‘Turia’ viaja en tranvía con el Buñuel mexicano


Por Carlos Calvo

  Lo viejo es, por definición, lo arcaico e inactual, lo conservador y tradicional, lo tópico y retórico, lo sentimental y lo cursi. Contra lo grotesco y lo blando, lo patético y lo putrefacto, se halla la vitalidad, la posibilidad de lo nuevo, la certeza de lo vigoroso.

    La clave de la vitalidad es aceptar el tiempo que pasa y no intentar restarlo. Así lo piensan los surrealistas. Así lo piensa Luis Buñuel. Hoy, por el contrario, muchos jóvenes cineastas se antojan tan artificiales como esquemáticos. Viejos, pese a su apariencia de jóvenes. El cine de Buñuel, sin embargo, siempre parece y aparece rabiosamente joven, de una inusitada vitalidad. Emocionante y perdurable. Privilegiado y enamorado.

  De todo esto y mucho más nos hablan varios autores en su recorrido por la vida y obra de Luis Buñuel en México, para un monográfico especial de casi doscientas páginas en la revista cultural turolense ‘Turia’ que dirige Raúl Carlos Maicas, en su número 123. Los participantes del cartapacio son hispanomexicanos que publican textos inéditos sobre el tema, además de la correspondencia del propio Buñuel, una oportunidad para ver qué piensan en el país azteca de la personalidad del calandino. Mario Barro, doctor por la universidad Complutense de Madrid, investigador de la Unam y coordinador del dossier, introduce este apasionante recorrido para dar cuenta de que Buñuel adquiere el oficio de director de cine gracias a la industria mexicana. Empieza en 1946 a trabajar dentro de una industria muy profesional y con un alto volumen de producción.

  Lo explica el propio Barro: “A los cuarenta y seis años había estado más de diez años sin dirigir y solo tenía tres películas en su currículum. Al final de su carrera, el cincuenta por ciento de los treinta y dos filmes que conforman toda su filmografía son cien por cien mexicanos. Las únicas películas que hizo pensando en el público norteamericano las hizo en coproducción con México y en territorio mexicano. Su retorno a España para rodar ‘Viridiana’ se produjo gracias al productor mexicano con el que trabajaba en esa época, Gustavo Alatriste. Además, en México se pudo permitir trabajar con actores de gran renombre como María Félix o Gérard Philipe, por mencionar solo a los que protagonizan una de las dos coproducciones que hizo con Francia en México”.

  Entre la introducción y una exhaustiva biocronología final de Javier Millán y el propio Barro, este especial de ‘Turia’ repasa la etapa mexicana del cineasta calandino a través del análisis y los textos de Aurelio de los Reyes, Amparo Martínez, Eduardo de la Vega Alfaro, Rafael Aviña, Nelson Carro, Armando Casas, Leticia Flores Farfán, Miguel Errazu, Breixo Viejo, José Manuel García Ortega, Jordi Xifra, Marco Aurelio Torres Mantecón, la actriz Silvia Pinal, el sacerdote Julián Pablo Fernández, la hispanista británica Joanna Evans o, finalmente, Gillian Turner, viuda de Tomás Pérez Turrent, autor del más importante libro de entrevistas con Buñuel, ‘Prohibido asomarse al interior’.

  Estos, además de un poema canción de José Moreno Villa, nos ofrecen un universo sin parangón: los amplios conocimientos de la técnica cinematográfica adquiridos al lado de Jean Epstein, el encuentro con el productor mexicano Oscar Dancigers, el retrato documental de la capital defeña, las zonas de esplendor y de oscuridad del ‘alemanismo’, las mujeres fatales, los archivos de la filmoteca, los proyectos que Buñuel y Carlos Fuentes intentan realizar juntos a través del análisis de la correspondencia entre ambos, las influencias de la literatura latinoamericana en general (Octavio Paz, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Julio Cortázar, José Donoso, Guillermo Cabrera Infante), las cartas entre Buñuel y Gabriel Figueroa que avalan la buena relación entre ambos (según refiere el propio Buñuel en una de sus misivas, Figueroa sería “su fotógrafo predilecto”), la influencia de la casa de Calanda en ‘Él’ y su puesta en escena que remite a Lang (¡y al Cukor de ‘Doble vida’!, habría que decirle a Xifra y a su extraordinario texto)… Una etapa, en fin, prolífica, brillante y dilatada, con el rodaje de una serie de películas entre 1946 y 1964, de ‘Gran Casino’ a ‘Simón del desierto’, y que dieciocho firmas diseccionan desde el lado profesional hasta el personal, un amplio abanico de perspectivas interpretativas sobre el autor, su producción y su relevancia dentro del contexto mexicano de la época y el lugar que ocupa en la actualidad.

