Colchón de púas: ‘Entrevista con Alonso Zamora Vicente’


Por Javier Barreiro  

    Sabio total, magnífico cuentista, hombre de una bondad ingénita aunada a una lucidez insobornable, tuvo la paciencia de honrarme con su amistad y un profuso epistolario. Planteada como cuestionario para mejor precisar las ideas, esta entrevista se publicó en El Bosque nº 10-11, Monográfico “España, primer tercio de siglo”, enero-agosto 1995 , pp. 47-55.

                                                                                                                                                                                             P: Conservamos miles de testimonios literarios, se pueden consultar muchas de las publicaciones de la época que, por otra parte, no ha sido de las menos afortunadas en interpretaciones y análisis por parte de historiadores y estudiosos, tenemos imágenes fotográficas y cinematográficas, cientos de memorias y testimonios históricos que a él se refieren. ¿Cree usted, sin embargo, que tenemos una imagen fidedigna de la vida española en este período?

R: Sí, existen muchos testimonios y han sido bastante aprovechados. Sin embargo, no creo que conozcamos bien la vida de ese tiempo (por otra parte, cambiante, pues es de amplios límites). Hace mucha falta leer entre renglones de cuanto conocemos. La vida interior de aquella sociedad, creo yo, fue, ante todo, de una pobreza general, llevada muy dignamente, con alegría casi, pero no la encontraremos apenas en esos testimonios existentes. Hay que rever el género chico, algunas novelas secundarias de esas que, por llamarlas de algún modo, las bautizamos como barojianas. Hay que releer la poesía burlesca, abundante y significativa, la vida judicial, la hipocresía religiosa tan pimpante y tan bien vista por la burguesía. El cine fue siempre muy literario (y de mediocre literatura), o muy soñador de riquezas, fachada, vanidad, torpe imitación de lo que se creía europeo (tenga presente que los viajes fuera del territorio nacional pertenecían a una pequeña minoría de adinerados o a los que por una u otra razón desempeñaban excursiones oficiales. La creación del Patronato Nacional de Turismo es prueba de que es cosa en sus comienzos. Sé de alguien que estaba en París al estallar nuestra guerra: cinco días, 500 pesetas, y poquísimos podían hacerlo). Añada usted que la minoría adinerada era bastante inculta, sobre todo en materia de auténtica historia: todavía en 1903 se demolió un humilladero precioso en Madrid, el que da aún nombre a la calle, y era posible la exportación de obras de arte capitales poco menos que a precio de saldo (el Van der Goes de Monforte, Los Grecos de San José de Toledo, etc.).

P: Usted es uno de los mayores conocedores de la lengua popular de la época ¿El reflejo literario de la misma le parece suficiente o pálido? Pese a la inmiscuición en lo popular de tantos de nuestros escritores ¿no le parece que hay registros que han quedado prácticamente fuera de lo literario?

R: Es pregunta de difícil respuesta. Creo que no. Yo recuerdo muy bien la existencia de dos lenguas. Una, la de la calle, la que empleábamos entre amigos, estudiantes, lecturas sucias que se vendían en la puerta de los cines (“¡para entretenerse en los descansos…!”), lengua llena de argot, gitanismos y ruralismos. Todos los madrileños teníamos un pueblo como referencia, venían a vernos los parientes del pueblo, veraneábamos en el pueblo, las cosas buenas de comer eran regalo del pueblo… Y eso estaba en la lengua. Y al lado, otra lengua, la oficial, la que ensayábamos para los exámenes, para recitar las lecciones, la empleada en reuniones y saraos (había aún saraos, en casa de una de las amigas de la pandilla, con la merienda a escote). El escritor partía de la idea de una lengua “superior”, exquisita, para su trabajo, sin acabar de entender que la excelsitud la hacía él, al manejar esa lengua corriente a su manera. Ahí está la base de Ricardo León, y de tantos otros que no llegaron a publicar. Ponga usted ahí la mayor parte de las redacciones escolares, que destilaban miel, pólvora patriótica y necedad. Se tenía santo horror a lo “paleto”, especialmente en Madrid, que se defendía así de su condición lugareña. Esto dificulta, por falso prurito de superioridad, el conocimiento y la valoración de ciertos ritos: el ordeño de las burras de leche en el portal (la leche se empleaba contra la tuberculosis, igual que el caldo de perritos; hacia 1918 o así, con la Guerra grande, se empezaron a vender pastillas de leche de burra, ¿Qué tendrían?); tampoco sabemos los pregones, la lengua de los oficios (deshollinadores, carboneros, floristas, mieleros o meleros, paragüeros, vendedores de teas para encender la lumbre, estereros… Era fiesta nacional el día de poner las esteras en las oficinas públicas). Recuerdo que todavía en 1932-34, se veían por las calles gentes con el traje tradicional, regional, y se entablaban vivas discusiones por reconocer el origen. Era una expedición al desbarre, excepto si eran lagarteranas. ¿Y las cambiantas, que proporcionaban calderilla, noventa céntimos por una peseta…? ¿No ve ahí una prueba de cómo funcionaba la hacienda de muchas familias? ¿Sabía usted que los inmigrantes madrileños se reunían en sitios concretos según el origen, como “naciones” medievales? Los asturianos, por ejemplo, acudían todos los días de fiesta a la Florida, al costado de la ermita. Allí vi yo bailar por vez primera la danza prima, y hasta intenté incorporarme a un coro. Sí, el reflejo literario de aquella sociedad es muy pálido.

