La crisis de la verdad (acosada e indefensa)


Por Carlos Calvo

  “Lo que ha sido creído por todos siempre y en todas partes tiene todas las posibilidades de ser falso”. Con esta sentencia, Paul Valéry venía a reflejar lo que tiempo después, con gran sutileza, aplicara el cineasta Federico Fellini: “Una creación nunca es inventada y nunca es real, sino que será ella misma para siempre”.

    El decimoprimer número de ‘Crisis’, la revista de pensamiento que dirige Fernando Morales, junto a Eugenio Mateo como vicepresidente de la editorial Erial, se asoma a lo que replica Pilato a Jesús de su venida al mundo para dar testimonio de la verdad, sin admitir respuesta: “¿Y qué es la verdad?”. Una mentira puede dar la vuelta al mundo en lo que la verdad se está terminando de poner los zapatos, algo que se ha agravado exponencialmente a través del uso de las redes sociales, desbordadas e incontrolables.

  La verdad y el teatro son los dos temas universales que aborda esta nueva entrega de ‘Crisis’. Profesionales de la escena como Esteban Villarrocha, Alfonso Plou, Miguel Ángel Mañas, Mariano Anós, María Rosario Ferré, José Tomás Martín Remán, Carmina Martín, Antonio Abad, Daniel Vázquez Touriño o Víctor Herráiz no se olvidan de la profunda complejidad del escenario en sus diversos artículos para reflexionar sobre la magnitud del arte. En ‘La rebelión de las masas’, Ortega pronostica en todo el mundo occidental una crisis social incipiente que por entonces nadie advertía. Hoy, a mayor y más fácil acceso a la información, más fácil es la expansión de la mentira y el rumor. En esta sociedad de la información global nos hemos vuelto crédulos y perezosos, mientras los manipuladores desafían al ridículo. No descansan. Es el avance de la mentira, fortalecida por las nuevas tecnologías, ante la verdad acosada e indefensa. Algo así le ocurre al teatro, también acosado e indefenso. Ya dejó escrito George Orwell que “el lenguaje público tiene como objetivo hacer que las mentiras suenen verdaderas”. El escritor británico entendió pronto que la libertad no acepta el control ocular. La crisis. La verdad. El teatro. El control en sí mismo.

  Sin mentiras, en cualquier caso, la convivencia sería un infierno. Decía Alejandro Casona que “entre la verdad que destruye y la mentira que construye, prefiero la mentira”. Los sofistas pensaban que no existen verdades, sino opiniones. Y estas, las opiniones, son vertidas en la revista ‘Crisis’ a lo largo de ciento quince páginas con la participación de artistas gráficos y plásticos como Natalio Bayo (portada), Ángel Orensanz, Óscar Baiges, Paco Rallo, Miguel Brunet, Julia Dorado, Esther Moreno o Sergio Abraín. Y diferentes firmas analizan la palabra “verdad” desde la reflexión, el arte y la filosofía.

  Pedro Luis Blasco se acerca a la seducción de la sociedad líquida del filósofo Zygmunt Bauman. Si la idea científica la establece en su texto Teresa Abad, el de Adrián Alonso se refiere a la temporalidad sostenida. Bernardo Bayona habla de la confianza, la precisión y la sinceridad, mientras que Cristina Marín alerta del peligro de tener criterio. Las matemáticas son los vericuetos establecidos por Javier Pascual Burillo, para quien “cualquier conclusión obtenida a partir de los axiomas resultará verdadera… con la única condición de que los axiomas también lo sean”. María José Bruna se explaya en los sentimientos, las metas y las eternas carencias. Del sentido individual y artificioso se manifiesta Pablo Iruzubieta, como impulso de supervivencia. La libertad es cosa de Berta Lombán. Fernando Gracia pone su grano de arena a esa enorme máquina de mentiras que es el séptimo arte. Y de las niñas raras de la literatura se encarga Isabel Rosado. El cartapacio se redondea con temas como el de la violencia (Pilar Catalán), las perspectivas (Rosa Fernández Hierro), los estereotipos (Francisca Martín-Cano), la validez (Tania Escartín), el mercantilismo (Sandra Santana), el totalitarismo (Fernando Aínsa) o la verdad en la vida de Pedro Saputo (Rosendo Tello).

