Los héroes adolescentes de J.J. Ordovás

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Por Carlos Calvo

     Una vez preguntaron a sir Arthur Eddington si era verdad que la teoría especial de la relatividad solo la entendían en el mundo cuatro personas.


    El insigne científico se quedó un buen rato en blanco y cuando el periodista, extrañado por su silencio, volvió a preguntar, Eddington respondió: “Le he oído, muchacho. Me estaba preguntando quiénes pueden ser las otras dos”. Con todo, la teoría general de la relatividad es mucho más de andar por casa y cualquiera puede entenderla con unos conocimientos básicos de física y unos vistosos ejemplos de hermanos siameses, relojes y aviones volando a la velocidad de la luz. De hecho, el descubrimiento de Einstein ha traspasado las fronteras de la ciencia para convertirse en uno de esos artefactos culturales que lo mismo sirven para un roto que para un descosido. Si aplicamos, por ejemplo, la relatividad general al cine encontramos que la mayoría de los ciudadanos saben quién es Almodóvar, pero en nuestra cinematografía existen autores del todo desconocidos que son mucho más interesantes. Y en la literatura ocurre tres cuartos de lo mismo.

    A mi modo de leer, el escritor zaragozano Julio José Ordovás se erige en uno de los nombres fundamentales de la actual actividad literaria. Pero, maldita sea, ninguna profesión, por noble que sea, se libra de lo que Diderot denominaba idiotismos morales. Una suerte de mezcla de tontería, discordancia entre los principios y la conducta de buena parte de los que la ejercen. Una deriva prepotente de esos escribas para hacerse valer más de lo que merecen y para afirmar su poder y, de paso, en buen número de casos, sacar beneficio personal de todo ello. Y, para colmo, cuanto peores son los tiempos, más se multiplican los idiotismos. Cada uno hace valer su oficio todo lo que puede.

    El oficio de J.J. Ordovás es la panadería familiar. Y fabrican sus excelentes productos como él escribe sus imprescindibles libros (‘Días sin día’, ‘En medio de todo’, ‘Nomeolvides’, ‘Frente al cierzo’, ‘Una pequeña historia de amor’). Y sus entrevistas. Y sus ensayos literarios. Sus colaboraciones en ‘Turia’ y en ‘Ahora’ así lo atestiguan. Encuentro placer, conocimiento, claves y sentimiento en la prosa del autor de ‘El Anticuerpo’, de momento su último libro publicado. Un volumen, a mi entender, que colma los sentidos, que potencia sensaciones que no suelen aparecer en la vida cotidiana. Así lo han entendido los responsables de ‘Le Monde des Livres’, suplemento de las artes y las letras del diario francés ‘Le Monde’, siempre en el descubrimiento de amores imperecederos para saber del infinito universo que contienen los libros, del gozoso estado sensorial que provocan algunos tipos de música o de la hipnosis que produce el buen cine.

    La miga de J.J. Ordovás se mueve entre el silencio y el aullido, entre el hechizo del esplendor y la nostalgia del fracaso, asumiendo que lo que sostiene su cabeza es algo más que un peso muerto, y que en el aire, más allá de su encarnadura temblorosa, penden anhelos, penden miedos, penden los sueños de otros hombres. Una prosa en apariencia amable y pacífica, pero, sin embargo, grávida de un aura demoledora, en la que la violencia puede desatarse de un momento a otro, contenida en su arrolladora imaginación. Al fin y al cabo, ‘El Anticuerpo’, que se recorre como un diario y tiene pasajes propios del ensayo, es el relato del aprendizaje de vivir fuera del orden y cuesta abajo.

    En el número del ocho de abril pasado, el cuadernillo cultural de ‘Le Monde’ nos regalaba, igualmente, unos magníficos artículos sobre el gran realizador alemán Alexander Kluge y el íntimo escritor británico David Lodge. También aparecían reseñados autores como Malika Wagner, Eric Laurrent, Frédéric Ciriez, Kate O’Riordan, Anne Von Canal, Alessandro Baricco, Paddy Ashdown, Geneviève Fraisse, Antoniette Molinié, François Julien, Martine Storti, Gilles Hanus, Olivier Douzou o, como digo, el propio Ordovás. Por su interés, transcribo la crítica aparecida en el suplemento literario del diario francés, escrita por la periodista gala Ariane Singer bajo el título ‘Héros d’ado’, en relación al libro de J.J.Ordovás ‘L’Anticorps’, traducido del español por Isabelle Gugnon. Y el arriba firmante, a continuación, traduce al español el texto original.

    Cousin littéraire de l’Antoine Doinel de François Truffaut, le narrateur de ‘L’Anticorps’ promène son adolescence canaille dans les rues de son village d’Aragon. Plus enclin à errer avec ses amis qu’à tenir en place sur les vancs de l’école, le garçon se bagarre, rapine, philosophe, et regarde les oiseaux depuis les toits. Sa mère est partie; son père boit et décline, tandis que sa tante entretient comme elle peut la maison. Le film de cette jeunesse, qui se déroule pendant la transition démocratique espagnole, Julio José Ordovas le projette comme une succession de diapositives. Ces courtes scènes, aux notes mélancoliques et tendres, suggèrent l’éveil à l’âge adulte dans un monde rurel et bourru, qui s’ouvre progressivement à la modernization. Chapelet de souvenirs épars, ce premier roman évoque avec finesse les rencontres qui forgent à jamais une personnalité: ici, un jeune curé iconoclaste, là, un marginal malade, ou encore des jumelles peu farouches… Un hommage poétique aux héros anonymes d’une jeunesse des années 1980.

    Primo literario del Antoine Doinel de François Truffaut, el escritor de ‘El Anticuerpo’ pasea su adolescencia canalla por las calles de su ciudad aragonesa. Más inclinado a vagar con sus amigos que a ocupar su pupitre en el colegio, el niño se pelea, roba, filosofa y mira a los pájaros que vuelan libremente. Su madre se ha ido y su padre bebe y se desentiende de sus obligaciones. Su tía, mientras, mantiene, como puede, la casa. La historia de esta juventud, que transcurre durante la transición democrática española, la proyecta Julio José Ordovás como una sucesión de diapositivas. Estas escenas cortas, como notas melancólicas y tiernas, sugieren el despertar a la edad adulta en un mundo rural y cazurro, que se abre, progresivamente, a la modernización. Sucesión de recuerdos dispersos, esta primera novela evoca, con delicadeza, los encuentros que forjan, para siempre, una personalidad: la de un joven iconoclasta, la de un excluido enfermo, la de unos gemelos domesticados, poco fieros…Un, en fin, homenaje poético a los héroes anónimos de una juventud de los años ochenta del siglo veinte.

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