P: Uno de los fenómenos más apasionantes de este tiempo lo constituye la convivencia de la España Negra, de la mugre, la brutalidad, la injusticia y la miseria más espeluznante con una inquietud compulsiva por encaramarse al carro de la modernidad que, por otra parte, tiene abundantes reflejos, en las artes, las modas, el espectáculo y la vida cotidiana de, al menos, algunas minorías. En cierta medida, ¿no ha predominado en los intérpretes la atención a la segunda de estas vertientes en detrimento de lo que constituía la realidad de la más amplia mayoría de nuestro pueblo?

R: Esa convivencia se ha dado siempre. Lo insinúan los Avisos de Barrionuevo en el XVII, los hay en el XVIII, se adivinan en los dibujos de Goya. Las depuraciones políticas del XIX fueron un buen caldo para eso, sin barreras precisas. Y en el paso del XIX al XX, los crímenes han sido horrendos, muy “negros”. El del Capitán Sánchez, sin ir más lejos. Llegó a decirse que comió carne de alguna de sus víctimas. Casi nada. O el de la Justa, o el de doña Baldomera. Hace unos años, Calpe comenzó a editar una serie dedicada a estos primores. Bastante bien hecha. Y al lado de esta variante brutal, los hay de la mejor tradición escénica clásica. Próximo a mi casa, en la calle Don Pedro, calle de viejos palacios, quedaba un resto de ese vecindario. Un día, el señor volvió a su casa sin respetar la sana rutina, y se encontró a su mujer en pleno adulterio. Pues igualito que en Los Comendadores de Córdoba: el agraviado despachó a la infiel, a su cómplice, a las criadas, no sé si a algún hijo, y a los animales domésticos pobrecillos, dígame usted qué culpa tendrían de los furores de la señora… Y esto en los años veinte ya, y a un paso del Palacio Real y de la Catedral. Mire, eso de embarcarse para la modernidad es un camelo como la Telefónica (es lo que decíamos para encomiar el tamaño de la cosa, nos parecía que no podía haber en el mundo nada mayor que el rascacielos de la Gran Vía….). Recuerde usted el permanente conflicto de la Infanta Eulalia con la familia real y con su marido… Y más: con el gobierno, cuando tuvo que ir a Cuba, sabiendo ella la realidad y adiestrada por los gobernantes con los prejuicios y la tozudez oficiales… Hoy mismo, ¿cree usted en eso, con lo que estamos viendo? Hablaríamos y no acabaríamos de hablar sobre esta ficción de la modernidad. Esta manía de lo moderno es la que nos ha llevado a creernos que los antibióticos que tomamos los hemos hechos nosotros, los hemos parido; losautomóviles que llenan las calles son fruto de nuestro talento, etc. También es de nuestro talento la democracia que vivimos, y ya ve… ¡Un jamón…! Se me olvidaba: dos ejemplos de crimen tradicional y a la moderna: el asalto al expreso de Andalucía y el de la niña Hildegart, a la que quiso su madre modernizar

P: Parece que la Gran Guerra puede considerarse como un punto de inflexión y que de ella surge en España una actitud distinta mucho más lanzada hacia afuera, hacia la “modernidad” y la deseada o malhadada europeización. ¿Se vivió así en la calle o es sólo una interpretación fácil?

