Por Jesús Soria Caro
Fernando Burbano era un poeta de verdad, no buscó el reconocimiento, el gregarismo a editoriales que diluyen la voz del poeta. Se afirmó en su grito de silencio, en un ejercicio de diferencia más allá de premios, influencias…
No quiso ser “reconocido” si esto conllevaba anular su amor a la palabra en un registro blando, huyó de la publicidad vacía, del falso éxito que reside en un lenguaje de palabras sin fuerza poética, debilitadas para el comercio editorial, para vender un producto fácil, para desnutrir la profundidad y la verdad de la poesía. Vivió como creador en un continuo acto de rebeldía, en un ejercicio de conciencia crítica. Se autoeditó sus libros, pero su palabra pudo ser así como los pioneros de la aviación que recorrían vastos dominios sintiendo la libertad de lo infinito, la falta de suministros, de apoyo de la base, la belleza de la épica de quien se enfrenta a todo lo adverso. Su vuelo, como el de Saint Exupéry, le llevó a desaparecer en su propio ejercicio de independencia, pero queda el rastro, el misterio de su libertad, el paisaje humano de un hombre que denunció la violencia, la falta de solidaridad y que navegó los cielos de la duda existencial, de las grandes preguntas que gritan su silencio en la conciencia humana. Vamos a analizar alguno de estos temas en unos poemas que muestran la obra de un maestro.
“Tríptico” es un texto que es auto-ironía del poeta engolado, engreído en su supuesta profundidad. Declara a su musa que el asunto de la obra poética debe ser contar el sufrimiento, ser la voz de los que quedan en el otro lado de la historia, en el ángulo del olvido, la derrota. Ser palabra de los perdedores:
Más pienso yo, […]
si no será mejor callar
y no escribir,
pues esta pobre musa,
ignorante musa,
no surge,
no me habla,
si no plasma en sus ojos
figuras desgarradas
de hombres sometidos
al yugo del poder […]
de la madre sin agua,
sin pan… (Burbano, 1979: 7).
“Lamento de la tierra” es un poema que personifica a la así denominada figura femenina homónima que solemos designar como madre. Somos sus hijos extraviados en la destrucción, en la embriaguez del progreso, en la deshumanización del dinero:
Posé mi oído
en la grada de los campos
y detuve mi cabeza
reduciendo al silencio
el pensamiento mío.
Así escuché el lamento
de la tierra
y entendí sus gemidos.
Lloraba la fértil Madre
por los hombres,
sus desviados hijos;
los parió una noche
con la arcilla de su vientre
y eran con la Aurora
rebeldes y borrachos
por el licor de rocío. (Burbano, 1979: 20).
“Fantasmagoría militar” es una parodia la guerra, hace una broma-poema en el que el lenguaje bélico se pone al servicio de la cocina: se baten (Huevos), la base es (de orégano) el fuego (es para cocinar), por cierto, esta idea recuerda la batalla de Don Carnal y Doña Cuaresma con su ejército de alimentos como alegoría de la contienda entre pasiones del cuerpo y el autocontrol del alma:
-¡Mi general!,
el enemigo
bate con denuedo
tres claras de huevo,
y prepara silencioso
una sabrosa salsa
a base de orégano,
comino y jamón.
¿Qué hacemos
ante esta contingencia?
-Nada Sargento;
concentremos nuestro fuego
en un espléndido estofado
cuyo olor
ataca las defensas olfativas. (Burbano, 1979: 42).
“Catarsis” revela la selva antinatural de nuestra civilización. La naturaleza ha sido sustituida por el desarrollo urbanístico donde no hay casi lugar para los espacios naturales. Se retrata la violencia, el odio. La visión crítica adquiere una relectura ética que nos invita a reconducir nuestra forma de entender la vida:
Hoy el hombre
se consume en su violencia,
se depreda en sus selvas de hormigón.
Y las rosas
ni despiertan del letargo de su ciclo.
Se retrasa el otoño por costumbre,
las ramas
se deshojan
perezosas,
con el tronco dormido en una noche de seis lunas.
El hambre no remite,
el dolor enconado no se seda.
Solamente
crece el abandono y la locura;
solamente
ruge la ira y el odio atormentados.
Con los ciclos
los animales se cumplieron,
y los nuevos
cachorros de la bestia
aprendieron a vivir en la desesperanza. (Burbano, 1980: 17).
“Ubicuidad” podría ser un texto actual, recuerda que, ante la barbarie, el odio que gobierna el mundo y la violencia entre los seres humanos y la que puede ejercer uno contra sí mismo, el poeta simboliza el viaje del yo para trascender esas energías que se presentan de forma metafórica como los puntos cardinales y que están vinculadas a lo más oscuro de los seres humanos:
Cuatro puntos cardinales fronterizos,
cuatro negritudes comedoras de sueños,
-por el Norte, un deslinde de cigüeñas
arremetiendo insoluble sobre el tiempo.