  Por unos motivos u otros, muchos proyectos del autor de ‘Las Hurdes’ se frustran, tanto cuentos, novelas o piezas teatrales en los originales de Juan Larrea (‘Ilegible, hija de flauta’), Hugo Butler (‘El cadillac’), Federico García Lorca (‘La casa de Bernarda Alba’), Joseph Knittel (‘Thérèse Etienne’), Henry James (‘Otra vuelta de tuerca’), Alejo Carpentier (‘El acoso’), Evelyn Vaugh (‘Los seres queridos’), Juan Rulfo (‘Pedro Páramo’), Julio Cortázar (‘Las Ménades’), Dalton Trumbo (‘Johnny cogió su fusil’), Matthew Gregory Lewis (‘El monje’), Joris-Karl Huysmans (‘Là-bas’), José Donoso (‘El lugar sin límites’), Carlos Fuentes (‘Aura’), Malcolm Lowry (‘Bajo el volcán’), Oscar Lewis (‘Los hijos de Sánchez’)… Estos proyectos frustrados “nos permiten observar”, en palabras de Joanna Evans y Breixo Viejo, “el proceso de creación desde dentro, lejos de aproximaciones mitómanas y cerca de una serie de tensiones que definen, para bien o para mal, el arte y la industria del cine”. Su devoción por la literatura es manifiesta. De hecho, dieciocho de sus treinta y dos películas son adaptaciones literarias. Y en todas ellas figura como coguionista. Un testigo privilegiado del siglo veinte que tiene contacto con los grandes intelectuales de la época.

  El cartapacio dedicado a Buñuel trae nuevos enfoques y puntos de vista sobre su obra mexicana, como sus conexiones con cineastas del país (Emilio Fernández, Roberto Gavaldón, Ismael Rodríguez, Chano Urueta, Julio Bracho, Fernando de Fuentes, Alejandro Galindo, Rogelio González, Rafael Portillo, Julián Soler). En México, Buñuel dirige una veintena de películas, en las que hay alguna coproducción con Francia (‘La muerte en el jardín’, ‘Los ambiciosos’), con Estados Unidos (‘La joven’) o con España (‘Viridiana’, su gran obra maestra). Algunas de ellas son alimenticias (‘El gran calavera’, ‘Susana, demonio y carne’, ‘La hija del engaño’, ‘Una mujer sin amor’, ‘Subida al cielo’, ‘El bruto’, ‘Las aventuras de Robinson Crusoe’, ‘La ilusión viaja en tranvía’, ‘Abismos de pasión’, ‘El río y la muerte’), y otras, simplemente geniales (‘Los olvidados’, Él’, ‘Nazarín’, ‘Ensayo de un crimen’, ‘El ángel exterminador’). Pero toda su obra, mejor o peor, es una constante reflexión sobre la mirada subjetiva del cineasta que, a su vez -y por extensión-, involucra a la mirada de los personajes al mismo tiempo que a la del espectador.

  “En cine, hay gente a la que han influenciado Kurosawa, Bergman, Fellini. Los que amamos las películas de autor hemos absorbido algo de ellos. Y después está Buñuel. Es tan especial, hacía algo tan distinto, que es imposible estar influenciado por él. Como mucho, puedes imitarle”. Esta diferencia de Buñuel, entonada por Woody Allen, es el cántico que acompaña de fondo a este inteligente cartapacio coordinado por Mario Barro, para quien el sentido del humor acaso sea lo más significativo de su cine. A través de su uso irónico hacia la moral y las prácticas conservadoras en sus películas, Buñuel introduce guiños que pueden ser leídos como burlas inocentes a sus muchos caprichos. En realidad, el calandino siempre concilia el sentido del humor con el rigor profesional y la pasión por el cine. Lo dice muy bien Silvia Pinal: “Extremadamente puntual, agradable y cómico, pero estricto y ordenado en el trabajo”.

  Para el autor de ‘Un perro andaluz’ un día sin risa es un día perdido. La risa, para él, es la primera coraza contra lo absurdo e inquietante del mundo. Es el primero que se ríe de sí mismo. Buñuel, en realidad, es un hombre de costumbres, de gestos y actitudes repetidas. Toda su curiosidad es interior. Se ríe todo el tiempo. Yo creo que con algunas cosas que se han escrito de él se hubiera reído a carcajadas. Pero Buñuel es, ante todo, un hombre muy moral. La iglesia que él retrata no esconde en los armarios escándalos de pederastia ni de finanzas. Es más parecido a un patio de colegio. El peligro de los religiosos es que se pueden convertir en personas pretenciosas y desarrollar una actitud según la cual cada una de sus palabras son tomadas como las de un profeta.