R: Eso es conclusión sacada “después”, al mirar el contexto. Yo he pensado siempre que la extinción de los hábitos decimonónicos tiene en España una fecha: la huelga revolucionaria de 1917, a pesar de la torpe resolución que Alfonso XIII le dio. Sin duda alguna, lleno de miedo ajeno y viejo de sus cortesanos consejeros, que no eran unos genios precisamente. Por ese tiempo es el mayor empuje de la Junta para Ampliación de Estudios, la reorganización de la Justicia, la lucha contra el caciquismo, la penetración las ideas pedagógicas de la Institución en toda la Enseñanza. Y de la concepción de la Universitaria madrileña y de la auténtica autonomía universitaria. Pero la gente seguía viendo la Parada en Palacio, asistía a la promulgación de las bulas por las esquinas y yendo al teatro los más, al cine los menos. La modernidad para la calle fue el metro y los juegos de agua y luz en la Exposición de Barcelona.

P: En Europa, por entonces, se está viviendo, que no hablando, de la “belle époque”, de vanguardias, de psicoanálisis y otras hierbas. Aquí también, pero todo entreverado en una suerte de costumbrismo. Es decir, que conviven Gómez de la Serna con Fernando Mora; Bergson o Keyserling con los romances de ciego, o el crimen de Cuenca con la Residencia de Estudiantes. ¿Era éste un país así de dinámico, así de singular o no era para tanto?

R: Creo que en lo dicho en el apartado anterior va incluido éste. Algún día le contaré cómo hablaban las gentes que representaban a la Residencia, lugar donde los madrileños nos íbamos civilizando (el Ateneo y los cursos libres del Centro de Estudios Históricos o de la Universidad colaboraban en la misericordiosa tarea). Todo lo bueno, lo enormemente bueno que eso representaba era cáscara: por eso se hundió estruendosamente, de golpe y porrazo, con la conmoción de la guerra civil. Después ha venido una seudoliteratura mitificadora, pero tan hueca, que acaba por retumbar de mala manera. ¿No ha notado que en estos años de mirada atrás ha brotado más institucionistas que soldados movilizó Napoleón? ¿Quién recuerda la Exposición surrealista de Canarias, etc.?

P.: La música popular y el teatro constituían por entonces, con los toros, las diversiones más constantes de los españoles. Sin embargo, todo lo que nos queda son referencias y muy pocos se han acercado a dilucidar lo que pudo significar todo ello en el inconsciente colectivo o en la vida diaria de las gentes de la España primisecular. ¿Cuáles serían a su juicio, las tareas investigadoras más urgentes que habría que afrontar en esos terrenos?

R.: Lo de los toros exige un estudio claro, detenido. Habría que destacar el cambio en la personalidad de los toreros, que de puros entes vivos pasan a personas con sensibilidad y hasta con una cultura muy respetable. (Aún podrá usted apreciar, en muchos casos, la dignidad con que habla un torero frente a la insustancialidad del entrevistante. Hay excepciones, claro). Pero algo pasa cuando en estos tiempo de que hablamos los toreros andan revueltos con intelectuales: Ortega, Pérez de Ayala, Valle Inclán… No digamos el caso aparente de Sánchez Mejías… Dicotomía torera: Zuloaga, Vázquez Díaz. Y frente a estos, Solana.

P.: El mundo del periodismo es algo tan vivo, tan difuso, tan efímero que no parece que tengamos un panorama adecuado, una visión conjunta de sus vicisitudes y trascendencia. ¿Se trata de desinterés hacia este género en el que estuvieron todos los que son y muchos más, de una imposibilidad de penetrar en un mundo tan lejano al actual, tan inabarcable y variopinto?

R.: Creo que el periodismo es primordial. Hay libros capitales que han sido artículos de periódico: “Azorín” es paradigmático. Esto produjo una elevación del lenguaje general. Y de la gimnasia mental: caso Unamuno. Pero siempre en dos, tres periódicos (ABC, El Sol, El Liberal. No se ha estudiado con rigor el papel de Los Lunes del Imparcial. Al lado de esto hay una producción nefasta, ignorantona, etc. Hubo críticos muy serios: Gómez de Baquero, Gamero, Ciges.). En fin, eso se ha estudiado muy poco. Una prueba: Fernández Almagro ya vio cuando salió Tirano Banderas la presencia de las crónicas de Indias: la cita, demuestra que sabía bien de qué hablaba.  Bueno, pues años después, nos sale por ahí un sabiete de revista científica que publica lo mismo como un gran hallazgo, del que se deduce su enorme talentosis … Bueno.

P.: Zamora Vicente es el maestro indiscutible en el estudio de la obra maestra nuestro siglo literario, Luces de bohemia, de la que está preparando una reedición muy ampliada. ¿Qué novedades destacan en este nuevo acercamiento?R.: Tengo todo parado. Hay circunstancias extraliterarias que me condicionan. Desde luego reconsideraré muchos aspectos de la lengua empleada, que voy conociendo mejor.

La página del autor: https://javierbarreiro.wordpress.com

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