Por el sur, un irremiso dolor de eternidades
cargando a galopes mil caballos negros […]
mi alegría se fue por la senda irreversible
a la ignota fiesta de los pájaros jilgueros (Burbano, 1980: 84).
“Quizá” alude al subjuntivo, al deseo, es el sueño de un mundo en el que el hombre evolucionará, aborrecerá el mal, la guerra, entonces el recuerdo de lo que fuimos será casi el olvido de un horror que es el mundo de la violencia que en la actualidad habitamos. Nos cuenta la utopía de un futuro prospectivo en el que el hombre que habrá evolucionado aborrecerá el horror de la guerra, entonces el recuerdo será el de la ya casi olvidada barbarie de un pasado remoto en el que el odio, la guerra y la destrucción eran la realidad devastadora que dominaba nuestra civilización:
Cuando no haya en la tierra
nadie que bendiga
los cañones y las bombas
en el nombre de Dios,
de ningún Dios;
cuando no haya en la Tierra
soldados jurando por su honor
que matarán a sus semejantes,
que enemigos o no, son sus hermanos […]
cuando todo esto suceda,
Espíritus, que no hombres,
habitarán la Tierra.
Y toda nuestra historia
Indeseable y mezquina
será como leyenda vergonzante (Burbano, 1980: 25).
“Ausencias” es la belleza de la luz, del silencio. Es allí donde no debe surgir el poema, donde precisamente este reside con su mayor plenitud: lo hace principalmente en la vida, en lo más minúsculo de esta. La palabra, la creación literaria, no son nada comparadas con la belleza de aquello que no contemplamos, porque de haberlo visto tanto no lo apreciamos: el amanecer, el cielo y su belleza son sublimes:
Con ausencias de niño,
con ausencias de hombre,
hoy escribo poemas
en humilde destino
de pobre poemario.
…Que cante la mañana
por todos esperada,
la mañana de luz, muda de odios
y dejaré mi pluma despuntada,
y mis ojos abiertos al asombro…
…Que salga aquel sol
por todos deseado,
el sol sin filtros y sin rejas,
y mi trasteado bolígrafo
queda contemplativo y silente…
…Que aquel cénit sin sombras
reviente los ocasos
y resuelva el corazón
en perenne melodía
rompiendo la punta de mi lápiz…
con ausencias de niño,
con ausencias de hombre,
hoy escribo poemas.
Aquella mañana:
silencios admirados. (Burbano, 1980: 35).
También hay una vertiente existencial en su obra que analiza el sentido de la vida, el tiempo, el ser. El primer texto que indaga en estas reflexiones existencialistas es “Oración”. Encontramos el lenguaje de lo no racional, la palabra de la luz, la sílaba del viento, el significado de la savia invisible que es la vida. Se exalta ese orden natural que forma parte de todos, más allá de la ambición del ego. Somos ese no-yo que forma parte de la esencia de la luz, la tierra, el viento. Formamos parte de todo ese no ser que es el todo de la naturaleza, de la vida, del universo:
Vayamos con lo verde
a buscar la roja flor
de la humildad
que es nacida sin gemidos,
en silencio,
y andemos a la busca
de la fe de vivir
olvidando la razón
y el señuelo
siempre vivo de la angustia.
Vivamos sin más tallo
que el amor,
respirando el aire
que nos mece
y aceptando la flor
que nos roza y acompaña.
¡Es tan fácil vivir
entre las flores! (Burbano, 1979: 29).
“De un Cainita a Dios” es un poema de actitud existencial similar a la de Blas de Otero o Dámaso Alonso, se dirige al ser superior pidiéndole que intervenga en el caos de la historia, en sus olas de destrucción que inundan el tiempo:
Mas no calles, Señor,
por más tiempo
y humaniza tu amor
irrumpiendo en venganzas
y en humanos desprecios.
Cualquier cosa mejor
que el silencio sin fondo
en que estamos inmersos.
Y si eres el dios de la verdad,
si eres el dios del amor,
manifiesta que lo eres
y que lo puedes todo,
con el solo signo
que parece entendernos:
Destrúyenos, Señor,
y bórranos del tiempo. (Burbano, 1979: 31).
