Médicos

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Por Liberata

   La doctora era joven, menuda, y, pese a la seriedad de su semblante, parecía mostrar suma atención  a las palabras de Manuela.-¿De modo que persisten las molestias?

-Sí, señora; a pesar de que tomo las pastillas.

-¿Va comiendo, aunque sea sin sentir apetito?

-Lo procuro.

-Algo de peso sí que ha perdido. Sin embargo, las pruebas practicadas hasta el momento han resultado negativas.

-¿Cree que le miento?

-¡Claro que no! Lo que sospecho, es que el origen de su malestar no sea orgánico, sino psíquico. O sea, que su ánimo se halle perturbado por algún problema y lo manifieste a través de un desorden de su organismo. ¿Comprende lo que le digo?

La mujer asintió con un leve y reiterado movimiento de cabeza. Su labio inferior tembló mientras humillaba la mirada, antes de responder con voz trémula:

-Son mis hijas, doctora, mis hijas -súbitamente, alzó la cabeza hasta mirar de frente a su interlocutora y su acento se tornó casi suplicante-; sólo tengo dos y no se tratan hace tiempo.

-¿Viven aquí?

-No, señora. Cada una en una ciudad,  a horas  de autobús. Claro que ellas en coche tardan menos. Pero a muchos kilómetros. Las dos tienen estudios y están bien colocadas.

-¿Están  casadas?

-No, señora; por ahora, ninguna de las dos.

-¿Vienen a menudo?

-Lo que se dice a menudo…, no.

-¿La llaman?

-Una vez por semana.

Se produjo un breve silencio, tras el que la doctora expuso su resolución.

-Vamos a ver: en vista de los resultados que tengo delante y de lo que me está usted relatando, creo que lo más conveniente va a ser que la remita a “Salud Mental”.

-Ya.

1

 -Manuela, el psiquiatra es un especialista como otro cualquiera. Concretamente, el que se ocupa de los desórdenes que se producen en nuestra mente o nuestro ánimo, que viene a ser lo mismo.  Yo…, no puedo hacer otra cosa que recetarle unas u otras pastillas, pero eso tan sólo aliviaría su malestar, sin hacerlo desaparecer. Lo conveniente para usted, es que averigüemos la verdadera causa de su malestar para así poder aplicar la terapia adecuada. Que será lo que haga mi colega. Aquí tiene el volante. Pase por la ventanilla de ahí fuera para formalizarlo. La citarán pronto, porque lo curso como preferente. De todos modos, no se preocupe; no tiene nada grave. ¿De acuerdo? Por el momento, siga tomando las pastillas hasta que vaya a la consulta. ¿Le quedan todavía?

-Por lo menos, un cartón entero.

-Será suficiente.

-Muchas gracias, doctora.

-No se merecen.

Pocos días después, Manuela se sentaba frente a un hombretón próximo a la edad de jubilación según sus cálculos, cuyos campechanos modales tenderían de inmediato un puente de cordialidad entre ambos. Acompañadas de una risueña mirada, sus preguntas fueron directas e incisivas, reclamando concisas respuestas. La última de ellas fue la que le permitió explayarse un tanto.

-¿Se siente sola?

-!Ay sí, señor! Echo mucho de menos a mis hijas. Vienen de tarde en tarde y evitan coincidir. Aquí  sólo tengo algunos familiares por parte de mi marido y alguna que otra amistad. A veces, ayudo en la cocina de un bar, ¿sabe usted?, así me distraigo y añado algún dinero a la pensión de viudedad, que es muy reducida. Siempre he sido muy templada para el trabajo, pero ahora…

-No se aflija, Manuela; mejoraremos su temple, le doy mi palabra.

-¡Dios le oiga! Que así no sirvo para nada…

-¡Vaya con las hijas!- murmuró el médico sin dejar de escribir.

-Ellas son todo lo que tengo, doctor… Sólo quiero que sean felices… y que se traten.

-Me parece muy bien. Decididamente, la voy a ingresar.

-¡Virgen santa! ¿Es necesario?

-No, no lo es. Pero sí oportuno. Supongo que actuando así, estas señoritas responderán a la llamada de la sangre. Ya veo que la idea no le seduce demasiado, pero le aseguro que el sacrificio merecerá la pena. No se apure, sólo dormirá una noche en el hospital. Vamos a ver. ¿Le va bien ingresar el martes?

-Pues… sí.

2

-Muy bien. A las nueve de la mañana en la planta de  Medicina Interna. No es preciso que vaya en ayunas, ya que disponemos de una analítica reciente, que, por el momento, nos sirve. ¿La acompañará alguien?

 -Sí, señor: mi cuñada.

-Pues que sea ella la que avise a sus hijas cuando ya le hayan hecho el ingreso.  Antes, ni una palabra. Simplemente, vamos a tenerla en observación y eso será que conste en su historia y lo que la enfermera del control responderá a quien pregunte por usted.

-Comprendo. Se asustarán.

-Eso espero.

-¡Ay, doctor!, no las reprenda, ellas tienen sus trabajos y…

-No se preocupe; todo irá como la seda, se lo prometo. No necesitan más que un leve recordatorio de que quién las trajo a este mundo sigue siendo su madre y necesita constatar sus sentimientos filiales, aunque sea en la distancia. Esta conducta es bastante corriente por parte de los hijos, no crea.

El día señalado, tras ingresar en el hospital siguiendo el plan previsto, la atribulada madre dominó con la ayuda de un ansiolítico la impaciencia que sentía ante la anunciada presencia de sus hijas.

-Podéis quedaros una en casa de los tíos y otra, en la nuestra -se creyó en la obligación de sugerir tras los primeros y emocionados momentos del encuentro.

-Nada de eso -respondió la más decidida-. Si no nos quedamos aquí por la noche, como nos han indicado, dormiremos  las dos en casa.

-Eso es. Y, mañana por la mañana, vendremos a hablar con el médico -apostilló la otra-. Y tú no tienes  que preocuparte de nada, más que de ponerte bien. Nosotras te cuidaremos.

“Algo ha empezado a moverse ya…”, pensó la anciana mientras advertía:

-La despensa está bien surtida y en la nevera hay  caldo y carne empanada.

Horas más tarde, antes de entregarse a un apacible sueño, agradeció a su destino que le hubiera asignado a aquella doctora como médico de cabecera y que ella, a su vez, hubiera decidido enviarla a la consulta de aquel magnífico -aunque quizá no del todo ortodoxo- profesional, dispuesto a hacer cuanto pudiera por su causa. La definitiva respuesta se hallaría en aquellos dos corazones que eran parte del propio. Y esperaba que fuera la deseada.

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