  A mi modo de ver, la moda de la mentira se ha intensificado en los tiempos del individuo interconectado. Inundan al internauta de noticias falsas y verdaderas y no sabe muy bien cuáles son cuales. Pero parece que el personal prefiere la mentira gustosa a la verdad incómoda. Recuerden la sentencia de Casona. Siempre preferimos la mentira que nos place. Aplazamos la verdad para otro día. Si al ser humano le creciera la nariz por mentir, el soneto de Quevedo ‘Érase un hombre a una nariz pegado’ dejaría de ser una serie de hipérboles relativas a una nariz concreta, para ser solo un pálido reflejo de la realidad. Porque la mentira, hábil y esquiva, tiene el don de la ubicuidad y forma parte de la vida diaria: en la pareja y en la familia, entre amigos y conocidos, en la empresa y las organizaciones, en los medios de comunicación y, por supuesto, en la actividad política y judicial. Sin olvidar que también, a veces, nos mentimos a nosotros mismos. Y llegamos a creer nuestras propias mentiras.

  El gran Umbral siempre tuvo el empeño de contar verdades a través de las mentiras de la ficción. “En la vida”, dijo, “hay que manejarse con unas cuantas verdades verdaderas y con una nube de mentiras brillantes, sorprendentes, literarias, porque lo que el escritor hace no es sino sacarle brillo al estaño de la triste realidad, para que parezca plata, como las criadas y doncellas de antaño”. Una vez más, la literatura, la necesidad del hombre por explicarse o hallar alguna respuesta, pasa por los libros, generalmente. Sobre todo, cuando hay algo que explicar o ganas de hacerlo. Saber y no saber, ser consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer, sin embargo, en ellas. Decía un pensador griego que “la verdad triunfa por sí misma; la mentira necesita siempre complicidad”. Aunque solo sea literaria. Porque la buena literatura, esto es, nos muestra la verdad utilizando historias inventadas, mientras el mal periodismo utiliza verdades para mentir.

  El “problema de la verdad” no es un asunto nuevo, sino más viejo que el Sol. Muchos políticos se sirven de la retórica para disfrazar sus “verdaderas” intenciones, y ni siquiera son capaces de seguir el consejo de Gracián y abstenerse de mentir, pero haciéndolo “sin decir toda la verdad”. Porque una cosa es mentir y otra, muy distinta, decir la verdad. A esos políticos que olvidan contar la verdad nadie podrá acusarles realmente de mentirosos, pero incurrirán en la comisión de falsedades por omisión de la verdad. Advierte Gracián, en efecto, que la mentira suele estar más aparente que la verdad, “es el engaño muy superficial, y topan luego con él los que lo son”. Por eso invita el jesuita aragonés a “mirar por dentro”, a la reflexión que lleva a ir más allá de las apariencias y de la mera emoción. Invita, en fin, a educar y a educarse en la autenticidad y en la coherencia.

  Para mentir, pues, no es necesario caer en el bulo. Se puede mentir diciendo solo una parte de la verdad. Se destaca una pequeña parte de la verdad, se la ilumina, se la descontextualiza, se la carga de notas sentimentales y, ¡zas!, ya tenemos esa pequeña parte de la verdad convertida en una descomunal mentira. El buen bulo político triunfa porque tiene las cualidades necesarias para triunfar. En estos años de crisis hemos podido asistir al triunfo del romanticismo político que se caracteriza, entre otros muchos desajustes, por exaltar una hueca sinceridad, confundiendo el precio de la franqueza con el valor de la verdad. Una sinceridad que suele presentarse en forma de insolencia, de descaro, de músculo tabernario, de aspaviento soez.

  La revista ‘Crisis’ habla de todo ello. Y profundiza en sus razones. La verdad es bella, pero la mentira es, a veces, obra de arte, gran literatura, arma para la política pura. Lo enunció el poeta de la antigüedad: “Después de la verdad, no hay nada tan bello como la ficción”. Todo se mezcla y se confunde. Lo irreal es cada vez más real. La ficción se vuelve ensayística y el ensayo se vuelve ficción. La rebelión de la mentira es la última de una serie de rebeliones, la más representativa de las cuales ha tenido lugar en la estimación del arte. En un mundo en crisis, en que todo se valora por su rendimiento, la mentira vence a la verdad. Está mejor considerada. ¡Manía de algunas personas de decir siempre la verdad cuando tan fácil es estarse callado!

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