“Reflexiones sobre dos canciones machadianas” es un texto reflexivo, filosófico de corte existencialista que dialoga con fragmentos de poemas del autor de Campos de Castilla. El autor, con virtuosismo, prolonga la voz del poeta en unos versos que el propio caminante de San Saturio podría haber firmado:
Sin principio y sin fin
que lleva a ninguna parte,
pues que en llegado algún sitio
donde empezaste te encuentras,
Pobre iluso.
Te cansas de vivir…
Y no has vivido.
Te alegras de llegar
y no has llegado.
Te cansas… Te alegras…
Camino… Camino…
Pero: ¿de dónde?
¿Hacia dónde? (Burbano, 1979: 45).
“Atascado en el surco” poetiza la idea de vencer el ahora, de quedar más allá de su fugacidad, habitar el futuro, residir en un estado poético fuera del tiempo:
Muy larga está la noche
y las velas se cansan y se consumen
tratando de irrumpir en su pétrea corpulencia.
Los ojos insomnes, en glauco desatados,
acechan fijos el rayo precoz de la mañana.
Mas las sombras se ciernen pertinaces,
soplando con sus alas, anulando las estrellas,
brocales titileos por los que huyó la esperanza.
A momentos, los siglos, como losas sepulcrales
aplastan imponentes la ilusión y la nostalgia.
¡Quién pudiera fingir que desvanece lo vital
por resurgir en un tiempo de mil años adelante,
como vetusto fósil de otras eras!
Pero no será. Mi minuto es el de hoy y para siempre,
teniendo desde él que enfrentar a mi destino;
y luchar, y reír, y llorar, según respiren
mi circuir y mis centros expectantes.
Sólo así, aquel mañana de mil años
podrá realizarse conmigo en el recuerdo. (Burbano, 1980: 59).
“Eugenio Cortés” es un texto dedicado a un poeta que ha trascendido las preguntas, se encuentra en lo absoluto, se encuentra ya en el ideal que quería rozar con su escritura, en el mundo de lo informe. Ha alcanzado la belleza de la idea y es ya es éter en el que su esencia trans-formal habita esa totalidad tan ansiada en su escritura:
Conocí tu vivir, tu amar sereno.
con la vida de paso, como algo inevitable,
día a día levantando tu dolor de las cenizas
rebuscando tu paso de futuro […]
persiguiendo ese minuto más al tiempo
con tus libros, siempre con tus libros […]
Hoy eres lo absoluto sin retorno,
centro de la idea, color
en la eterna tempestad de las auroras […]
escuchando atento la lección magistral.
del divino compás de sus silencios. (Burbano, 1990:72).
La libertad del poeta es la de quien tiene en su interior el reino del pensamiento, allí ningún ejército del control, de la influencia alienante puede conquistar su esencia indomable, pura, ajena al ejercicio de dominio que constituyen muchos elementos que rodean al yo:
Si dijeran que mis versos se acallaron
no creas el rumor de las serpientes,
podrán poner mordaza al cerco de mis voces
pero nunca atrapar mi pensamiento. (Burbano, 1980: 95).
“Poeta inocente” es la voz de aquellos que fueron lo que Unamuno denominó intrahistoria, es decir aquellos que fueron los que hicieron posible la historia y fueron borrados de esta, también nos habla de quienes perdieron, fueron olvidados, no tuvieron una oportunidad:
Pienso en gentes que quedaron
en la huesa trivial del abandono […]
gentes sin nombre que llegaron al banquete
sin cuchillo, sin respaldo en sus sillas […]
gentes con siglo de silencio vivo
entre sus manos sucias de barro y mierda […]
Hombres siempre silenciados, silenciantes […]
con su trozo de historia sin historia. (Burbano 1980: 94).
El poeta es capaz de escuchar el silencio de todos los hombres, brillante hipérbole que hace posible lo imposible, algo que el lenguaje poético puede realizar, así escucha la desesperación de tantos y tantos seres. Brillantes son las imágenes, que no deben ser explicadas, sino leídas, ya que la voz de la poesía no nos mueve a no pensar con la razón, sino a entender la mirada más allá de esta, con la intuición de una ”suprarealidad” que une lo irracional y lo racional, el sueño y la vigila, lo visible y lo invisible, aúna lo que María Zambrano denominó “Razón poética”, es decir, alcanza una realidad superior que abre nuevas miradas más allá de las limitaciones lógicas de nuestra percepción habitual:
Por uno y otro flotan
las ideas meditadas
y dichas en voz alta
por hombres eternamente solos.
¡Hablarán a Dios
o a quién sabe Dios quien!
Me calcé aquellas botas,
y anduve sus secretos,
aprendiendo
que jamás lo fueron tales,
pues lamentos y alegrías
nunca se evadieron al vacío;
y los pensamientos […]
están solos.
