Daniel Arana, el amante de las palabras


Por Carlos Calvo

   Lo he dicho muchas veces en estas páginas de ‘El Pollo Urbano’. Y poco importa repetirme.

    El zaragozano Daniel Arana, cosecha del 88, tiene voz para romper silencios cómplices en sus gritos y susurros literarios, de preferencias muy marcadas con las que reflexiona sobre su estilo y la gramática de su escritura. Dicen que el silencio es la mejor respuesta, aunque siempre depende de cuál sea la pregunta. Porque Arana levanta la voz para gritar su verdad, rompiendo un mutismo anclado, protegido y enquistado en el tiempo. Esa es su mejor respuesta.

   ‘El otro decir, la otra orilla’, segunda parte de ‘Es necesario hablar’, que da origen a esos ‘cuadernos’ que constituyen el grueso del pensamiento literario y filosófico de Arana, es una suerte de torrente de palabras desnudas que fluyen desde el borde de la línea para decir lo que se sitúa precisamente en el margen, en medio de las orillas o en el paso a la última de ellas. El mundo de las palabras y su conjunción como aleteo revelador en la expresión de ideas, en el tiempo de la inmortalidad de la palabra, el verbo.

   Su verbo, en efecto, sirve para dar voz a todos los maestros pensadores que le han acompañado y le acompañan: de Blanchot a Celan, de Jabès a Derrida, de Klossowski a Bataille, de Lacan a Lévinas, de Nancy a Quignard. El escritor zaragozano los coloca en el viaje hacia la otra orilla para hacerlos hablar. Su pensamiento es el de un hecho consumado -la salida de la orilla inicial- hacia lo inconcluso, el final del viaje, con la obligación de mirar fijamente el curso de la nada que fluye, la nada que corre, el curso que fluye, siempre de un libro imposible.

   El de Arana no es un libro que se encuentre a medio camino entre un curso o los retazos de otro, sino que deviene murmullo pleno de una canción, que duplica los ríos con su caudal de palabras, erudito y lúcido, pero también tierno. Así se las gasta Arana: poeta, ensayista, traductor, docente, crítico… Se le puede rastrear gracias a su labor en la revista digital ‘Amanece Metrópolis’ y afirmar que se trata de un comentarista de Joyce o de Beckett, que salta de la filosofía de sus pensadores predilectos a la literatura de sus maestros, de Heidegger a Saint-Exupéry, para hacer un pequeño desvío a la poesía o a escritoras judías como Etty Hillesum o Nelly Sachs, que jamás abandona.

   De Arana se puede decir que permanece embriagado del agua de las distintas sabidurías y su libro es, por eso mismo, el tratado de tratados, escrito por un prosista de la sed. “La otra orilla”, dice él, “es el otro lado de un río que se mueve dentro de mí, que se lleva todo el caos, que baldea los asedios a los que puede conducir un mundo sin literatura ni filosofía, que, a cada instante, me abre y pasa a través de mí esta espada de luz hasta la voz del pensar, que habla, y el aliento que hace respirar, ligero, limpio, claro”.

   Dividido en tres tratados -‘La espera y la muerte’, ‘La transgresión’, ‘Lo inconcluso’- y dieciocho subtratados, su voz nos arrastra, como el agua, por un itinerario trazado, en compañía de decenas de nombres, entre recuerdos y susurros del ser. Como máquinas de reflexión y ensueño, los ríos de Arana llegan a menudo con nombres que hacen lo que él mismo define como “apariciones nupciales en el lenguaje”. Son estos nombres y estos ríos los que el poeta y ensayista quiere que veamos, que oigamos, que nos empapemos de su voz o nos encandilemos con ellos. Porque, maldita sea, tan pronto como hay un río o un mar, hay una filtración. Y también murmullos. Y reflejos.

   Músico de sílabas, amante de las palabras, la voz de Arana desciende de las aguas de la memoria, a la deriva, entre la dulzura de antaño -parte de la historia del pensamiento del siglo veinte y la literatura- y las sombras del pasado -Auschwitz, la ‘Shoah’-, deslizándose entre estallidos repentinos y concusiones. Un movimiento de abandono que difumina fronteras, ecos y oleadas. Es un viaje que también puede volverse vertiginoso si se tiene en cuenta que el río, para el ojo y para el pensamiento, es la brecha misma.

   Solo él atraviesa el espacio-tiempo de la filosofía y la literatura, proponiendo la naturaleza siempre presente de su presencia. Solo él está al mismo tiempo (en el mismo espacio), allí y aquí, pasando y sin pasar. Un río que alimenta el molino del lenguaje, desagua y recoge los hilos del alma y sirve de procesión a nuestra lengua y cuyo fraseo capta este libro que ha merecido el XXIV Premio Miguel de Unamuno de Ensayo. Porque, en la voz de Arana, ‘El otro decir, la otra orilla’ capta una mezcla sutil de gentileza con los maestros y esperanza con los lectores.

   También ha sido galardonado por su libro de poemas ‘Todo instante’, merecedor del prestigioso XVI Premio de Poesía Blas de Otero/Ángela Figuera. En sus casi seiscientos versos, encontramos que el “todo instante” de la poesía remite a la conciencia del mundo presente, la alabanza o la celebración. En ocasiones, puede que uno pueda toparse con ciertos momentos, por así decir, trágicos o nostálgicos, como los de la ausencia y la melancolía. Pero todos ellos, ora trágicos, ora felices, tienen en común lo que Lebrun llamaba “la conciencia más viva del tiempo”.

   De este modo, ‘Todo instante’ es un libro del tiempo, y el momento poético se funde, sin otra cosa, con la inspiración poética. Los instantes, empero, son diversos. Los poemas, a veces, van desde el punto instantáneo, el momento sensorial inmediato, hasta lo que podría denominarse un momento poético mucho más extenso, pero que se aleja de la duración. El instante poético es un punto de equilibrio, o de tensión, a partir del cual el pasado, el presente y el futuro, lo real y lo implícito, lo mediato y lo inmediato, pero también lo comunicable y lo incomunicable, lo interior y lo exterior, se reúnen en el asidero efímero de una totalidad. O de una iluminación.

   Cuando la poesía se confía al instante, se abre el ciclo de la vida en unas situaciones que escapan a la duración cotidiana, aunque estos momentos poéticos tengan su fuente, como es natural, en nuestro mundo cotidiano. ‘Todo instante’, igual que el anterior ‘Cantos del desarraigo’ (merecedor del XVII Antonio Gala de Poesía), sigue la estela emprendida por ‘Abisal’ (2016) y ‘Materia del tiempo’ (2017), publicados ambos por la editorial Sindicato de Trabajos Imaginarios. El propio Daniel Arana dice que sus libros son “el resultado de una especie de ‘poéticas del vacío’, de ese espacio donde se crea y tiene origen todo”. Y con un entorno natural frecuente que, por decirlo con Hugo Mújica, deviene “paisaje de la posibilidad”.

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