Cartas de amor as mi padre (A mi padre: Celestino Sogas de Toro) (VI)


Por Manuel Sogas Cotano

     Nada, de la Estación del tranvía en Puebla del Río, no queda nada. Solo un solar donde aparcan los coches y algo de botellón de los jóvenes. Bueno, de los jóvenes no, de la gente que tiene poca edad, porque el ser joven no tiene mucho que ver con la edad.

   Me he dejado ir por la calle Larga que tan apenas he reconocido hasta el final de la misma, que antes te dejaba casi en la puerta de la Estación. Está el pedestal escalonado y redondo con la cruz también redonda, me ha producido la misma sensación de siempre, una especie de repelús interior que ni entonces ni ahora sé explicar.

    Los cacharritos de las ferias, las voladoras y los cochecitos mezclados con caballitos de cartón y máquinas de tren dando vueltas, ya no los ponen allí, al final de calle Larga, los ponen en un naranjal que han arrancado y que ya no existe.

    Queda, sí, el Bar Estación. Lo he reconocido al verlo. El azulejo de su zócalo es multicolor, alegra la vista, o los recuerdos a través de la vista, y sus mesas cuadradas, pero que no son de mármol y las sillas de madera color oscuro, con el respaldo redondeado.

    De sus paredes cuelgan diversas fotos, y alguna pintura, rememorando la Estación y el tranvía.

     Ni que decir tiene que el personal que lo atiende es solícito y amable. Me respondieron a cuantas preguntas les hice.

    Salí del Bar Estación y con la mirada busqué las chimeneas altas de los hornos de cerámica que había entre Puebla y Coria, sabiendo que no las vería.

Artículos relacionados :