  A don Luis hay que definirlo a través de las ideas que inspiran su genialidad, de los artistas que recogen sus sugerencias, las ocurrencias que habitan en sus películas, las diferentes dramaturgias que dibuja con su existencia, llena de placeres y de días. Una persona no es más que la fragua de su contemporaneidad. Pero Buñuel, ante alguien que le dice cómo tiene que pensar, le responde que le den. A la crítica implacable, prefiere las bromas, las contradicciones, las dudas, entregar un retrato humano del hombre religioso como en ‘Nazarín’, que es infantil, mezquino, inseguro. Compara la parafernalia católica con la del mundo teatral, con sus mismos egos, miedos e inseguridades. Siempre la misma paradoja: la atracción del ateo radical y la profanación, el sacrilegio y el satanismo. Y, al mismo tiempo, la necesidad de reírse de ello. La soledad, la inacción y la exigencia del silencio, la posibilidad de meditar continuamente, de retirarse en uno mismo.

  Contratado por el museo de arte moderno para seleccionar películas de propaganda antinazi, Buñuel, feliz, se instala en Nueva York, donde están, ya famosos, todos los surrealistas: Breton, Ernst, Duchamp… Y también Dalí, que llama a Buñuel ateo (y comunista) en un libro y eso escama a los católicos norteamericanos, que presionan para que lo echen del museo. La noticia de que ha hecho un filme escandaloso, titulado ‘La edad de oro’, aparece en la prensa y las presiones se acentúan. Buñuel dimite. Furioso, llama a Dalí y este responde: “He escrito ese libro para hacerme un pedestal a mí mismo, no para hacértelo a ti”. Nunca se volverán a ver. Sin empleo y con ciática, viaja de nuevo a Hollywood para ocuparse de versiones españolas. En esa época le roban la idea de la mano viva en ‘La bestia de cinco dedos’, de Robert Florey. Fracasan todos sus intentos de levantar proyectos propios y, aburrido y sin dinero, marcha a México, tras haber vivido desde 1938 en Estados Unidos, adonde va huyendo de la guerra fratricida en España.

  De la mano del productor Oscar Dancigers, la carrera mexicana de Buñuel es zigzagueante y se ve obligado a aceptar proyectos de encargo. Pese a sus irregularidades, su obra es una de las más personales, independientes e inconformistas de toda la historia del cine, por su libérrima utilización de la crueldad, el humor, el erotismo, la irreverencia y la paradoja, en su constante lucha contra todas las formas de conformismo ideológico, moral o social. Incluso en sus obras más triviales aparecen los destellos de su poderosa personalidad, que no renuncia a los postulados fundamentales de la revolución surrealista, aunque impregnados siempre, y profundamente, de elementos culturales ibéricos.

  ‘Turia’, en fin, recorre (en tranvía) el imaginario surrealista del Buñuel mexicano y sus referencias al erotismo, al costumbrismo o al misticismo, siempre abiertas a nuevas reinterpretaciones. El cineasta establece una dicotomía entre el misticismo y una suerte de picaresca en la mejor tradición de la estética española o la misma herencia de Valle Inclán. En su cine, en su pensamiento, hay un mundo enmarañado que se liga a su infancia en Calanda -que él llamaba feudal- y conecta con las gamberradas en la residencia de estudiantes, su idolatrado Toledo o su conexión con André Breton. Con Buñuel no es posible la interpretación literal. Todo tiene un doble sentido. O un triple salto mortal. Y siempre teñido de bromas, infantiles o malévolas. Hay que entenderlo así. Por eso muchos no lo entienden. Peor para ellos.

  Es obvio que hay una desproporción cualitativa con relación a los conocimientos que se tienen sobre su primera etapa entre España, Francia y Estados Unidos. La biografía definitiva de Buñuel en México es un proyecto pendiente y, como punta de lanza, la revista ‘Turia’ ofrece unos textos imprescindibles, realizados con gran cariño, entrañables y reveladores. Pura carne. Como la de todo lo que muere. La carne que, al descomponerse, hiere y paraliza. Detiene al amante que busca el objeto de su pasión y deja sin aliento a todo lo nuevo que pugna contra lo viejo, lo grotesco, lo blando, lo patético y putrefacto. Los putrefactos son exactamente eso: lo arcaico e inactual, lo conservador y tradicional, lo tópico y retórico, lo sentimental y lo cursi.

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