Y por ello van de rojo los poemas,
que otras veces agonizan de verde,
y tiñéndose de azul con la mañana […]
transparencias, son al fin, que el río lleva
hasta un mar de preguntas sin agua. (Burbano, 1980: 88).
“Romance de lo absoluto” es un texto que como todos los buenos romances nos cuenta una historia, en este caso, aunque sea alegórica, es el relato simbólico de la llegada de un caminante oscuro que viene a llevarse consigo a los que nos amaron, es el tiempo, la muerte, pero contado con magistral belleza poética:
Un porqué negro se alarga
por el silencio sin fondo
del amor de la morada.
Ya tras él, ha ido la muerte
matando a quien amara (Burbano, 1980: 87).
“De la impotencia” habla de los pliegues de lo indecible, aquello que queda recogido en el traje arrugado del lenguaje, queda oculto, no ha llegado a expresar lo que requiere el abismo del que escribe o la inmensidad del que lee:
Una página en blanco de un cuaderno
es un reto horizontal a decir algo.
No resistes plasmar el pensamiento
encontrándote frenado de continuo
por la horrible convención de las palabras
y la siempre opuesta inconsecuencia
de la curva belleza de las letras.
Las ideas poseen mil dislates
y punzantes aristas en cuchillo,
que harían necesaria su escritura
con los exaedros infantiles,
levantando castillos y torres demenciales
que mostraran al sentido y a los ojos
la angustia y los relieves
que escuecen las entrañas
del cerebro sensible del hombre atormentado. (Burbano, 1979: 38).
“Tú, el tiempo y el espejo” es el camino del ser sin el ego, acompañándose en su recorrido por el tiempo, para colocarse en el espejo del final y ver que todo se diluye como una sombra tras la que no hay nada:
Mírate ahora, desnudo,
ante al espejo.
Verás (¡contempla bien!)
que eres muy poco,
casi solo la sombra,
la vaga sombra de un reflejo.
Vuelve a contemplarte
y quizás no te veas.
No te enojes por ello;
considera que te has ido
con el tiempo
hacia otro sitio
no más lejos que tú […]
Viste de nuevo
tus disfraces y tu orgullo
y clama al cielo
tu albedrío y tu derecho
atropellados
por el cínico crimen
que es el tiempo.
¡Escucha al éter!
burlón y vocinglero:
¿no trae el eco
de tus voces,
mezclado con las risas
del tiempo y del espejo. (Burbano, 1979: 41).
Lo sublime, la belleza abismática de lo infinito despierta al lector del sueño de la razón, lo eleva a lo sublime. Se propone una hermosa conexión entre la totalidad del universo y nuestra pequeña parte de los que somos:
El silencio de las grandes esferas
impone su ritmo a las pequeñas,
y así,
el hombre, célula primaria
del macro-engranaje cósmico,
queda reducido a partícula de polvo
anegada por aceites lubricantes
en ese cinético armonioso
impuesto a toda cosa que se arrastra
en la pantalla de los mundos. (Burbano, 1980: 20).
“Ocho+uno” es otro poema que supone una indagación lírica en la idea de busca la eterna pregunta, de navegar en el misterio, en las grandes dudas de la existencia:
Por los nueve agujeros se va la muerte
en un pálido intento de lo eterno.
Por los nueve me cierro al contacto sutil
que destruye lentamente el magnético campo de la idea. (Burbano, 1980: 103).
La obra de este poeta debe ser reivindicada. Él siempre fue un defensor de la creación de otros autores, como fue el caso de José Luis Alegre Cudós. En una entrevista para Aragón radio, en la que quien suscribe este artículo junto a Fernando Burbano le hicimos al único ganador aragonés del premio Adonáis, dio muestras de su generosidad hacia la obra de los otros poetas, siempre estaba preocupado por reivindicar la obra de Cudós, que había quedado injustamente relegada al olvido. Su creación literaria que tiene una enorme calidad, profundidad y conciencia crítica también fue olvidada por los grupos de poder, desplazada por los juegos de influencia tan presentes en nuestra triste realidad literaria. Tuvo del valor de amar la poesía, de seguir escribiendo, leyendo, asistiendo a presentaciones. La poesía es esto y no la grandilocuencia vacía, las recomendaciones que elevan a los altares. Es el amor a la palabra, la humildad. Somos todos los poetas tan solo una gota en el mar de muchos versos escritos entre todos, jamás un autor será por sí mismo el mar, todos somos el río que da lugar al mar de la poesía que son todos los posibles versos que existen y existirán.
BIBLIOGRAFÍA:
Burbano, Fernando (1979): De mí, para ti, por todos, autoedición, Zaragoza.
(1980): Rodadura, autoedición, Zaragoza.