‘España años 50’, libro de Carlos Saura


Por Carlos Calvo 

  El arte de la fotografía es el arte de la mirada. De la capacidad de observar y retratar con sensibilidad la realidad, en ocasiones con el objetivo de cuestionarla o de criticar y en otras de preservar esa misma realidad en instantáneas que configuran, al fin, un relato. Carlos Saura (Huesca, 1932) tiene esa mirada hacia un país como España.

    Una mirada crítica, esto es, en los años del franquismo, cuya pestilencia, maldita sea, sufre como creador. Y una mirada tierna y a la par objetiva hacia las cosas que tanto ama: a las gentes, a las tradiciones, a las fiestas, al paisaje rural o urbano… Una historia sentimental, en fin, del territorio, de la geografía que tanto quiere. Son las fotos duras, directas, sin concesiones, de su libro ‘España años 50’ (Steild / Círculo del arte / La fábrica, 2017).

  Carlos Saura se aproxima a la fotografía desde siempre y a punto está de dedicarse a ella profesionalmente, pero se le cruza por el camino el séptimo arte. Ganamos un cineasta y descubrimos su habilidad para el simbolismo que despliega con maestría en gran parte de sus películas. Su cine funciona como alegoría de los tiempos, como acertada y punzante parábola acerca de la guerra civil española. Es un cine de rencores larvados y derrotas personales, de agrias tensiones y miserias morales, que suele confluir hacia la tragedia. Símbolos, imágenes concretas, metáforas, hermetismo, belleza formal, pasado y presente, sueño y realidad, silencios y miradas, retratos de hombres reprimidos de una España anquilosada y cainita.

  La primera etapa fílmica de Carlos Saura, en efecto, deviene una acerada disección del comportamiento de la burguesía franquista durante y después de la guerra civil, y de la actuación de las fuerzas nacionales en el establecimiento de una sociedad clasista y cerrada. Unas historias tan románticas como trágicas sobre el tiempo perdido y las relaciones familiares. A diferencia de este simbolismo cinematográfico, la fotografía de Carlos Saura es netamente realista, humanista y testimonial. Captura la realidad social de la España de los años cincuenta del siglo veinte y reaviva la memoria y el recuerdo. Fotografía el mundo rural y urbano que le rodea. Las miserias de una época. También la ternura, la empatía y la comunicación que se respira entre los personajes y el fotógrafo. Saura inmortaliza un mundo que está a punto de desaparecer. Y rastrea los caminos con su retina atenta para captar a las gentes del pueblo en su vivir cotidiano, en sus tareas diarias, en su tiempo de ocio. El oscense elige minuciosamente los temas a fotografiar y se centra en las personas humildes, sin retoques.

  Queda patente el interés de este fotógrafo, cineasta y escritor por las personas. Si bien su cámara se detiene también ante la arquitectura o el paisaje, su verdadero parámetro son las gentes que habitan los lugares. Y, en este escenario, los retratos son uno de sus sellos de identidad. La obra de Saura, ya lo he dicho, transmite la limpieza de ver el mundo que le rodea sin artificio y siempre con el elemento humano como protagonista. Campesinos, peregrinos, gitanos, vendedores, ancianas, jóvenes, solas o en pareja, de frente o de perfil. Y todo así. Cualquier escenario o pose le resulta interesante para atrapar el ambiente. Clic, clic, clic.

  La cámara de Saura, pues, capta sin descanso todo lo que ocurre en el entorno: las celebraciones civiles y religiosas, las ferias de ganado, los bailes, las comidas, el agua de las fuentes, las bodas, las procesiones, las novilladas, el transitar por los caminos y, cómo no, la vida diaria. La vida, esto es, de la gente, de mujeres y hombres, trabajando, sustentando lo doméstico, en la ciudad o en el campo. Un sinfín de quehaceres que nos hablan del duro esfuerzo cotidiano donde, a pesar de todo, algunas veces se dibujan sonrisas. Al fin y al cabo, estas instantáneas desvanecen rostros, sitios y acontecimientos, y nos permite mirar hacia atrás y repasar, en efecto, la vida.

  Un álbum fotográfico sobre los pueblos y gentes de España que Saura fue descubriendo en sus diversos viajes por el país. Las imágenes nos retrotraen a un tiempo que parece lejano y a unos lugares que ya apenas reconocemos. Una España mísera, de pueblos con calles sin asfaltar, con casas de adobe y piedra, de campesinos que se resguardan del frío con mantas, de hombres cuyo único medio de transporte son las carretas tiradas por burros o mulos, de mendigos, de mujeres vestidas de negro… Pero también una España de gentes abiertas. A fin de cuentas, el libro de Carlos Saura constituye un documento etnográfico de la posguerra y sus protagonistas anónimos. Una España en blanco y negro, olvidada. Una vuelta al pasado, a una época prácticamente medieval, en la que personas y animales compartían techo y cama para guarecerse de las bajas temperaturas.

  “Si no fuera por las fotos”, escribe Saura, “no sabríamos realmente cómo hemos sido”. Y añade: “Basta con mirar atentamente una fotografía del pasado para que inmediatamente aparezca una parte de la historia que todos llevamos dentro”. La España atrasada e incomunicada con el mundo exterior. La constatación del daño irreparable que el triunfo de las fuerzas reaccionarias produjo en este país, y que todavía proyecta su sombra en muchos aspectos.

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