS colonizaran a la policía, Gerda Pohorylle ya tenía antecedentes penales por haberse enfrentado a las autoridades alemanas, así que en 1.933 decidió huir.

     Era socialista y judía, así que no hacía falta ser una visionaria para saber lo que le esperaba. A los 23 años se despidió de Leipzig y de su familia, a la que no volvió a ver.

    Nos contó Hemingway que “París era una fiesta” pero no para todos.  Gerda no pertenecía a los  cículos intelectuales de Stein, Pound o Fitzgerald.  A su condición de judía se añadió la de refugiada, sin un franco en el bolsillo ni oficio conocido. Trabajó de niñera, camarera, mecanógrafa de un psicoanalista y secretaria de la agencia Alliance Photo.  De aquí se llevó contactos que le serían de gran utilidad en el futuro.

    Su amiga Ruth Cerf consiguió un trabajo mal pagado como modelo fotográfica para otro refugiado, el fotoperiodista húngaro de origen judío, Endre Ernö Friedmann.  Es allí donde se produce el encuentro entre Endre y Gerda.  Él le enseña el oficio y ella, que rechazó la oferta para convertirse en su modelo, le ayudó a mejorar su desaliñado aspecto. Ambos, hartos de que la sofisticada y elitista sociedad parisina, que les consideraba de un status inferior y no les tomaba en consideración, se inventaron un personaje.

     A partir de ese momento dirán que las fotografías son de un reputado fotógrafo norteamericano y que ellos, como sus representantes, son los únicos autorizados para su exhibición y venta.  El nombre de este “reputado artista” que, por supuesto, nunca se dejó ver era Robert Capa.  Entre sorprendidos y divertidos vieron como todo aquello que antes no interesaba, ahora, bajo la firma de Capa, era comprado al triple de precio que si se tratara de un fotografo francés. 

    Algunas fuentes afirman que fue ella la que convenció a Endre para trasladarse a España y cubrir la guerra civil.  Era una forma de elevar sus perfiles profesionales sí, pero también, como defensores de la república española, de luchar contra el fascismo. Gerda Pohorylle se iba a convertir en la primera mujer fotoperiodista que cubrió un frente de guerra, ya con su nuevo apellido “Taro” de ortografía y pronunciación más básicas y de sonoridad similar a “Greta Garbo”.

   Recorren el frente republicano de Cataluña, Aragón, Madrid y Toledo y las fotografias de ambos, siempre firmadas por Capa, se hacen famosas en Francia, publicándose en “Regards”, “Vu o “Ce Soir”.  Es en Córdoba donde quedará inmortalizada la imágen del miliciano cayendo abatido. Como ocurrió con muchas de sus fotografías, no se conoce cual de los dos la tomó. Otras sí, porque las que reflejaban el miedo y el hambre de la población civil son capturadas por la Leica de Gerda, al igual que las que mostraban víctimas de atentados y niños desplazados y huídos.

   En algún momento de 1937 él le propone matrimonio y ella lo rechaza.  Las carreras continúan separadas y es Endre quien se queda con el nombre de Robert Capa.  Ella, firmando ya como Photo Taro, comercializa sus trabajos para “Life”, entre otras publicaciones.

   “Era una pequeña niña valiente”, diría en sus memorias Alexander Szurek, miembro de las Brigadas Internacionales, y en el frente la apodaron “Pequeño zorro rojo”, aludiendo a su astucia, estatura y color de pelo.

   Uno de sus reportajes más importantes fue el del triunfo republicano en la batalla de Brunete.  La alegria duró poco, porque el ejército sublevado inició el contraataque.  Gerda, que ya había abandonado ese frente, decidió regresar para informar en primera linea, bajo el paso de los aviones a baja altura, sobre los bombardeos de la aviación franquista. Con el ejército republicano en retirada, se subió al estribo del coche del general Walter.  El pánico se adueñó del convoy y Gerda cayó al suelo tras un pequeño montículo. La desgracia hizo que durante la confusión, un tanque republicano diera marcha atrás y la atropellara.  Aunque la trasladaron con vida a El Escorial, falleció unos días antes de cumplir 27 años.  La primera fotoperiodista se convirtiò en la primera fallecida en un frente de guerra. 

   Endre Friedmann tardaría 17 años en morir, víctima de una mina mientras informaba en la guerra de Indochina. Siempre se culpabilizó por haberla dejado sola y nunca fue el mismo, teniendo que ser rescatado a menudo por sus amigos debido a su alcoholismo.

    Sin pasaporte, solo la casualidad hizo que a Gerda Taro no la enterraran en la fosa común.  Alguien la reconoció y Rafael Alberti y Maria Teresa León, miembros de la Asociación de Intelectuales Antifascistas, identificaron el cadaver, trasladándolo a Paris donde fué enterrada con todos los honores en el Cementerio de Pére-Lachaise.  Las fotografías que tomó ese día nunca fueron encontradas. 

   El hecho de que su carrera fuera tan corta (1936-37), que tras la guerra civil estallara la Guerra Mundial y tras ésta, la guerra fría (con el consiguiente olvido internacional del conflicto español), que la asociaran con el comunismo, aunque no era comunista, y que el superviviente Endre se quedara con el nombre, hicieron que Gerda pasara a ser “la novia de Capa”.

   La odisea para la recuperación del archivo fotográfico de Gerda y Endre, con miles de negativos,  que se conoció más tarde como “la maleta mexicana”, fue larga. Endre no logró sacarlos de Francia en 1939 y los documentos terminan en manos del embajador de México, el general Francisco Aguilar, que los llevó a su casa y perdió todo interés en ellos.  De ahí pasan al cineasta Benjamin Tarver y no es hasta 2007 cuando éste dona las tres maletas al Centro Internacional de Fotografía, gracias al cual tenemos una idea del alcance del trabajo de Gerda Taro.

    En la tumba de Gerda Taro, muy cercana a la de Édith Piaf, sólo se lee su nombre.  A Endre lo enterraron como Robert Capa, aunque ya sabemos quién se escondía también bajo el personaje.

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